se decanto por Brunetti, porque dijo:
– Filippi. Todo fue idea suya.
Este reconocimiento tuvo el efecto de hacer que Pucetti bajara las manos, y Brunetti percibio como se relajaba el cuerpo del agente, al deponer este su actitud de amenaza. Estaba seguro de que, si apartaba la mirada de Cappellini, veria que Pucetti habia recuperado su tamano normal.
El chico se calmo, minimamente por lo menos. Se deslizo unos centimetros sobre el colchon, extendio las piernas y dejo colgar un pie por el borde de la litera.
– Filippi lo odiaba -dijo-. No se por que, pero lo habia odiado siempre, y nos decia que todos teniamos que odiarlo, que era un traidor. Su familia era una familia de traidores. -Al ver que Brunetti no hacia a esto comentario alguno, Cappellini agrego-: Es lo que decia el. Que Moro padre, tambien.
– ?Sabe por que decia eso? -pregunto Brunetti suavizando el tono de voz.
– No, senor. Eso era lo que nos decia.
Por mucho que Brunetti deseara saber quienes eran los otros, comprendia que indagar ahora en ello seria abrir un inciso que romperia el ritmo del interrogatorio, y pregunto:
– ?Moro protestaba o se defendia? -Al percibir la vacilacion de Cappellini, agrego-: Cuando Filippi le llamaba traidor.
Cappellini parecio sorprendido por la pregunta. -Naturalmente. Tuvieron mas de una pelea, y una vez Moro le pego, pero los separaron. -Cappellini se paso la mano derecha por el pelo, apoyo las dos manos en la cama y bajo la cabeza. La pausa se prolongaba, Pucetti y Brunetti hubieran podido ser dos figuras de piedra.
– ?Que paso aquella noche? -pregunto Brunetti finalmente.
– Filippi llego tarde. No se si tenia permiso o uso su llave -explico Cappellini con naturalidad, como si diera por descontado que ellos estaban ai corriente del trafico de llaves-. No se con quien habria estado; seguramente, con su padre. Siempre parecia mas furioso cuando volvia de ver a su padre. Bueno, cuando entro… -Con un ademan, Cappellini senalo el espacio que tenia ante si, el mismo que ahora ocupaban los dos inmoviles policias-. Empezo a hablar de Moro y de lo muy traidor que era. Yo queria seguir durmiendo y le dije que se callara.
Aqui se interrumpio, hasta que Brunetti se sintio obligado a preguntar:
– ?Y que ocurrio entonces?
– Que me pego. Se acerco a la litera, levanto el brazo y me pego. Un punetazo en el hombro, no muy fuerte, como para demostrar lo furioso que estaba. Y no hacia mas que repetir que Moro era un mierda y un traidor.
Brunetti confiaba en que el muchacho continuara. Y asi lo hizo.
– Entonces se fue, dio media vuelta y salio de la habitacion, quiza fue a buscar a Maselli y Zanchi, no se. -El chico callo y miro al suelo.
– ?Y que paso entonces?
Cappellini levanto la cabeza hacia Brunetti.
– No lo se. Volvi a dormirme.
– ?Que paso, Davide? -pregunto Pucetti.
De pronto, Cappcllini se echo a llorar o, por lo menos, las lagrimas empezaron a resbalarle por las mejillas. Sin enjugarlas, siguio hablando.
– Volvio al cabo de un rato, no se cuanto, pero me desperte cuando entro. Y note que habia pasado algo malo. Solo por la manera en que entro. No trato de despertarme ni nada. Pero algo me desperto, como una especie de energia en el aire. Me sente en la cama y encendi la luz. Y el estaba ahi, como si acabara de ver algo horrible. Le pregunte que tenia, y el me dijo que no era nada, que volviera a dormirme. Pero yo sabia que habia pasado algo malo.
Las lagrimas le resbalaban por la cara, como si fueran independientes de los ojos. No hipaba ni las secaba. Le corrian por las mejillas y le caian en la camisa, oscureciendo la tela.
– Seguramente, volvi a dormirme, y lo siguiente que recuerdo es haber oido a gente que corria por los pasillos, gritando y metiendo ruido. Eso me desperto. Entonces entro Zanchi, que desperto a Filippi y le dijo algo. A mi no me hablaron, pero Zanchi me miro de un modo que me hizo comprender que tenia que callarme.
Volvio a interrumpirse, y los dos policias miraban sus lagrimas. El senalo a Pucetti con un movimiento de la cabeza:
– Entonces vinieron ustedes y empezaron a hacer preguntas, y yo dije lo mismo que todos, que no sabia nada. -Pucetti agito ligeramente la mano derecha en el aire, en un ademan de comprension. El chico levanto una mano y se enjugo las lagrimas del lado derecho de la cara, olvidando las otras-. No podia hacer otra cosa. -Ahora, con la parte interior del codo izquierdo, se seco todas las lagrimas. Cuando su cara emergio, dijo-: Y luego ya era tarde para decir nada. A nadie.
El chico miro a Pucetti, despues a Bruneiti y, finalmente, se miro las manos que se apretaba en el regazo. Brunetti miro a Pucetti, pero ninguno de los dos se arriesgo a decir palabra.
Al otro lado de la puerta, se oyeron pasos que volvieron al cabo de un minuto, pero no se pararon. Finalmente, Brunetti pregunto:
– ?Que dicen los otros chicos? Cappellini se encogio de hombros por toda respuesta.
– ?Lo saben, Davide? -pregunto Pucetti. Otra vez se encogio de hombros el chico, pero luego dijo:
– No lo se. Nadie habla de ello. Es casi como si no hubiera ocurrido. Tampoco los profesores hablan.
– Tengo entendido que se celebro una especie de ceremonia -dijo Pucetti.
– Si; pero fue una estupidez. Leyeron oraciones y cosas asi. Pero nadie dijo nada.
– ?Como se ha comportado Filippi desde entonces? -pregunto Brunetti.
Fue como si el chico no hubiera pensado en ello hasta ese momento. Levanto la cabeza y tanto Brunetti como Pucetti observaron que su propia respuesta lo sorprendia.
– Lo mismo que siempre. Como si no hubiera ocurrido nada.
– ?A ti te ha dicho algo de aquello? -pregunto Pucetti.
– En realidad, nada. Pero al dia siguiente, es decir, el dia en que lo encontraron y ustedes vinieron a la escuela y empezaron a hacer preguntas, me dijo que confiaba en que me hubiera dado cuenta de lo que les pasa a los traidores.
– ?Que cree que quiso decir? -pregunto Brunetti.
El chico dio entonces la primera muestra de genio desde que los policias habian entrado en su cuarto.
– Esa es una pregunta estupida.
– Si; seguramente -admitio Brunetti-. ?Donde estan los otros dos? -pregunto-. Zanchi y Maselli.
– Tercera puerta de la derecha.
– ?Estas bien, Davide? -pregunto Pucetti.
El muchacho movio la cabeza de arriba abajo una vez, luego otra y se quedo con la barbilla apoyada en el pecho, mirandose las manos.
Brunetti indico a Pucetti con una sena que debian marcharse. El chico no levanto la cabeza cuando se movieron ni cuando abrieron la puerta. En el pasillo, Pucetti pregunto:
– ?Ahora, que?
– ?Recuerda que edad tienen esos chicos, Zanchi y Maselli? -dijo Brunetti a modo de respuesta.
Pucetti movio la cabeza negativamente, gesto que Brunetti interpreto como que los dos eran menores y, por consiguiente, solo podian ser interrogados en presencia de un abogado o de los padres, por lo menos, para que lo que declarasen tuviera validez juridica.
En aquel momento, Brunetti comprendio que no habia servido de nada venir a toda velocidad a hablar con este chico y le peso haber cedido al impulso de seguir la pista senalada por Filippi. No cabia esperar que pudiera inducirse a Cappellini a repetir lo que acababa de decir. Una ve/, hablara con personas mas serenas, una vez se pusiera en contacto con su familia, una vez un abogado les explicara las insoslayables consecuencias que acarreaba su implicacion con el sistema judicial, el chico lo negaria todo. Aunque Brunetti estaba deseoso de utilizar la informacion, tenia que reconocer que nadie que estuviera en su sano juicio admitiria haber tenido conocimiento de un crimen y no haberlo declarado a la policia. Y, mucho menos, dejaria que lo admitiera su hijo.
Entonces se le ocurrio que, en circunstancias similares, el se resistiria a permitir que sus hijos se involucraran. Desde luego, en su condicion de policia les ofreceria la proteccion de! Estado, pero, como padre, sabia que, si salian indemnes de un roce con los jueces, seria gracias a su propia autoridad y, en ultima instancia, a la influencia del abuelo.