habian empezado a poner los pies en el suelo. Habian mirado por las cortinas, contemplando la hermosa manana. Calurosa. Luminosa. Verde oscilante. Confiados por causa del esplendido tiempo y del verano tan dolorosamente breve, harian planes para el dia. Una de esas personas era Halldis Horn. Vivia sola en una pequena granja, no muy lejos del viejo lugar de Finneplass. Justo en el instante en que Errki empezaba a andar por la hierba, ella se estaba sacando el camison por encima de la cabeza.

Hacia tiempo que habia dejado atras la primera y tambien la segunda juventud florida. Ademas, estaba demasiado gruesa. Pero, para algunas raras almas sin prejuicios, era algo digno de verse. Grande y de formas redondeadas, con el pecho alto y una trenza gris que le colgaba como una maroma por la espalda. De cara redonda y fresca, y mejillas sonrosadas, su mirada habia conservado su agudeza chisporroteante, a pesar de la vejez.

Atraveso el cuarto de estar y la cocina, y abrio la puerta de fuera. Levanto el rostro hacia el sol y permanecio un rato en la escalera, con los ojos entornados y vestida con una bata de cuadros y unos zuecos. Llevaba medias hasta la rodilla, no porque hiciera frio, sino porque pensaba que las mujeres de su edad no debian mostrar demasiada carne y, aunque nunca llegaba nadie hasta alli, excepto el tendero una vez por semana, estaba Nuestro Senor y su mirada siempre presentes. Para bien y para mal, por asi decirlo. Porque aunque ella era creyente, de vez en cuando enviaba hacia arriba pensamientos airados y no pedia perdon despues. Ahora estaba contemplando la invasion de dientes de leon. Todo el cesped estaba repleto de ellos. A Halldis le parecia que se extendian como un eccema, contaminando su pequena granja tan bien cuidada. En el transcurso del verano quitaba dos veces las malas hierbas con una azada. Una planta tras otra, con energicos golpes. Le gustaba trabajar, pero de vez en cuando se quejaba un poco para recordar a su difunto esposo el apuro en el que la habia dejado al caer fulminado sobre el volante del tractor a causa de un tapon del tamano de un grano de arroz que se le formo en una vena. Era incapaz de entender que ese grande y fuerte marido suyo, esa montana de musculos, se dejara derribar de esa manera, aunque el medico intentara explicarle las causas. Lo encontraba tan incomprensible como que los aviones fueran capaces de volar o que ella pudiera llamar a su hermana Helga en la lejana ciudad de Hammerfest y oir nitidamente su voz quejumbrosa a traves del auricular.

Habria que empezar con la tarea antes de que apretara el calor. Fue a buscar la azada y se encamino hacia la hierba. Se hizo sombra con la mano sobre los ojos y contemplo el terreno para planificar el trabajo. Decidio empezar por el trozo de cesped mas proximo a la puerta y trabajar hacia fuera en forma de abanico, pasando por el pozo, hasta los establos. Cogio de la entrada un cubo y un rastrillo. Trabajaba siguiendo un ritmo fijo, cavaba con energia hasta que se cansaba, uno o dos golpes en cada planta. Luego recogia las hierbas con el rastrillo a un ritmo mas pausado, llenaba el cubo, lo vaciaba detras de la casa, en el compost, y volvia otra vez a cavar. Su ancho trasero senalaba hacia el cielo, meciendose al compas del ritmo de la azada. El mandil de cuadros verdes y rojos ondeaba al sol. Tenia la frente empapada de sudor, y la trenza le caia todo el rato hacia delante desde el hombro. Casi siempre la llevaba sujeta a la cabeza con horquillas, enrollada como una serpiente brillante, pero nunca antes del aseo matutino.

Le gustaba el sonido que producia la azada al atravesar la hierba. Estaba afilada como un hacha, ella misma se habia encargado. A veces, cuando chocaba contra una piedra, ella se encogia de dolor pensando en la hoja brillante de finisimo filo. Conforme Halldis trabajaba, la mala hierba iba quedando en el suelo como soldados caidos en un campo de batalla. No cantaba ni tarareaba. Tenia de sobra con el trabajo, ademas, el Creador podria llegar a pensar que esa vida era demasiado buena, conclusion que para Halldis era una exageracion. Una vez acabado el trabajo, se asearia y se prepararia el desayuno. Pan y queso hechos por ella misma.

Se incorporo. Unos pajaros gritaban en lo alto, sobre las copas de los arboles, y le parecio oir algo que pasaba velozmente por entre las hojas. Luego se hizo el silencio, pero permanecio un rato al acecho, por si acaso. Se robo un momento de descanso mientras dejaba que sus ojos repasaran el bosque, del que ningun arbol le era desconocido. Le parecio distinguir algo oscuro entre el familiar conjunto de troncos negros, algo que no estaba antes, una irregularidad.

Enfoco la vista y miro atentamente, pero como no noto ningun movimiento, lo rechazo todo como producto de su imaginacion. Su mirada se detuvo junto al pozo. La hierba de alrededor estaba larga y descuidada, tal vez deberia ir luego a por el cortabordes y cortarla. Volvio a agacharse y continuo con su tarea, ahora de espaldas a la puerta. Noto que el sol calentaba, aunque todavia era temprano. Su ancho trasero ardia, y el sudor le chorreaba y picaba por la cara interior de los muslos. Asi era la vida de Halldis Horn: solucionar los problemas uno por uno, segun iban surgiendo, sin quejarse. Era de esa clase de personas que nunca se cuestiona la creacion divina o el sentido de la vida. Era algo que no se hacia, que no estaba bien. Y, ademas, temia la respuesta. Seguia cavando con tanta fuerza que su trasero vibraba. Muy cerca, arriba en la ladera, estaba Errki escondido detras de un arbol, con la mirada clavada en ella.

La mujer le fascino. Emergia de la tierra de la misma manera que los pesados abetos y acompanada de un sonido de trombon solitario y majestuoso. Permanecio un buen rato devorando con los ojos esos hombros redondos y el vestido aleteante. La habia visto antes, sabia que vivia sola. Rara vez hablaba y no escuchaba otra cosa que el viento o el grito de las urracas. Dio unos pasos y algunas ramas se rompieron. El sonido de la azada se hizo mas fuerte. Clavo la mirada en las manos de la mujer, manos asperas con dedos gruesos. La fuerza de la hoja a traves de la hierba era tremenda y no tenia nada de femenino. Conforme andaba, ahora del todo en silencio, vio que la mujer se habia percatado de algo vivo en las cercanias. Cuando las personas viven solas, desarrollan una sensibilidad hacia todo lo que les rodea. Altero el ritmo, primero mas lento, luego mas rapido, como para rechazar la idea de que algo estaba a punto de suceder. Luego la mujer se detuvo y se incorporo. Y de repente lo vio. Su cuerpo se puso rigido, tenso como un arco, con el pecho ondulante. Una cuerda de miedo vibraba entre los dos. Las manos agarraron con mas fuerza la azada. Por un instante, abrio enormemente los ojos, luego se volvieron estrechos y duros. No habia muchas cosas en este mundo a las que esa mujer tuviera miedo, pero en ese momento se sintio insegura.

Errki se detuvo en seco. Queria que ella siguiera trabajando. Lo unico que queria era contemplar a esa mujer mientras ejecutaba su sencilla tarea, seguir su ritmo y el trasero meciendose. Pero Halldis tuvo miedo. Errki reconocio las claras senales que emitia la mujer y se quedo parado, rigido, con los punos apretados, incapaz de moverse. La mirada de ella lo alcanzo como una lluvia de flechas.

El sol continuaba subiendo, quemando sin piedad a personas, animales y bosques resecos. El agente de policia rural, Gurvin, estaba sentado solo, absorto en sus pensamientos. Se desabrocho un boton de la camisa y se soplo el pecho. El sudor le chorreaba. Luego intento levantarse el flequillo de la frente, pero no lo logro. Desistio e intento bajar el ritmo cardiaco pensando intensamente en algo. Habia oido decir que los viejos indios lo hacian, pero a el la profunda meditacion solo le hizo sudar mas. En ese instante oyo a alguien fuera, arrastrando los pies. La puerta se abrio y un chico gordo de unos doce anos entro jadeando vacilante. En la mano llevaba una caja plana y gris, parecida a una maleta, pero con una forma inusual. Tal vez contuviera un instrumento musical. Un arpa, por ejemplo. Aunque el chico no tiene pinta de arpista, penso Gurvin. Lo estudio con la mirada. El chico era muy gordo, con las piernas y los brazos tiesos, saliendole del cuerpo como si alguien lo hubiera hinchado con gas y estuviera a punto de elevarse. Pelo castano, ralo y grasiento, pegado a la cabeza en rayas finas. Iba descalzo, llevaba unos vaqueros descoloridos, con las perneras cortadas, y una camiseta llena de manchas. Tenia la boca medio abierta por la alteracion.

– ?Y bien?

El agente Gurvin empujo los papeles hacia un lado. No tenia mucho trabajo esos dias, y una visita era de agradecer. Le fascinaba esa increible vision que tenia delante.

– ?Puedo ayudarte en algo, chico?

El chico se acerco a la mesa. Seguia jadeando y tenia en el pecho algo que necesitaba sacar a toda prisa. Gurvin penso en el hurto de una bicicleta. Los ojos del chico brillaban y temblaban tanto que el hombre, sin querer, se puso a pensar en un sufle en el horno, justo antes de desmoronarse.

– ?Halldis Horn esta muerta!

La voz era una mezcla entre la clara del nino y la grave del futuro hombre. Sonaba como un fuerte catarro que debiera ser tratado. Empezo en tono grave, pero al llegar a la palabra «muerta», se hizo mas aguda.

El agente habia dejado de sonreir. Miro extranado a la criatura que tenia delante; dudaba haber oido lo que creia haber oido. Pestaneo mientras se alisaba el pelo de la nuca.

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