puesto musica apropiada, y a buscarla. Ella era joven, un poco vulgar, pero provocadora, sabia mostrar lo que se debe. Se besaron. Pensaba llevarla a cenar primero, pero para que perder tiempo.
– ?Diana! -apoyada contra el marco de la puerta, apenas manteniendose en pie, Mercedes parecia rescatar algo de lucidez como para darse cuenta de que no era el momento de estar sentada frente a una computadora.
Diana se sobresalto. Apago la maquina sin haberse tomado el trabajo de cerrarla correctamente, como quien es descubierto robando un bombon y lo tira debajo de la mesa.
– ?Que necesitas? Ya voy.
– Me estoy meando.
Diana la tomo del brazo y dejo que descargara su peso en ella. Fueron hasta el bano. La ayudo a sentarse en el inodoro.
– Tomaste mucho, Merce. Estoy preparandote un cafe.
La otra le agradecia con una media sonrisa y alguna palabra incomprensible mientras se subia la ropa interior con dificultad.
– Lavate un poco. Dale.
Mercedes se empapo la cara y levanto la cabeza. Por un instante, las dos mujeres quedaron mirandose en el espejo.
– Soy un asco.
– No sos un asco, se te corrio el maquillaje, nada mas. Ahora volves alla, te tomas el cafecito y ya esta.
– ?Para que? ?Para ver como tu hermanita se levanta a mi marido, a tu marido, al otro?
– No digas pavadas, Mercedes. Pasate mas agua, ?queres?
Mercedes no habia dejado de mirarla a traves del espejo. El exceso de maquillaje era ahora una mascara que le embarraba la tristeza.
– Mira que estoy vieja, ?eh?
– Estas bien, Mercedes. ?Que decis?
– Estoy vieja, no me mientas, ?estoy vieja!
– Te digo que no, estas preciosa. Si tenes una piel lindisima -le acaricio el cuello, pero la otra hizo un gesto brusco como si el roce de la mano la quemara.
– Vos porque tenes hijos -dijo con aspereza-. Vos podes envejecer tranquila.
XXI
El cafe tuvo la virtud de sofocar los efectos del vino hasta convertirlos en una resaca molesta. Mientras no intentara discursos pomposos, Mercedes podria, al menos, comer el postre en paz antes de que Lucio la metiera en el auto y la llevara a dormir la mona en su cama.
– Aqui estamos y con esta delicia -dijo Diana con la mayor alegria que pudo imprimir a su voz.
Lucio se levanto para ayudarla. De buena gana hubiera ofrecido el brazo a Mercedes, pero temio un nuevo desplante y prefirio la seguridad de la torta helada. Bruno era el unico que parecia rescatar algo positivo de aquella farsa. Dentro de su reserva, algo indefinible lo habia mantenido expectante, como si de un momento a otro fuera a desatarse una tormenta o a brillar un improvisado arco iris en la sala. Desde el mismo instante en que vio a Gabriela se disiparon sus dudas y tuvo claro cual era su papel esa noche. Quiza por eso le produjo un leve rechazo que en otras circunstancias no habria tenido justificacion. Gabriela le resultaba atractiva, como no, pero lo fastidiaba que hubieran montado esa escena para pescarlo y se resistia a seguirles el juego. Solo por Diana hacia el esfuerzo de no retirarse antes de tiempo. Le daba una pena inexplicable hacerle el desprecio de una despedida fuera de tono, como si aquel intento por conservar un cierto equilibrio de las cosas, ese ir y venir frenetico de la sala a la cocina, esa invisibilidad merecieran que alguien le rindiera un minimo tributo.
Gabriela se lucio cortando la torta y depositando las porciones en los platos, erguidas, perfectas, como si se hubiera entrenado toda la vida para eso. Mercedes proclamo que habia que brindar y, aunque nadie pudo pensar en una razon que valiera la pena, Nando trajo una botella de champan. Lucio se ofrecio para descorcharla, la agito con ganas y el corcho salio disparado con tan mala suerte que fue a dar justo en el cuadro familiar y atraveso la fragil tela. Hubo un momento de silencio que se hubiera podido cortar a navajazos, un momento de hielo en el que se agitaron las almas y cualquiera hubiera golpeado a cualquiera de buena gana. El corcho habia quedado encastrado en el pecho de Andres y a Diana le corrio por el cuerpo el escalofrio de que aquello fuera una premonicion terrible.
– ?Imbecil! -grito Mercedes-, ?mira lo que hiciste!
Lucio la miro con una severidad nueva que a ella no parecio importarle. Se habia puesto de pie y estaba parada en un delicado equilibrio sobre los almohadones, con el pelo enredado como una medusa decadente.
– Ya esta, Mercedes, calmate.
– ?Imbecil! -repitio-. ?No servis para nada!
– Por favor, Mercedes… Vamos a casa. Estas borracha. -Apoyo la botella en la mesa e hizo un movimiento hacia su esposa; antes de poder tocarla ella le salto al pecho y comenzo a golpearlo.
Lucio intentaba abrazarla, pero se habia transformado en una fiera y no habia manos que pudieran contenerla. Descargaba golpes e insultos y la excitacion parecia enfurecerla. Hasta que Lucio le dio con la mano en plena cara. El golpe produjo el efecto de romper el circulo de furia, pero dio paso a un desconcierto brutal. Mercedes se tocaba el rostro caliente. Cayo desplomada sobre los almohadones y se enrosco sobre su cuerpo hasta quedar tiritando convertida en un ovillo patetico. Lucio se veia destruido, como si el golpe hubiera rebotado y vuelto sobre el. Busco su saco y salio sin despedirse.
Mercedes tomo un sedante y se durmio. La acostaron en la cama de Gabriela y volvieron a la sala con la sensacion de estar acompanandose en un velorio. Eran casi las dos de la manana y el sopor del agotamiento empezaba a envolverlos en una neblina donde las emociones se mezclaban y no quedaba claro si primaba el cansancio o la amargura. Nando trajo cafe para todos.
– ?Chan, chan! -dijo con un tono que quiso ser gracioso, pero que no logro arrancar ni un atisbo de sonrisa.
– Tu amiga es una loca -Gabriela se habia estirado en el sillon, con las piernas un poco separadas, en una actitud indolente ya sin pretensiones de seducir a nadie.
– Esta angustiada.
– ?Y eso le da derecho a tratar asi al pobre hombre?
– Tomo demasiado -insistio Diana en su defensa.
– Antes de emborracharse ya estaba tratandolo mal -intervino Nando-. Y no la defiendas, por favor, toda la vida ha sido asi, una loca de mierda. No se como es tu amiga.
Diana apoyo la taza en el piso como si necesitara de todo su cuerpo para contestar.
– Yo no te elijo las amigas; no me elijas las mias, Nando. -Habia calma en su voz.
La casa dejo por un instante de ser una casa, la sala una sala, ellos ya no fueron ellos sino espectadores de un cuadro en el que los personajes eran otros. Nando abandono el cafe a medio tomar, dio las buenas noches y desaparecio en la oscuridad de su dormitorio. Gabriela hacia gestos desde el sillon, como quien aplaude sin hacer ruido y levantaba los pulgares. Pero Diana no se sentia vencedora de ninguna batalla. Sabia que aquello recien estaba empezando y que habia mucho por conversar. Fue hasta el cuadro y saco el corcho. Aliso la tela con la mano hasta que la marca no fue mas que una cicatriz en el saco aterciopelado de Andres.
– Ni se nota -dijo Gabriela.
– Si, se nota. Esta marca es para siempre.
– Se puede zurcir.
– ?Para que? Dejala, asi me acuerdo. Ademas, voy a tirar el costurero, sobre todo el dedal. Basta de dedales.
Bruno percibio que sobraba en aquella atmosfera construida sobre la base de relaciones antiguas. Se levanto