doncellas o criadas, y hasta esclavas, que a todas recurria con tal que existiera excitacion, y detallarlo hiciera interminable el cuento.

Gozabame en la creciente preocupacion que le observaba. Y tan mohino llego a sentirse que al punto aparecio Benito en cuerpo transparente, pues venia conciliador el diablo, que no le parecia propio, siendo del segundo circulo, mostrarse tan afable y, si no fuera fingimiento, diriase que hasta humilde. Segun expresaba sus ideas dejaba entrever que se hallaba dolido y comprendia mi enojo contra aquel Jordino desconsiderado, sanudo y hostil, que carecia de medida en zaherir el amor propio, lo reconocia, y llegaba a pasarse. Que la humillacion es una herida tan profunda que ni siquiera los santos llegan a perdonar, o cuando menos les supone duro esfuerzo. No resultaba discreto el diablejo, lo disculpaba, quizas por inexperto: solo llevaba mil y doscientos treinta anos de incitador lujurioso, lo que es nada contemplado desde la eternidad. Quizas el sobrepasarse se debiera a que el encargo le venia directo de Meliar, quien mucho le encarecio se trataba de un plato fuerte que no convenia que dejase escapar. «?Como asi -pregunte-, tanto cuidado por un miserable eremita que ansia llegar a su pais para sepultarse de nuevo en un bosque ignorado, donde adorar a su Criador y purgar sus muchos pecados?» Benito replico que los diablejos son gente practica, que a nadie conceden mayor importancia de la que merecen, apuntando tanto al presente como al futuro. La risa de Benito se dejo sentir, condescendiente. Confeso que era natural que yo fuera ignorante de mi porvenir, pero estaba destinado a alcanzar la sede de obispo, lo que me dejo estupefacto. Y anadio benevolente que no iba a desvelarme ningun otro renglon de lo que para mi figuraba apuntado en el libro de la eternidad, pero que el destino me habia escogido para dejar huella trascendente de mi paso. Y podia entenderlo por el mismo hecho de que fuera Meliar quien hiciera el encargo personal a Jordino, que un personaje tal no era un pilimusco para ocuparse de lo irrelevante, sino que atacaba para torcer los designios de Aquel al que no podia nombrar. Anadiendo que seria vano por mi parte, ignorante de las fuerzas que desencadenan la vida y la muerte, oponerme y empenarme en cumplir mis propios planes, que ya se encontraban trazados por quien podia y por quien los estorbaria. Y como prueba de su capacidad de vaticinio o adivinacion me dejo otra: que yo pensaba encontrar mi pais tal y como lo habia dejado, cuando habia de hallarlo tan diferente que me resultaria dificil reconocerlo. Y mal podia, entonces, presentarse todo como lo pensaba.

La primera sospecha fue que trataba de infundirme sentimientos de orgullo y vanidad. Aunque me surgio de inmediato la duda de que nunca antes me mostrase especial inquina, sino consideracion; mas era diablejo y bastaba para no suponerle buena voluntad. Escucharle vino a acrecentarme el enfado, pues que su herida era mas profunda que la del mismo Jordino, ya que me negaba el albedrio. Razone yo que si Dios me lo concedia no existiria diablejo, aunque se concitaran de nuevo los seis mil y seiscientos y sesenta y cuatro ausentes a la sazon, mas el mismisimo abate Meliar, capaz de privarme de un don divino, que habria de defender enconadamente.

Cuando llegue a la veramar, que era preciso atravesar para llegar a mi pais, vinome a la memoria Benito, conforme crecia la dificultad de hallar un barco, puesto que, segun me decian, el canal se hallaba dominado por los normandos, a quienes nadie se atrevia a desafiar. Hube, por consiguiente, de procurarme un esquife, que solo servia para garantizarme el desastre segun los augurios de los marineros. Mas puse mi confianza en Dios, arme la vela y una gran cruz en el pequeno mastil y, encomendandome a Nuestro Salvador, puse mi vida en alas de la primera brisa de la manana.

Siendo tan escasos mis conocimientos marineros decidi abandonarme a la Divina Providencia para que se ocupase de sortearme los peligros, y quede libre para meditar en las razones de Benito. La idea de alcanzar el baculo me rondaba con persistencia; llegue a pensar si podria venirme por conducto de mi hermanastro segundo, el que fuera nombrado cardenal y al que no habia vuelto a ver desde la muerte de nuestro padre, y nos encontraramos separados por el otrosi del testamento. O quizas por el prior del convento, a quien debia visitar a mi regreso para darle cuenta del viaje a los Santos Lugares, y mi reintegro a la vida eremitica en lugar oculto. Si todo ello no estorbaba la consecucion del obispado.

El oleaje aparecia mas bravo y resuelto conforme nos acercabamos, como si gimiera el mar por el ardor de profundas heridas, pues, tengo para mi, que es ser dolorido y sufriente. Y en vez de los acantilados que pensaba distinguir, una cortina de niebla donde se unian las nubes y el vapor marino ocultaba el horizonte. Conforme nos adentrabamos en ella nos envolvia con su manto humedo y pegajoso; resonaba en su seno el bramido profundo del mar, rugido sordo de titanes angustiados.

Llego un momento en que el esquife rindio viaje hundiendo su quilla en la arena. Nada distinguia en derredor cuando pise el suelo blando y avance. Subi escarpados desniveles, rodee rocas que aparecian infranqueables envueltas en la bruma, sin distinguir si era farallon o roca desgajada. Pensaba solo en avanzar, alejarme del martilleo del oleaje en las rompientes, rumor que fue quedando atras cada vez mas sordo, aunque persistia en mis oidos como la musica de fondo de un concierto alucinante, mientras caminaba y caminaba sin encontrar ningun camino. Me hallaba tan solo, inmerso en la niebla, como si ninguna otra persona existiera en el mundo. Pero alguna debia de esconderse mas adelante, en el futuro, y continue avanzando hacia su encuentro, busqueda que fue prolongandose por horas interminables y ciegas.

Eran los oidos quienes me ligaban al entorno ignoto, desconocido, poblado por el agobiante silencio de chasquidos, golpes, derrumbes, agudos, estridencias, salpicado de aullidos de muerte, canes hambrientos, cuervos graznando en demanda de su carrona, de grajas, de lobos. La niebla se desenvolvia, abrazandome, como un monstruo que me ocultaba la incognita de un porvenir desconocido, opresiva, cargada del olor acre del humo y el rumor de la desesperacion.

Cuando encontre un camino, siguiendole con mis pasos trajo a mi encuentro humeantes ruinas, donde a veces todavia las llamas indecisas acababan la combustion de trozos de maderos, que fueron parte de una vivienda, unicos faros entre aquella bruma de desolacion y soledad. Y cada vez que me detuve en procura de vida solo halle cuerpos mutilados, violentados, desgajados, como abatidos por una Furia.

Me pregunte que dragon soplaba fuego y hedor sobre la tierra, pues tal destruccion no parecia humana, sino obra de un Averno desencadenado para purgar los pecados de los hombres, como el Apocalipsis anunciado en las Escrituras para el fin de los tiempos.

Aunque la niebla cerrada y agobiadora, que mas me parecia sudario, mantenia la tierra en tinieblas y solamente una debil claridad penetraba desde el sol, adivine que la noche rondaba proxima y busque lugar para dormir antes de que se extendiera la ti-niebla absoluta. Fue entonces cuando llego hasta mi el alarmado graznido de unos gansos que batian sus alas asustados, sonidos que me sirvieron de orientacion. Era el lugar un remanso de agua, sin duda formado por la esclusa de un molino, donde escuche un chapoteo y aviste una cabeza humana y unos brazos que se debatian en la superficie. Penetre apresurado en el regolfo y con esfuerzo pude arrebatarselo a la muerte y logre sacarle a la orilla donde quedamos ambos tendidos, el casi inconsciente, yo agobiado por la ansiedad. Me habia dado cuenta de que se trataba de un anciano harapiento y barbudo como yo mismo, privado de la vista.

Los gansos ya no se escuchaban, huidos o agazapados entre las hierbas de la orilla, pues era imposible adivinar lo que se ocultaba unos metros mas alla, donde la niebla se cerraba. Entre tanto incorpore al desvalido, quien se lamentaba que mas agradeciera dejarle ahogarse para concluir tan cruel pesadilla. Y aunque caer al agua fuera accidente, preferia antes morir, pues resultaba ingrato vivir en su vejez colmada asistiendo al fin del mundo, que no otra cosa podia ser, y su voz malsonaba temblorosa y calma, impregnada de desesperacion aunque era resignada en su angustia, como hombre acostumbrado a la miseria y al sufrimiento. Me conmovia escucharle, pues coincidian sus palabras con mis presagios.

Era llegada la hora tenebrosa, la noche cerrada, sin crepusculo, abatida la sombra repentina, sin haber encontrado un refugio. Me dijo el viejo que continuaramos por el camino que conducia a lo que antes fuera villa, ahora ruinas calcinadas, hasta una alegre alqueria que tuviera su molino. Asentaranse alli, ibame explicando, mas de cincuenta esclavos que un arzobispo dejara libres en su testamento, mas otros liberados por sus senores, quienes les colocaron en el cruce de caminos para que escogieran su destino, y compraron luego con sus ahorros aquella tierra. Todos juntos trabajaron la alqueria, convirtiendola en un vergel, con la fe de quien rige su propia vida recien estrenada, olvidadas las penas de la esclavitud, la amargura de soportar amo, que aun resultando bueno no otra cosa es que un carcelero, pues que te mantiene obligado y sujeto por fuerza.

Entre las ruinas se adivinaban los resplandores de algunos pequenos fuegos, al amparo de montones de escombros o cualquier parapeto que los disimulara, llamas temerosas, ocultas, y al penetrar por el laberinto se presentian ojos espias, brillantes carbunclos, surgiendo como las brasas desde la profundidad de un cubil. Pero no eran fieras, sino hombres, quizas mujeres, posiblemente ninos, me explico el ciego, supervivientes de la horrible matanza y frecuentes incursiones de los piratas de sucia sangre, merodeadores salvajes, hombres del norte mas

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