cuando se lo hubo explicado todo y expuesto las opciones que tenia, le pregunto:

– ?Y bien?

– Los muertos ya no sufren -dijo ella tan solo, una respuesta que al principio lo desconcerto, pero, conociendo el metodo de razonamiento de su mujer, reflexiono, medito su respuesta y al fin pregunto:

– ?Y los vivos, si?

Ella asintio.

– Filippi y su padre -dijo el-. Que merecen sufrir. Y Moro y su esposa.

– Y la hija, y la madre -agrego Paola-. Que no lo merecen.

– ?Asi pues, es cuestion de numeros? -pregunto el sobriamente.

Ella agito una mano, rechazando la idea.

– No, no; en absoluto. Me parece que hay que tomar en consideracion no solo el numero de personas a las que afectara la decision sino el bien que pueda hacer.

– Cualquiera que sea la decision, no hara bien a nadie -insistio el.

– ?Y cual hara menos dano?

– El esta muerto -dijo Brunetti-; sea cual fuere el veredicto oficial, eso no cambiara.

– No se trata del veredicto oficial, Guido.

– ?De que si no?

– De lo que tu vayas a decirles. -Por la entonacion que dio a sus palabras hizo que pareciera evidente. El se habia resistido a aceptarlo, casi habia conseguido no pensar en ello, pero en el preciso instante en que esas palabras salian de los labios de su esposa, comprendio que eso era lo unico que importaba. -?Te refieres a lo que hizo Filippi?

– Un hombre tiene derecho a saber quien mato a su hijo.

– Haces que parezca muy simple. Como sacado de la Biblia.

– La Biblia no dice eso, que yo sepa. Pero es simple. Y es verdad. -Su tono era de completa seguridad.

– ?Y si entonces el hiciera algo?

– ?Como que? ?Matar a Filippi? ?O al padre? Brunetti asintio.

– Por lo que se de el y lo que me has contado, dudo que sea de esa clase de personas. -Antes de que el pudiera decir que eso nunca se sabe, agrego-: Claro que nunca se sabe.

Una vez mas, Brunetti tuvo la extrana sensacion de estar a la deriva en el tiempo. Miro el reloj y descubrio con sorpresa que eran casi las diez. -?Han cenado los chicos?

– Los envie a tomar una pizza cuando te oi llegar. Mientras le referia lo sucedido durante la entrevista con los Filippi y su abogado, el habia ido hundiendose en el sofa hasta quedar con la cabeza apoyada en uno de los almohadones.

– Me parece que tengo hambre -dijo.

– Si -dijo Paola-; yo tambien. Quedate aqui mientras preparo un poco de pasta. -Se levanto y fue hacia la puerta-. ?Que vas a hacer? -pregunto.

– Tendre que hablar con el -dijo Brunetti.

Asi lo hizo, al dia siguiente, a las cuatro de la tarde, la hora elegida por ei dottor Moro, que habia insistido en ir a la questura en lugar de recibir a Brunetti en su casa. El medico llego con rigurosa puntualidad, y Brunetti se levanto cuando un agente de uniforme introdujo en su despacho al visitante. El comisario dio la vuelta a la mesa y tendio la mano. Los dos hombres intercambiaron tensas frases de cortesia y, tan pronto como se hubo sentado, Moro pregunto:

– ?Que desea, comisario? -Su voz era llana y serena, desprovista de curiosidad y de interes. Los hechos le habian despojado de estos sentimientos.

Brunetti, que se habia retirado detras de la mesa, mas por costumbre que por cualquier otra razon, empezo diciendo:

– Hay varias cosas que creo que deberia usted saber, dottore. -Hizo una pausa, esperando que el doctor respondiera, quiza con sarcasmo o quiza con indignacion. Pero Moro no dijo nada-. Se trata de hechos relacionados con la muerte de su hijo que creo… -empezo Brunetti, y se interrumpio. Miro a la pared situada detras de Moro y volvio a empezar-: He descubierto cosas que deseo poner en su conocimiento.

– ?Por que?

– Porque pueden ayudarle a decidir.

– ?Decidir que? -pregunto Moro con cansancio.

– Como actuar.

Moro ladeo el cuerpo y puso una pierna encima de la otra.

– No se de que me habla, comisario. No creo poder tomar decision alguna, ahora.

– Sobre su hijo, quiza.

Brunetti vio brillar algo en los ojos de Moro.

– Ninguna decision que yo tome puede afectar a mi hijo -dijo sin tratar de disimular la colera. Y, para remachar el significado de sus palabras, agrego-: El esta muerto.

Brunetti sintio que el peso del argumento de Moro lo abrumaba, desvio la mirada un momento, volvio a mirar al medico y dijo:

– Dispongo de nueva informacion y creo que debe usted saber de que se trata. -Sin dar a Moro ocasion de hacer un comentario, prosiguio-: Paolo Filippi, alumno de la academia, ha declarado que su hijo murio a consecuencia de un accidente y que, para evitarles la verguenza a el y a usted, simulo que se habia suicidado.

Brunetti esperaba que ahora Moro preguntara si un suicidio no era tambien una verguenza, pero el medico dijo:

– Nada que hiciera mi hijo podria avergonzarme.

– El dice que su hijo murio a consecuencia de cierta actividad homosexual. -Brunetti se quedo esperando la reaccion de su interlocutor.

– A pesar de ser medico, no se que significa eso -dijo Moro.

– Que su hijo murio al tratar de incrementar el placer sexual por la casi estrangulacion.

– Asfixia autoerotica -dijo Moro con clinica objetividad.

Brunetti asintio.

– ?Por que habia de avergonzarme eso? -dijo el doctor serenamente.

Despues de un largo silencio, comprendiendo que Moro no le incitaria a hablar, Brunetti dijo:

– No creo que eso sea verdad. Pienso que Paolo Filippi mato a su hijo porque su padre le habia convencido de que Ernesto era un espia o un traidor. Fue su influencia, quiza su instigacion, lo que indujo a su hijo a hacer lo que hizo.

Moro seguia sin decir nada, aunque sus ojos se habian agrandado, de la sorpresa.

Frente al silencio del otro, Brunetti solo pudo decir:

– Yo queria que supiera la historia que Filippi contara si seguimos adelante con el caso.

– ?Y que decision es esa que quiere usted que yo tome, comisario?

– SI quiere que acusemos a Filippi de homicidio involuntario.

Moro miro de hito en hito a Brunetti antes de contestar:

– Comisario, si usted cree que el mato a Ernesto, homicidio involuntario no seria una acusacion muy grave, ?no le parece? -Sin darle tiempo de responder, Moro agrego-: Ademas, esa decision debe tomarla usted, no yo. -Su voz era tan fria como su expresion.

– Yo queria darle la oportunidad de elegir -dijo Brunetti con una voz que a el le parecia serena.

– ?Para no tener que decidir usted?

Brunetti bajo la cabeza, pero convirtio el movimiento en una senal afirmativa.

– En parte, si; pero tambien en atencion a usted y su familia.

– ?Para evitarnos la verguenza? -pregunto Moro, cargando de enfasis la ultima palabra.

– No -respondio Brunetti, agotado por el desden de Moro-. Para evitarles un peligro.

– ?Que peligro? -pregunto Moro como si realmente sintiera curiosidad.

– El peligro que les amenazaria si el caso llegara a los tribunales.

– No entiendo.

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