– ?Solo eso?
– ?Solo que?
– Que lo supone. Que no esta seguro.
– Claro que estoy seguro. ?Como no vamos a ser amigos, si hace dos anos que compartimos habitacion?
– Exactamente -se permitio observar Brunetti y volvio a fijar la atencion en los papeles. Al cabo de lo que le parecio mucho rato, pregunto:
– ?Hacen cosas juntos? -Y, antes de que Filippi pudiera preguntar a quien se referia, aclaro-: Usted y su companero de habitacion, el cadete Cappellini.
– ?Que quiere decir?
– Actividades. Estudio. Deportes. Otras cosas.
– ?Que otras cosas? -pregunto Filippi con recelo.
– ?Cazar? -pregunto Vianello sorprendiendolos a ambos.
Bruscamente, casi como si hubiera olvidado la presencia de aquel otro hombre, Filippi volvio la cabeza hacia Vianello y pregunto en un tono una octava mas alto:
– ?Como?
– ?Pescar? ?Cazar? -pregunto Vianello con inocente curiosidad, y agrego-: ?Futbol?
Filippi alargo la mano en direccion a los guantes, pero se detuvo y puso las dos manos juntas encima de}a mesa, frente a si.
– Quiero que venga un abogado -dijo.
Con toda naturalidad, como si Filippi hubiera pedido un vaso de agua, Brunetti dijo:
– Desde luego. -Se inclino hacia el microfono, indico la hora y dijo que la entrevista quedaba interrumpida.
25
Cuando el chico dijo que no conocia a ningun abogado, lo dejaron solo en una habitacion y le permitieron llamar a su padre. Al cabo de unos minutos, salio y dijo que dentro de una hora su padre estaria alli con un abogado. Brunetti llamo a un agente y le pidio que acompanara al cadete a la sala de interrogatorios y dijo a Filippi que lo tendrian alli, sin ser molestado, hasta que llegara su padre. Cortesmente, Brunetti le pregunto si deseaba comer o beber algo, pero el muchacho rehuso. En el tono de su negativa, Brunetti vio a generaciones de interpretes de peliculas de la serie B rechazando el panuelo que ofrece el jefe del peloton de fusilamiento.
Tan pronto como se llevaron al cadete, Brunetti dijo a Vianello que se quedara esperando al comandante Filippi y al abogado y que procurara entretenerlos todo lo posible antes de permitirles ver al chico.
El comisario llamo entonces a Pucetti y le pidio que lo esperase en la lancha, que el bajaria en un momento.
– ?Adonde va? -pregunto un desconcertado Vianello.
– A la academia. Quiero hablar con el joven Cappellini antes de que ellos puedan ponerse en contacto con el -dijo Brunetti-. Dejeles hablar a solas con el chico tanto rato como quieran. Si es preciso, permita que se lo lleven. Pero procure alargarlo todo lo posible. Haga cuanto pueda por demorarlos. -Y se fue sin esperar la respuesta de Vianello.
La lancha estaba frente a la
Pasados los primeros momentos de excitacion, Brunetti casi se avergonzo de que, incluso frente a la muerte y la mentira, el aun fuera capaz de disfrutar con el simple placer de la velocidad. Sabia que aquello no era una excursion de colegio ni una persecucion de pelicula de policias y ladrones y, no obstante, el viento de la carrera y el ritmico golpeteo de las olas en la proa le producian un vertigo de gozo.
Miro a Pucetti y experimento un cierto alivio al ver sus propios sentimientos reflejados en la cara del joven. Pasaban por el lado de las otras embarcaciones como una exhalacion. Brunetti veia como la gente volvia la cabeza para seguir con la mirada su rapido avance por el canal arriba. Pero muy pronto el piloto entro en Rio di Sant'Eufemia, puso la marcha atras y la embarcacion se deslizo en silencio hacia la orilla izquierda del canal. Mientras saltaban a tierra, Brunetti se pregunto si habria estado acertado al hacerse acompanar por el amable Pucetti en lugar de haber traido, por ejemplo, a un Alvise que, aun siendo igual de buena persona, ofrecia, profesionalmente, la ventaja de tener aspecto de maton.
– Quiero asustar a este chico -dijo Brunetti, al echar a andar por la
Cuando cruzaban el patio, Brunetti percibio cierto movimiento o alteracion a su derecha, donde caminaba Pucetti. Sin aminorar el paso, lanzo una mirada rapida, y casi tuvo que pararse, de la sorpresa. Pucetti, cuyos hombros parecian ahora mas robustos, habia adoptado el andar de un boxeador o de un estibador: la cabeza inclinada hacia adelante, el cuello dilatado, las manos entrecerradas, aguardando la orden de convertirse en punos, el paso firme, desafiando al suelo a oponerse a su avance.
La mirada de Pucetti recorria el patio, pasando de un cadete a otro con depredadora celeridad. Su boca tenia gesto de hambre y de sus ojos habian desaparecido la cordialidad y el buen humor que habitualmente los animaban.
Brunetti aminoro la marcha automaticamente, dejando que Pucetti se adelantara, como un buque de crucero se hace a un lado en el Antartico, para situarse a la zaga del rompehielos. Los pocos cadetes que habia en el patio enmudecian a su paso.
Pucetti subio de dos en dos los peldanos de la escalera del dormitorio, y Brunetti lo siguio, mas despacio. Al llegar a la puerta de la habitacion de Filippi, Pucetti levanto el puno y dio dos fuertes golpes, seguidos rapidamente de otros dos. Desde el extremo del corredor, Brunetti oyo el grito agudo que sono en el interior y vio a Pucetti abrir la puerta violentamente haciendola rebotar en la pared.
Cuando Brunetti llego a la puerta, Pucetti estaba a un paso del umbral, con las manos levantadas casi a la altura del pecho. Sus hombros parecian aun mas anchos que antes.
En la litera superior habia un muchacho rubio y delgado, con las mejillas acribilladas de acne, medio sentado y medio echado, con la espalda pegada a la pared y las rodillas dobladas, como si temiera dejar los pies colgando al alcance de los dientes de Pucetti. Cuando Brunetti entro, Cappellini levanto una mano, pero era para pedir a Brunetti que se acercara, no que se parase.
– ?Que quieren? -pregunto el chico, sin poder disimular el terror.
A esto, Pucetti giro lentamente la cabeza hacia Brunetti y levanto la barbilla como para preguntar si queria que trepase a la litera y arrojase al suelo al chico.
– No, Pucetti -dijo el comisario en el tono de voz que generalmente se usa con los perros.
Pucetti bajo las manos, pero no del todo, volvio a mirar al chico y cerro la puerta de un golpe de tacon.
En el reverbero del portazo, Brunetti pregunto:
– ?Cappellini?
– Si, senor.
– ?Donde estaba la noche en que mataron al cadete Moro?
– Yo no lo hice -grito con voz aguda el chico, muy asustado para poder pensar y darse cuenta de lo que acababa de admitir-. Yo ni lo toque.
– Pero lo sabe -dijo Brunetti con voz firme, como si repitiera algo que ya le habia dicho otra persona.
– Si. Pero yo no tuve nada que ver -insistio el chico, tratando de echar el cuerpo hacia atras, pero ya sentia la pared en la espalda, no tenia escapatoria.
– ?Quien fue? -agrego Brunetti, frenandose de sugerir el nombre de Filippi. Al ver que el chico vacilaba, agrego-: Digamelo.
Cappellini dudaba, calculando si no seria peor este peligro que aquel otro con el que convivia. Evidentemente,