– ?Que has dicho?

– Halldis esta muerta. ?Esta justo delante de su puerta!

Recordaba a un valiente soldado que regresa al campamento para dar la terrible noticia de que toda la tropa ha caido en la batalla. Sacudido en el alma, aunque conservando una especie de dignidad forzada, acababa de completar su mision ante el alto mando.

– ?Sientate, chico! -dijo el agente con autoridad, senalando un sillon, pero el chico permanecio de pie.

– ?Te refieres a la mujer de la pequena granja de Finnemarka?

– Si.

– ?Vienes de alli ahora?

– Pase por alli. Esta tumbada en la entrada.

– ?Estas seguro de que esta muerta?

– Si.

– ?La examinaste?

El chico lo miro, incredulo, como si la sola idea le hiciera casi desmayarse. Nego con la cabeza, y el movimiento hizo que su enorme cuerpo se bamboleara.

– ?No la tocaste?

– No.

– ?Como puedes estar tan seguro de que esta muerta?

– Estoy seguro -jadeo el chico.

El agente se saco el boligrafo del bolsillo de la camisa e hizo una anotacion.

– ?Me dices tu nombre?

– Snellingen. Kannick Snellingen.

El agente pestaneo. El nombre era tan raro como el propio chico, le pegaba ese nombre. Lo anoto en la libreta, y no mostro con ningun gesto lo que opinaba acerca de la eleccion de nombres por parte de algunos padres.

– ?Entonces Kannick es tu nombre de pila? ?No es un apodo? ?Una abreviatura de Karl Henrik, o algo asi?

– No, me llamo Kannick. Con ck.

El agente escribio con bonitos trazos y un gesto elegante.

– Perdoname que dude -dijo con cortesia-. Es un nombre poco usual. ?Edad?

– Doce.

– ?Y dices que Halldis Horn esta muerta?

El chico asintio con la cabeza. Aun respiraba con dificultad y movia intranquilo sus pies desnudos. Tenia la maleta a su lado, en el suelo. Estaba llena de pegatinas. Gurvin se fijo en un corazon, una manzana y un par de nombres para el desconocidos.

– ?No estaras de guasa, verdad?

– ?No estoy de guasa!

– De todas formas, voy a llamarla antes, para ver si contesta -dijo Gurvin.

– Llama si quieres. ?No contestara!

– Sientate mientras tanto -repitio el hombre, senalandole por segunda vez el sillon, pero el chico permanecio de pie. Gurvin penso que tal vez el pobre no lograra volver a levantarse si metia el trasero en el sillon. Encontro el numero en la guia, a nombre de Thorvald Horn. El telefono sono repetidas veces. Halldis era una mujer mayor, pero bastante agil todavia. Para asegurarse, lo dejo sonar mucho rato. Hacia un tiempo esplendido, quiza estuviera fuera de la casa y tardara en entrar a coger el telefono. El chico lo seguia con la mirada, pasandose la lengua por los labios una y otra vez. Gurvin vio, a traves del flequillo ralo, que tenia la frente, donde no le habia dado el sol, mas blanca que las mejillas. Su camiseta era demasiado corta y un trozo de la enorme tripa le sobresalia por encima del pantalon corto.

– Ya te lo he dicho -dijo, jadeante-. ?Puedo marcharme ya?

– No, lo lamento -respondio el agente, colgando el auricular-. No contesta. Tengo que saber mas o menos a que hora pasaste por su granja. He de incluir esas cosas en el informe. Podrian ser importantes.

– ?Importantes? ?Pero si esta muerta!

– Necesitamos una hora aproximada -dijo Gurvin con calma.

– No tengo reloj. Y no se el tiempo que se tarda en venir desde su granja hasta aqui.

– ?Que te parece treinta minutos?

– He venido corriendo casi todo el camino.

– Entonces pondremos veinticinco.

El agente miro el reloj e hizo otra anotacion. No se imaginaba que ese muchacho tan gordo fuera capaz de andar velozmente, sobre todo con una maleta a rastras. Descolgo de nuevo el auricular y volvio a marcar el numero de Halldis. Lo dejo sonar ocho veces antes de volver a colgar.

En el fondo estaba satisfecho. Eso suponia una interrupcion de la monotonia, y la necesitaba.

– ?Puedo irme a casa ya?

– Dejame anotar tu numero de telefono.

De repente, el chico se puso a chillar con una voz muy aguda. La papada se movia en la cara redonda y el labio inferior le temblaba. Por fin, el agente sintio compasion. El chico transmitia la idea de que realmente habia sucedido algo.

– ?Quieres que llame a tu madre? -pregunto en voz baja-. ?Podra venir a recogerte?

Kannick lloriqueo.

– Vivo en la Colina de los Muchachos.

Ese dato hizo que el agente lo mirase con nuevos ojos. Fue como si un velo se posara sobre ellos, y Kannick vio con toda claridad como el hombre lo colocaba en su archivo interior bajo la etiqueta «de no fiar».

– ?Conque si, eh?

Gurvin se estiro los dedos, haciendo sonar los nudillos uno por uno, concluyendo con un profundo movimiento de cabeza.

– ?Quieres que llame al personal para que venga alguien a buscarte?

– No hay gente suficiente. Solo esta Margunn de guardia.

Volvio a mover los pies y seguia lloriqueando. El agente se suavizo de nuevo.

– Halldis Horn era muy mayor -explico-. La gente mayor muere. Es ley de vida. Tu nunca habras visto a una persona muerta, ?verdad?

– ?Pero si acabo de ver una!

Gurvin sonrio.

– Por regla general, simplemente se quedan dormidos. Por ejemplo, sentados en su mecedora. No hay que tener miedo de eso. No hay razon alguna para no dormir esta noche. ?Me lo prometes?

– Habia alguien alli -dijo de repente el chico.

– ?En la granja?

– Errki Johrma.

Susurro el nombre como si se tratara de una palabrota.

Gurvin lo miro asombrado.

– Estaba detras de un arbol, muy cerca del establo. Pero lo vi con toda claridad. Y luego se largo por entre los arboles.

– ?Errki Johrma? No puede ser. Esta ingresado en el manicomio. Lleva alli varios meses.

– Entonces se ha escapado.

– Eso puedo averiguarlo con una simple llamada -dijo el agente ofendido-. ?Hablaste con el?

– ?Estas loco!

– Lo investigare. Pero primero tengo que averiguar lo de Halldis.

Intento asimilar la noticia sobre Errki. No era supersticioso, pero empezaba a entender por que algunos lo eran. Errki Johrma deslizandose entre los arboles, y Halldis muerta. O al menos desmayada. Le parecio haber oido eso antes, era una historia que se repetia.

De repente se le ocurrio algo.

– ?Por que llevas esa maleta? No tendreis ensayos de orquesta en medio del bosque, ?no?

– No -contesto el chico, colocando una pierna a cada lado de la maleta, como si tuviera miedo de que se la

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