despues cerre la portezuela para dejarles pasar y la joven se detuvo y dijo: «?No me reconoce, doctor Faraday?». La mire a la cara y vi sus grandes ojos grises y sus dientecillos torcidos; de lo contrario no la hubiese reconocido. Llevaba un vestido barato de verano, con una falda de vuelo a la moda. Se habia hecho la permanente y aclarado el pelo incoloro, y llevaba colorete en las mejillas y los labios pintados de rojo; seguia siendo menuda, pero su delgadez habia desaparecido, o bien habia descubierto algun metodo artificial de realzar su figura. Calculo que tendria casi dieciseis anos. Me dijo que todavia vivia con sus padres y que su madre seguia «igual que siempre», pero que por fin habia conseguido el empleo que buscaba en una fabrica de bicicletas. El trabajo era muy monotono, pero las otras chicas eran «divertidas»; tenia libres las noches y los fines de semana y a menudo iba a bailar a Coventry. Hablaba enlazada del brazo con su chico. El aparentaba unos veintidos o veintitres anos: mas o menos la misma edad que Roderick.

Betty no hizo ninguna referencia a la investigacion ni aludio a la muerte de Caroline y yo me puse a pensar, mientras charlabamos, que tampoco iba a mencionar Hundreds, como si aquel oscuro parentesis no le hubiese dejado huella. Entonces la gente a la que habia visitado se asomo a la puerta de la casa y llamo al chico, y cuando el se fue la jovialidad de Betty parecio decaer ligeramente.

Dije, en voz baja:

– ?Asi que no te importa acercarte tanto a Hundreds, Betty?

Ella se ruborizo y nego con la cabeza.

– Pero no volveria a entrar en la casa. ?Ni por mil libras! Sueno con ella continuamente.

– ?Si? Yo ya no sueno nunca en eso.

– No pesadillas -dijo ella. Arrugo la nariz-. Suenos raros. Sobre todo sueno con la senora Ayres. Sueno que intenta regalarme cosas, joyas y broches y cosas asi. Y yo nunca quiero aceptarlos, no se por que; y al final ella se echa a llorar… Pobre senora Ayres. Era una senora tan buena. Tambien la senorita Caroline. No fue justo lo que les ocurrio, ?verdad?

Le dije que yo tambien lo pensaba. Nos entristecimos durante un momento, sin nada que decir. Pense que debiamos de formar una pareja de lo mas anodina para cualquiera que estuviera mirando; y sin embargo eramos los unicos supervivientes de los escombros de aquel ano terrible.

Despues el chico se nos acerco despacio y ella volvio a mostrarse vivaracha. Me dio la mano para despedirse, tomo al chico del brazo y se dirigieron hacia la parada de autobus. Les vi aguardandolo alli veinte minutos mas tarde, cuando volvi a mi coche: estaban jugueteando encima del banco, el la habia sentado en sus rodillas y ella pataleaba y se reia.

Hundreds Hall no se ha vendido todavia. Nadie tiene el dinero o el deseo de comprarlo. Durante un tiempo se hablo de que el municipio proyectaba convertirlo en un centro de formacion de profesores. Parece ser que luego un empresario de Birmingham penso en transformarlo en un hotel. Pero los rumores surgen y se quedan en nada; y en los ultimos tiempos hay cada vez menos. Probablemente el aspecto del lugar ha empezado a desanimar a la gente, porque los jardines, por supuesto, se han llenado de malezas y los hierbajos han invadido la terraza; los ninos han pintado con tiza garabatos en las paredes y tirado piedras a las ventanas, y la casa parece sumida en el caos como una fiera herida y devastada.

Voy alli siempre que me lo permiten mis tareas cotidianas. No han reemplazado ninguna cerradura y todavia conservo mis llaves. Muy de cuando en cuando descubro que alguien ha visitado el Hall en mi ausencia -un vagabundo o un allanador- y que ha intentado forzar la puerta; pero las puertas son solidas, y en conjunto la fama del Hall mantiene a raya a los intrusos. Y no hay nada que robar, porque los tios de Sussex se han llevado todo lo que Caroline no consiguio vender en las semanas que precedieron a su muerte.

Suelo dejar cerrados los postigos de las habitaciones de la planta baja. El segundo piso me ha causado cierta inquietud ultimamente: han aparecido agujeros en el techo, donde el mal tiempo ha desplazado tejas; una familia de golondrinas ha invadido el antiguo cuarto de dia de los ninos y ha construido alli un nido. Pongo unos cubos para recoger el agua de lluvia y he cerrado con tablas las ventanas mas rotas. Cada cierto tiempo recorro toda la casa barriendo el polvo y los excrementos de ratones. El techo del salon todavia aguanta, aunque con el tiempo acabara derrumbandose el estuco abombado. El dormitorio de Caroline sufre un continuo deterioro. La habitacion de Roderick, aun hoy, desprende un ligero olor a quemado… A pesar de todo esto, la casa conserva su belleza. En algunos sentidos es mas hermosa que nunca, porque sin las alfombras, los muebles y la pletora de objetos de cuando estaba habitada, se aprecian las lineas y las simetrias georgianas, las hermosas alternancias entre la luz y la sombra, la delicada sucesion de las habitaciones. Al deambular sin hacer ruido por los espacios en penumbra hasta me parece ver la casa tal como debio de verla el arquitecto cuando era nueva, con sus detalles de yeso recientes e incolumes y sus superficies inmaculadas. En estos momentos no queda rastro de los Ayres. Es como si la casa hubiera expulsado a la familia, al igual que los brotes de hierba borran una huella.

No comprendo mejor que hace tres anos lo que sucedio en el Hall. Una o dos veces he hablado de ello con Seeley. El se decanta firmemente por su antigua teoria racional de que Hundreds, en efecto, fue derrotado por la historia, destruido por su propia incapacidad de adaptarse a un mundo que cambiaba rapidamente. En su opinion, los Ayres, incapaces de avanzar al compas de los tiempos, simplemente optaron por recluirse; optaron por el suicidio y la locura. Dice que es probable que en toda Inglaterra haya otras familias antiguas de hacendados que esten desapareciendo de un modo identico.

Su teoria es bastante convincente; y sin embargo a veces me perturba. Recuerdo al pobre y bonachon Gyp; recuerdo las misteriosas manchas negras en las paredes y el techo de la habitacion de Roderick; vuelvo a ver las tres gotitas de sangre que una vez vi brotar en la blusa de seda de la senora Ayres. Y pienso en Caroline. Pienso en Caroline en los momentos anteriores a su muerte, atravesando el rellano iluminado por la luna. Pienso en ella exclamando: «?Tu!».

Nunca he intentado recordar a Seeley su segunda y mas extrana teoria: que a Hundreds lo consumio un germen oscuro, una voraz criatura de sombra, un «ocupante» incubado por el inconsciente intranquilo de alguien relacionado con la casa. Pero en mis visitas solitarias me he vuelto cada vez mas vigilante. Alguna que otra vez intuire una presencia o percibire un movimiento con el rabillo del ojo y el corazon me dara un vuelco de miedo y expectacion: me imaginare que el secreto esta por fin a punto de serme revelado; que vere lo que vio Caroline y lo reconocere, como ella hizo.

Sin embargo, si Hundreds Hall esta hechizado, su fantasma no se me aparece. En efecto, me doy la vuelta y me llevo una desilusion cuando comprendo que lo que estoy mirando es solo un cristal de ventana rajado, y que en el la cara que mira distorsionada, perpleja y ansiosa, es la mia.

Agradecimientos

Gracias por el apoyo generoso de todos mis primeros lectores: Alison Oram, Sally O-J, Antony Topping, Hirani Himona, Jennifer Vaughan y Ceri Williams. Gracias a mi agente, Judith Murray, y a mis correctores del Reino Unido, Estados Unidos y Canada: Lennie Goodings, Megan Lynch y Lara Hinchberger. Gracias a la plantilla de Greene & Heaton Ltd., Little, Brown, Riverhead y McClelland & Stewart, que leyeron y comentaron el manuscrito. Gracias a Hilda Walsh por su asesoramiento sobre musculos. Gracias especiales a Angela Hewins por sus pacientes respuestas a mis torpes dudas sobre la vida en Warwickshire. Gracias aun mas especiales a Lucy Vaughan.

Parte de El ocupante fueescrita durante un mes inspirado en el refugio para escritoras de Hedgebrook, en Whidbey Island, y estoy enormemente agradecida al personal de Hedgebrook por facilitar esta estancia, y a las autoras que conoci durante ella.

Estoy asimismo en deuda con diversas obras no narrativas. Entre ellas figuran: Phantasms of the Living, de Edmund Gurney, Frederic W. H. Myers y Frank Podmore (Londres, 1886); The Night Side of Nature, de Catherine Crowe (Londres, 1848); Poltergeist over England de Harry Price (Londres, 1945); Haunted People,

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