En un momento de la temporada que pase en el juzgado de primera instancia, la senora Dupraz, la secretaria con la que Juliette se entendia mejor, me hablo de la tutela de menores, de las que se ocupaban las dos todos los martes. Cuando en una familia muere uno de los progenitores y deja una herencia a sus hijos, el juez de tutelas tiene por mision salvaguardar sus intereses y para ello controlar el uso del capital que hace el conyuge superviviente. Debe darle cuenta un mes o dos despues de la muerte del consorte, y algunos toman a mal lo que consideran una injerencia en la vida familiar. Lo cierto es que el viudo o la viuda no pueden sacar un centimo de la cuenta de su hijo sin la autorizacion del juez, y los bancos son a este respecto tanto mas estrictos porque en el caso de que incumplan esta normativa pueden ser condenados a reembolsar la suma. La mayoria de las peticiones no plantean problemas y Juliette adquirio pronto la costumbre de firmar fajos enteros de mandamientos judiciales en junio, para las vacaciones, y en diciembre, para los regalos navidenos. Pero a veces ocurre que la frontera entre el interes del nino y el del adulto no esta clara. Se puede autorizar la reparacion de un tejado porque es mejor para el nino tener un techo sin goteras sobre su cabeza. Pero tambien es mejor para el tener un padre al que no le persigan los ujieres, ?y esto significa que su capital puede servir para saldar las deudas paternas? Esto compete a la capacidad de apreciacion del juez y hace falta mucho tacto para que estos arbitrajes se hagan con la menor interferencia posible. Juliette, me dijo la senora Dupraz, destacaba en esta justicia tan humana, con la que Patrice acaba de tener contacto. Pensando en el, Dupraz se acordo emocionada de un joven al que habian recibido para la apertura de su expediente. Acababa de perder a su mujer, tenian dos hijos pequenos, y su forma de hablar de ella y de ellos, la nobleza y la simplicidad de su afliccion las habian conmovido. Ademas era guapo, tan guapo que entre ellas paso a ser una broma ritual decir: oye, a ese habria que citarle mas a menudo. Me pregunto si Juliette, antes de morir, evocaria este episodio, recordaria a aquel joven viudo tan guapo, tan dulce, tan desvalido. Me pregunto si imagino la entrevista que tendria Patrice en este despacho del juez de tutelas que habia sido el suyo, y la impresion que causaria a la persona que lo ocupase, dos o tres meses despues de su muerte. Sin duda.
Philippe, que dos o tres veces por semana tiene por costumbre salir a correr temprano por la manana, convencio a Patrice de que le acompanara: le despejaria la cabeza. Corrian por todos los caminos del campo alrededor de Rosier, a un ritmo muy lento, a la vez porque Patrice no estaba entrenado y para poder hablar. Patrice confiaba a Philippe lo que no se atrevia a decirle a Juliette. Se reprochaba no apoyarla mas, huir de ella en algunos momentos. Tambien era penoso estar los dos todo el tiempo en casa, ella postrada en el sofa de la sala con su bombona de oxigeno, tratando de leer, dormitando, sufriendo y, por otra parte, sin reclamar la presencia de Patrice, que, refugiado en el sotano, en el cuarto que le servia de taller, fingia vagamente que trabajaba y en realidad se aturdia con videojuegos. Martin, el hijo de Laurent y Christine, iba a verle algunas veces y se pasaban horas intentando despegar con aviones o disparando bazucas contra huestes de enemigos. A Juliette no le gustaba que perdiese el tiempo de aquel modo, pero al mismo tiempo se daba cuenta de que el necesitaba aquella anestesia. En cuanto se detenia, el carrusel volvia a dar vueltas en su cabeza: miedo, piedad, verguenza, amor ilimitado y luego las preguntas sin respuesta. Ya no: ?se va a morir?, sino: ?cuando se morira? ?Podriamos haber hecho algo para evitarlo? Si hubieran detectado el tumor antes, ?habria cambiado algo? ?El primer cancer no habia tenido algo que ver con Chernobil, y el segundo con la linea de alta tension que se encontraba a cincuenta metros de su casa anterior? Habia leido un estudio muy alarmante sobre el tema en la revista
Philippe se inquietaba al escucharle. Temia que no soportase el golpe, que a la muerte de Juliette no consiguiera salir adelante. Philippe, a su vez, piensa que el mismo no lo aguantaria: si se muriese Anne-Cecile, el mundo se derrumbaria para el, no solo seria infeliz, sino que estaria perdido. No sabria manejarse. Y Philippe, hoy, admira tanto mas a Patrice al ver que aguanta el golpe, que sale adelante, que se maneja. Al que se asombra, Patrice le dice: yo me tomo la vida como viene. Tengo tres hijas que educar y las educo. Es muy raro verle deprimido. Aguanta. Me descubro ante el, dice Philippe.
Aparte de las misiones que les asignaba, Juliette, por su parte, se confio poco a sus amigos, si por confiarse se entiende decir cosas que es inutil decir, cosas respecto a las cuales el otro no puede hacer nada. Esto para ella habria sido quejarse, y no queria quejarse. Cuando Christine o Anne-Cecile, por la tarde, pasaban a tomar una taza de te y a charlar, decia que los dias transcurrian lentamente, entre la butaca y el sofa, en una siesta perpetua constelada de nauseas, que no tenia fuerzas para leer, apenas para ver una pelicula de vez en cuando, que la vida se encogia y que no era divertido, pero no se extendia mas sobre el asunto, ?para que? Sufria, y lo confesaba, por no poder ocuparse mas de las ninas. Y no hablemos ya de ir a ver bailar a Amelie en el teatro de Vienne; estaba tan agotada que ni siquiera conseguia leerles cuentos. Aunque habria tenido que aprovechar aquellos momentos que eran sin duda los ultimos de su vida juntos, por la noche solo tenia un deseo, que ellas dejaran de alborotar, que Patrice las acostara y se durmiesen. Esto la entristecia mucho. Y a este respecto ella, que no repetia nunca sus instrucciones, volvia una y otra vez a la carga: les hablaras de mi, ?eh? ?Les diras que luche? ?Que hice todo lo que pude para no dejarlas?
Le preocupaban tambien sus padres. Si solo hubiese dependido de ellos, habrian ido a instalarse a Rosier para rodearla, en la impotencia espantosa a la que se veian reducidos, estar presentes al menos, estar cerca de ella, pero al cabo de unos dias Juliette preferia que se fueran. Por muchos esfuerzos que hicieran, su opinion de Patrice la heria, el malestar de Patrice la humillaba, y ademas aquel no era su sitio. Su presencia habria vuelto a convertirla en la nina que ya no queria ser, la nina a la que quince anos antes habian protegido del primer cancer. Al decir «mi familia», pensaba en la que ella habia creado, no en la familia donde habia nacido. El tiempo y la energia disminuian, hacia en su vida la eleccion de lo que habia elegido, no de lo que habia heredado. Sin embargo, amaba a sus padres. Sabia lo doloroso que era para ellos que les mantuvieran al margen de su muerte, tambien a ellos habria querido ayudarlos, pero no sabia como, y Christine y Anne-Cecile tampoco habrian sabido como hacerlo en su lugar.
Sus amigas estaban bien dispuestas, como ellas decian, a
Un dia le dije a Etienne: yo no conocia a Juliette, este duelo no es el mio, nada me autoriza a hablar de el. Me respondio: es eso lo que te autoriza, y en mi caso, en cierto modo, ocurre lo mismo. Su enfermedad no era la mia. Cuando me lo anuncio, pense: ?uf!, es ella, no yo, y quiza porque pense esto, porque no me avergonce de pensarlo, pude hacerle un poco de bien. En algun momento, para que ella me sintiera mas presente, quise acordarme de mi segundo cancer, del miedo que tenia a la muerte, de la soledad aterradora…, y no dio resultado. Podia pensar en el, por supuesto, pero no sentirlo. Me dije: tanto mejor. Era ella la que iba a morir, no yo. Su muerte me trastornaba como pocas cosas me han trastornado en mi vida, pero no me invadia. Yo estaba delante de ella, cerca de ella, pero en mi lugar.
Nunca era el quien telefoneaba, sino ella. El no le decia nada reconfortante, pero ella podia decirle todo sin miedo a hacerle dano. Todo, es decir, el horror. El horror moral de imaginar el mundo sin ella, de saber que no veria crecer a sus hijas, pero tambien el horror fisico, que cada vez ocupaba mas espacio. El horror del cuerpo que se rebela porque siente que va a ser aniquilado. El horror de saber en cada chequeo algo nuevo que cambia la situacion siempre a peor: tratas de pensar que no puede ser que
La autorizacion de Etienne la ayudo. La tenia en reserva, como una ampolla de cianuro cuando existe riesgo de tortura, y decidio continuar un poco mas. Esperaba sentirse aliviada el dia en que los medicos le dijeran: escuche, ya no hay nada que hacer, ahora la dejamos tranquila, y le sorprendio sentirse tan abrumada cuando el dia llego, en el mes de mayo. Le comunicaron que interrumpian la herceptina, que le creaba problemas cardiacos sin que en contrapartida se observasen efectos beneficiosos. No se lo dijeron tan abiertamente como ella se habia