Debia ser valiente con Patrice, mientras que con Etienne tenia derecho a lo que nos prohibimos ante las personas que amamos: el miedo, la desesperacion.
Parecia tan tranquila como por la manana, al telefono. Los dos se quedaron callados un momento y despues ella dijo que no era cancer de pulmon, sino de mama. El origen estaba en la mama, el pulmon era una metastasis. Por la tarde le habian hecho una escintigrafia para saber si tambien estaba afectado el hueso, y el resultado habia sido incierto o quiza todavia no se habian atrevido a decirselo. De todas formas, era maligno.
Etienne penso en una frase que le habia impresionado en un libro del biologo Laurent Schwartz: la celula cancerosa es la unica cosa viva inmortal. Penso tambien: tiene treinta y tres anos. En lugar de sentarse en la butaca, cerca de la cama, apoyo las posaderas lo mas lejos posible de Juliette, en el enorme radiador de hierro que difundia en la habitacion un calor sofocante. Como ella ya no decia nada, hablo el. Le dijo que a partir de aquel momento todo iba a cambiar todos los dias: los tratamientos, los protocolos, las esperanzas, las falsas esperanzas, es lo mas duro de la enfermedad y tenia que prepararse. Le dijo que limitase al maximo las visitas de personas bienintencionadas que lo unico que hacian era robarte energia. Le dijo que lo esencial era aguantar dia tras dia. Ahorrar energias. Si se encontraba lo bastante bien para pensar en reanudar su trabajo, se acaboVienne, demasiado pesado, tendria que pedir el traslado a Lyon, como el. Fue muy autoritario a este respecto, llego incluso a proponerle escribir el la carta y hablar del asunto con el primer presidente del tribunal de apelacion, en Grenoble. No volvio a hablar de las ninas, ni de que se preparase para dejarlas, ni de prepararlas a ellas. Sabia que era en lo que pensaba Juliette, pero no tenia que decir por el momento nada mas que lo que le habia dicho la otra vez, en la clinica protestante, y se callo.
Hubo aun otro silencio y luego Juliette dijo que no queria que la desposeyeran de su enfermedad, como habian hecho a los dieciseis anos. Sus padres habian puesto todo su amor, toda su energia, toda su ciencia en protegerla, si hubieran podido habrian sufrido el cancer en su lugar, pero ella ya no queria que otros lo sufrieran por ella. Queria vivirlo plenamente, hasta la muerte, si es lo que la esperaba al final, como parecia probable, y contaba con Etienne para que la ayudase.
?Te acuerdas de la primera noche de tu enfermedad, la primera vez?, le pregunto el. ?La noche siguiente al dia en que te dijeron que tenias cancer?
No, Juliette no se acordaba. No se acordaba de haber oido las palabras: tienes cancer. Tampoco se acordaba de haber comprendido, posteriormente, que lo que habia tenido era un cancer. Lo habia comprendido, forzosamente, puesto que lo sabia, pero se le escapaba el momento en que habia pasado de la ignorancia o de la confusion al conocimiento, el momento en que habia sido pronunciada la palabra. ?Comprendes lo que yo llamo verme desposeida de mi enfermedad?
Muy bien, dijo Etienne. Entonces tu primera noche es esta. Voy a hablarte de la mia, es importante.
Ya he contado que al final de mi primer encuentro con Etienne, al cabo de dos horas de monologo, del que sali con la sensacion de que me habian metido el cerebro en una centrifugadora, se volvio hacia mi y me dijo: esta historia de la primera noche es quiza para usted, pienselo. Lo pense y me puse a escribir este libro. El volvio a hablar del asunto despues de nuestra primera entrevista a solas, y yo anote con la mayor precision que pude el relato de aquella noche en el Instituto Curie, con la rata que le devora y la frase misteriosa que le salva por la manana. No entendi mucho de la historia pero pense que si, que era importante, y que volveriamos a hablarlo un dia u otro, y que entonces quiza lo comprendiese mejor. Y hete aqui: tres meses mas tarde, siempre en la cocina a cuya mesa nos sentamos delante de un cafe solo, me cuenta su visita a Juliette el dia en que ella supo que tenia cancer. El me repite lo que le dijo a ella, y yo le escucho avidamente pero la frase salvadora se me sigue escapando. Tomo notas. Al dia siguiente busco en mi libreta anterior las que habia tomado la primera vez. Son identicas. Son, practicamente, las mismas frases decepcionantes, privadas del fulgor de oraculo que brillaba, dice Etienne, en
Fritz Zorn hunde el clavo mas adentro: «La herencia de mis padres en mi es como un gigantesco tumor canceroso; todo lo que sufre por su causa, mi miseria, mi tormento y mi desesperacion, soy yo.» Etienne no dice esto, no dice que una neurosis familiar o social haya adquirido la forma de un tumor que pesa sobre su alma, pero dice y repite en todos los tonos: mi enfermedad soy yo. No es exterior a mi. Ahora bien, lo que dice aqui, lo que dice en todo caso algo o alguien en el fondo de el mismo, es lo contrario de lo que dice a la luz del dia, en voz alta. A la luz del dia, en voz alta, dice lo mismo que Susan Sontag, que ha escrito al respecto un ensayo hermoso y digno,
Antes de dejar a Juliette, le dijo: no se lo que va a pasar esta noche, pero va a pasar algo. Manana seras distinta. Cuando volvio, a la misma hora de la tarde del dia siguiente, ella tenia la cara descompuesta. Le dijo: no ha funcionado. No he conseguido esa especie de conversion de la que hablas. No consigo ver la enfermedad como tu, en realidad no he entendido bien como la veias tu. Es ridiculo, pero yo la veo ahi, como algo que me acecha en esa butaca.
Le mostro la butaca de escay negro, con tubos de metal, donde aquella tarde el no se habia sentado, optando por el radiador.
(Al leer esta pagina, tres anos mas tarde, Etienne me dijo que aquella cosa agazapada en la butaca, al acecho, le habia hecho pensar en mi zorro, en el sofa de Francois Roustang. Yo pienso, por mi parte, que Juliette dijo aquel dia lo contrario de lo que dice Etienne: mi enfermedad es externa. Me mata, pero no soy yo. Y tambien creo que ella nunca la vio de otra manera.)Pues bien, has vivido tu primera noche, le dijo Etienne. Empiezas tu relacion con la enfermedad. Le has cedido un espacio, no todo el espacio. Esta bien.
Juliette no parecio convencida. Suspiro, como alguien que ha suspendido un examen y que prefiere no hablar de el, y luego dijo, tristemente: mis hijas no se acordaran de mi.
Tu tampoco te acuerdas de tu madre cuando eras pequena. Ni yo de la mia. Ya no vemos la cara que tenian. Sin embargo, nos habitan.
Se acuerda de estas palabras que, dice, se le ocurrieron sin pensarlo. Y, tambien sin pensarlo, le digo: me has hablado mucho de tu padre, pero no de tu madre. Hablame de ella. Me mira un poco asombrado, guarda un momento de silencio, aparentemente no se le ocurre nada, y despues se lanza. Cuenta una infancia solitaria en Jerusalen, donde el abuelo dirigia el hospital frances. La nieta no iba a la escuela, su madre le daba clases. Durante mucho tiempo solo conocio del mundo un circulo familiar ansioso y recluido. El padre de Etienne tambien fue educado en una gran soledad, fueron dos soledades que se encontraron. Ella amo con todo el amor de que era capaz a aquel hombre excentrico, insumiso, desgraciado. Supo proteger a los hijos de la depresion de su marido, transmitirles una libertad y una aptitud para la felicidad que ella y el no poseian,