Salieron al jardin cuando el sol ya habia evaporado la escarcha y el cesped relucia como la cara fresca de un hombre recien afeitado. Diana iba delante. Gabriela volvia a ser la pequena; se dejaba guiar con un desconsuelo de cachorro perdido. Sentia que habia llegado al limite de las fuerzas y que no volveria a recuperar la calma hasta que todo aquello hubiera terminado. Subieron al auto en silencio y asi transitaron por las calles vacias. Gabriela apretaba la cajita contra el pecho y su mente se diluia en un mar blanco, una lechosidad parecida a la nada de donde vienen los vivos y adonde van los muertos.

Diana conducia con los brazos estirados y la cabeza inclinada hacia atras. Conducia sin pensar, como si la ruta estuviera marcada en un mapa imaginario o fuera un camino ineludible que debian recorrer si querian llegar a alguna parte. Y fue cuando el olor a sal le pego de lleno en la cara que supo que el viaje habia terminado.

– Aqui estamos.

– ?Vos crees que las cenizas se llevaran todo? -pregunto Gabriela temblando.

– Menos la memoria.

– ?Y para que sirve recordar?

– No se, supongo que para no seguir equivocandose.

– ?Y el dolor, Diana? ?Que se hace con tanto dolor?

– Tambien de eso se aprende.

Dejaron el auto en el promontorio frente al rio, donde habian estado el dia de la llegada, camino a la casa. El sol era ahora un sol de mediodia y calentaba el aire con una tibieza encantadora. Soplaba la brisa justa, que no era un viento destemplado ni la calma mansa que precede a la tormenta. Gabriela fue hasta el vertice de la loma y se detuvo unos centimetros antes de la pendiente. Llevaba la cajita como si fuera a ofrecerla en sacrificio. Apenas abrio la tapa, la inclino un poco y el aire hizo todo lo demas. Cerro los ojos con la sensacion de haber cumplido. Diana la miro emocionada. Se paro detras y la abrazo con fuerza. Gabriela le apreto las manos y se quedaron mudas hasta que las cenizas queridas se desvanecieron.

– Ya esta.

– No, Gaby, esto recien empieza. ?Como te sentis?

Gabriela iba a decir “bien”, pero vio tanta seriedad en la expresion de su hermana que no tuvo dudas de que aquella pregunta contenia tambien un desafio. Estaba descolocada, un poco aturdida. Penso unos segundos antes de responder.

– ?Que como me siento? Libre. ?Y vos?

– Con ganas de dejar huella -contesto Diana y arrastro a su hermana en una carrera desaforada hacia la orilla del rio ancho como mar.

Claudia Amengual

Claudia Amengual nacio en Montevideo, Uruguay, en 1969. Es traductora publica, docente de la Universidad ORT e investigadora en el area de la linguistica desde el enfoque socio-cultural. Coordina talleres de narracion y escribe cuentos, algunos de los cuales han sido publicados y otros premiados en concursos. Es autora de las novelas La rosa de Jerico (2000, Punto de Lectura, 2005), El vendedor de escobas (2002, Punto de Lectura, 2005) y Desde las cenizas (Alfaguara, 2005).

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