solitario se subia el capuchon y levantaba la vista dejando reir sus ojos claros, manifestaba ahora una alegria que antes perdiera porque, me confesaba con gestos, solo por disciplina y acatamiento soportara el rigor de la Hermandad, bien fatigosa por cierto, que cada noche la agobiaba con todo su peso hasta robarle la alegria y el contentamiento, aunque nunca rehusara la obligacion, pues sobre la disciplina le mandaba el caracter -jamas negara a nadie lo que ella pudiera proporcionarle, que en eso peco siempre por generosa-. Y no estaria disgustado el diablo lubrico, el unico de la legion que siguio morandome a juzgar por las muestras, que los otros seis mil y seiscientos sesenta y cinco parece que retornaron con su abad Meliar, para martirizar a otros monjes, segun colegi por algunas palabras de Jordino, que se consideraba suficiente. Ahora transcurria el dia feliz viendo la alegria resucitada de la vaquerilla, quien me contentaba por las noches cuanto podia desear, y ademas descansaba cuanto me placia. Que sobre servir a Dios con el rezo y el sacrificio, la santa vida y el cilicio, no quedaba otra cosa que mantener satisfecho al diablo para que todos nos estuvieramos en paz; pediame la vaquerilla con sus desenvueltos gestos que, pues constituiamos una comunidad perfecta, nunca mas nos juntaramos con Halcones ni monjes de ningun tipo, que ser eremita le resultaba lo mas perfecto, y en ello coincidiamos.
Conforme nos adentrabamos en la tierra de sarracenos sentia mas fuerte el mandato de predicarles la santa palabra, y asi comence por atacarles sobre el inventado paraiso de su falso profeta, que les enganaba los sentidos y alentaba la lujuria con el premio de las huries. Pues por gozarlas en la muerte se dejaban arrebatar la vida. Pero un dia nos interrumpieron unos esbirros, llevandonos ante su senor el jedive, retrepado en un sillon de pedreria, oro y pavos reales, colocado sobre una tarima con baldaquin de damasco, y al pie, sobre los escalones echadas, mas de veinte doncellas desnudas bajo las transparentes sedas de la China con que se adornaban, las sartas de perlas de Ormuz y las redes de cadenillas de oro con turquesas y rubies, que entre todo, en vez de cubrir, resaltaban.
A senal del cruel jedive se abalanzaron los eunucos sobre nosotros; nos arrancaron los rusticos sayales y los toscos camelotes que cubrian nuestras verguenzas, y alla quedamos expuestos a la burla como nos parieron. El jedive participo de la sorpresa general ante la inesperada revelacion de la vaquerilla, que reverberaba con su humildad en toda la gloria, mas se repuso rapidamente soltando una carcajada. Se aproximo sin demora a contemplar el tesoro y mas abiertamente iba sonriendo cuanto mas de cerca la reconocia, pues se le reflejaba en el rostro lo que deseaba, mientras la vaquerilla, lejos de arrebujarse en verecunda timidez, recato por la afrenta que sufria, se mostraba divertida, mientras se lucia tentadora como nuestra madre Eva despues de la serpiente, que se daba cuenta de que aventajaba a las que sobre los escalones reposaban, sin necesidad de tules, cendales ni joyas.
Hasta que el jedive con un ademan mando a las mujeres cubrirla con una capa y conducirla, fuera, y con otro gesto levanto a las bailarinas que se llegaron en tropel y con tierna y sorprendida algarabia me transportaron en volandas.
Apenas si pude percatarme de que la nueva sala donde me condujeron tenia los ventanales abiertos sobre paradisiacos vergeles, donde se exhibian todas las flores y trinaban profusion de delicadas avecillas, y en el centro un estanque con tan transparente agua, que no distingui hasta ser empujado dentro, y al tiempo caian conmigo hasta una docena de ellas, quienes entretenidas con la diversion, riendo y gritando con gran alborozo, me lavaron y frotaron, llenaron de jabon, me zambulleron y restregaron con tanta delicadeza que acabe sonando si seria aquel el _ paraiso y aquellas las huries, que me secaron y tendieron en los mullidos damascos que cubrian el suelo, me perfumaron derramando aceites olorosos por todo el cuerpo, mientras me causaba enervacion el humo tenue que se extendia desde los pebeteros, y me transportaba el sabor dulzon del narguile que unas ponian en mi boca, mientras otras extendian los perfumes con suave tacto sobre mi piel, tensa y vibrante como tambor.
Tal grosor de costras de suciedad me quitaron del cuerpo, pues las tenia como conchas de galapago, que yo mismo me desconocia ahora; no me habia contemplado en mi ser natural desde que more la ultima vez en posada, antes de la religion. Musica dulce sonaba entretanto sin que aparecieran musicos a la vista, mientras intentaba arrancarles a las doncellas los cefiros de tul, proposito que me estorbaban con juegos y risas de gracia sin par, logrando defenderse con extrana y consumada habilidad, aunque las que me banaron los llevaban pegados a la piel, por efecto de la mojadura, tal y como si no existieran.
Entre las brumas del vapor y los perfumes y los sahumerios me percate de que era el palacio de porfido rojo, de jades y malaquitas, de marmoles blancos y rosas, extraidos sin duda de aquel monte que junto al Mar Rojo se levanta, por donde yo habia cruzado, el mismo punto que ocupaba Clysma, lugar donde los hijos de Israel atravesaron el mar a pie enjuto, y por milagroso poder de Dios, sobre las mudables arenas han quedado para eterno las huellas del carro del Faraon, que entre rueda y rueda hay veinticinco pies, y cada rueda dos pies de ancho; debia de causar espanto su vista pues parecia capaz el solo de aplastar al pueblo que huia.
Desperte sumergido en un barrizal que debia de ser donde mezclaban la tierra con paja para fabricar ladrillos, y sobre mi piel aquellas costras que ya parecian sempiternas, vestido con el sayal de peregrino. Aunque sentia tal dolor en la espalda como si me hubieran abierto. Despues vine en pensar que serian heridas de latigo. Mi primer impulso fue comprobar que conservaba la reliquia del santo madero, y despues el estado de la vaquerilla. Mas ella no se encontraba alli. Ni pude hallarla ni encontrar rastro.
Jamas me sintiera tan triste y derrotado. Entre aquella miseria solo me resulto reconocible el sonido sarcastico de la risa de Jordino, que mucho me molesto, rizandome los nervios como el cascabeleo de ponzonosa serpiente. Ya que fuera aquel el momento, nunca sospechado antes, en que en mi alma germino la pregunta de si la vaquerilla habia sido alguna vez realidad o solo creacion de aquel diablejo azufrino con pestilencias cainescas, el mas enconado y mortal enemigo de mi virtud. Pues que ni siquiera el Soberbio, unico habitante del primer circulo, el abad Meliar como se intitulaba con sarcasmo en los dias del convento, y de ello me estaba bien seguro, ni mucho menos Benito, que siempre se encaminaba por lo tolerante y persuasivo, demostraranme jamas tan acerba sana. Que sobre cumplir con su obligacion, fueron siempre cuidadosos con las formas, en contra de aquel Jordino que no alcanzaba mas alla de villano y bellaco, quien, satisfecho de su obra, como era mi evidente humillacion y ruina, me ofrecia su desprecio y abandonaba.
Pero quede aqui mi desahogo no vaya a escapar de sus garras para caer en las de Federico y Jacobo, que alla se las entiendan con sus frailes de turno y olvidense de este misero pecador que tan brevemente descuida la libre esclavitud que su alma debe al Altisimo Senor de la Creacion. Quien, sin duda, todo lo ha permitido para humillacion de mi ciega soberbia.
Dos dias permaneci sobre el barro sufriendo atroces dolores, con la sed tan en ascuas que aun chupando la tierra humeda seguian abrasadas mis entranas, sin que ningun sarraceno me auxiliase, antes bien tomaban por divertimiento escupirme y arrojarme piedras. Con gusto las recibiera y entregara mi vida, que era un fin de martirio y hubiera culminado mi deseo de morir si no fuera que antes precisaba de confesion; de otro modo inutil hubiera sido acabar para el solo provecho de mi enemigo que asi consiguiera lo que perseguia.
Me incorpore como pude y emprendi la huida camino de Alejandria, donde las naves genovesas y venecianas se citaban para cargar sedas y brocados de China y de la India, joyas, polvo de oro, piedras, especias y perfumes de la Arabia y del Oriente, que las naves indias traen al puerto de Clysma, en el Mar Rojo, alli donde se conservan las rodadas del carro del Faraon cuando persiguio a los israelitas hasta el mismo fondo del mar, que el no llego a cruzar.
IV
Ufano resultaba Jordino con el exito, algo cegado con aquella su punta de vanidoso y soberbio tan hiriente; caracoleaba con el mentiroso disimulo de quien pretende esconder su alegria. Y con la reiteracion de los espiritus vulgares, no escatimo ocasion durante el regreso, asi por mar como por tierra, de poner ante mis ojos unas graciles pantorrillas, unos muslos tentadores, el portento de unos senos flotantes de gracia en cada movimiento, y otros no menos provocadores fuertemente embridados, como el auriga sujeta los piafantes corceles.
Tal era mi enfado, no sabia si contra Jordino o contra mi mismo, pues siempre me fastidio sentirme gobernado, que no le advertia, y aquella mi repulsion era sincera. De otro modo lo hubiera notado y resultaria inutil. El peor dano que podia infligirle, lo sabia, era la indiferencia, demostrativa de que lejos de haberme esclavizado me sentia libre. Y como jamas concibiera en su soberbia que pudiera resistirle, le sorprendia no me rindiera ante las anagazas que iba tendiendome inutilmente durante el viaje, fuera con damas de alto bonete,