requisaran-. Son cosas que llevo siempre. Me gusta andar por el bosque.
El agente lo miro meditabundo. El chico se habia convertido de repente en un nudo de obstinacion, pero debajo habia, a pesar de todo, un gran temor, como si algo le hubiera asustado hasta la medula. Llamo a la Colina de los Muchachos, un orfanato para chicos con problemas de conducta y le pusieron con la directora, a quien explico brevemente la situacion.
– ?Halldis Horn? ?Muerta en la puerta de su casa? -La directora tenia una voz de preocupacion y duda-. Me es imposible decirte si el chico miente o no. Todos mienten cuando les conviene y, de vez en cuando, les sale alguna que otra verdad. Hoy ya me ha enganado una vez pues, al parecer, se ha llevado el arco, y solo se le permite usarlo en compania de un adulto.
– ?El arco?
Gurvin no entendia nada.
– ?No lleva una maleta?
El agente miro de reojo al chico y lo que sujetaba entre las piernas.
– Si, la lleva.
Kannick adivino de que hablaban y apreto aun mas sus gordas piernas.
– Es un arco de fibra de vidrio con nueve flechas. Va por el bosque matando cornejas con el.
La mujer no hablaba con severidad, solo con preocupacion. Gurvin hizo luego otra llamada, esta vez al psiquiatrico de Varden, donde estaba ingresado Errki Johrma, o donde debia estar ingresado, pero el hombre, efectivamente, se habia fugado.
Intento quitar importancia al asunto. Los rumores sobre Errki eran ya, de antemano, lo bastante terribles. No menciono a Halldis. Kannick se estaba poniendo cada vez mas nervioso y no paraba de mirar hacia la puerta. ?Que ha pasado?, se pregunto Gurvin. Espero, por Dios, que el chico no la haya alcanzado con una de sus flechas.
– Al menos, Halldis murio en un dia hermoso -dijo, como para animar-. Era muy mayor. Todos los que no somos ya ninos sonamos con una muerte asi.
Kannick Snellingen no contesto. Se limito a hacer un gesto mudo con la cabeza y permanecio rigido y estirado, con la maleta entre las piernas. Los adultos pensaban que lo sabian todo. Pero ese agente pronto se daria cuenta de que no era asi.
Gurvin condujo el coche lentamente hacia la granja. Hacia mucho tiempo que no iba por alli, tal vez un ano. Dentro del pecho llevaba una piedra afilada que daba vueltas encolerizadas. Ahora que estaba solo en el coche, le surgio una pregunta:
Kannick insistio en recorrer a pie los dos kilometros que habia hasta la Colina de los Muchachos. Margunn habia prometido salir a su encuentro. Conociendo a la directora, Gurvin estaba seguro de que esperaria al chico con un refresco, un bollo y una amonestacion, seguida de una suave caricia en el pelo. Lo demas tendria que esperar. Margunn sabia mas que de sobra lo que necesitaba el chico en ese momento. Este ya se habia tranquilizado un poco, y cuando se marcho lentamente su rostro mostraba que se estaba armando de valor.
El coche subio la ladera con la energia y el fervor de un terrier. Alli todo el mundo tenia coches con traccion a las cuatro ruedas. En el invierno, hacian falta por la nieve, y en la primavera por el barro. Las laderas eran empinadas, y resultaba dificil subirlas incluso con la carretera seca y firme como estaba ahora. Mientras conducia, pensaba en Errki Johrma. En el hospital habian confirmado la fuga del hombre a traves de algo tan prosaico como una ventana abierta. Y luego, al parecer, se habria dirigido hacia esos parajes donde todo el mundo lo conocia. ?Y por que no? Alli se sentia en casa. No tenia la impresion de que el chico le hubiera mentido. Como casi todos los demas, Gurvin tenia una relacion algo forzada con Errki pues los rumores que corrian sobre el era tan feos como el propio Errki. Tras el llegaba siempre una desgracia. Era como un mal augurio que dejaba tras de si espanto y horror. Por fin, una vez lo detuvieron contra su voluntad, la gente empezo a sentir compasion por el: El pobre esta enfermo, mas vale que reciba ayuda profesional. Se decia por ahi que estaba a punto de morirse de hambre, que lo encontraron en la cama del piso que le habian facilitado los servicios sociales, desnutrido como un prisionero de guerra. Estaba tumbado boca arriba con la mirada clavada en el techo, mientras recitaba con voz monotona, una y otra vez: Guisantes, carne y tocino; guisantes, carne y tocino.
Gurvin se puso a pensar en cosas del pasado mientras miraba de vez en cuando por la ventanilla. En cierto modo, tenia la intima esperanza de que Errki no apareciera. Era tan terriblemente diferente… Sucio, horrible y desalinado. Los ojos eran dos rendijas estrechas que nunca se abrian del todo; a veces, uno se preguntaba si realmente habia un par de ojos alli dentro, como en los demas, o si solo se abria un crudo abismo por el que podia verse hasta su cerebro retorcido.
Y, sin embargo, era incapaz de creer la historia del chico sobre que Halldis hubiera muerto. Gurvin habia conocido a Halldis y Thorvald desde siempre, le parecia que esa mujer era inmortal y era incapaz de imaginarse la pequena granja vacia y abandonada. Llevaba alli toda la vida. El chico tenia que haber visto otra cosa, algo que no habia entendido, pero que le habia asustado. Por ejemplo, Errki Johrma observando desde detras de un arbol. Eso seria suficiente para sacar a cualquiera de quicio. Sobre todo, a un chico excitable y con un pie en la delincuencia. Llevaba abiertas las dos ventanillas y, no obstante, no paraba de sudar. Ya casi habia llegado, podia vislumbrar el tejado de los establos de Halldis. Le asombraba que una mujer tan mayor fuera capaz de mantenerlo todo tan hermoso a su alrededor, se la imaginaba siempre trabajando con el rastrillo o la hoz. Y asi era de hecho. La hierba lucia verde y frondosa a pesar de la sequia. En todos los demas jardines, el cesped estaba amarillo. Solo Halldis era capaz de desafiar a las fuerzas de la naturaleza. Contemplo la casa. Una casa baja, pintada de blanco, con los marcos de las ventanas rojos. La puerta estaba abierta. En ese momento tuvo el primer sobresalto. En el umbral se veian una cabeza y un brazo. Se estremecio. Extranado, paro el motor. Aunque solo podia ver la cabeza y el brazo, comprendio inmediatamente que Halldis estaba muerta. ?El chico habia dicho la verdad, caray! Vacilo al abrir la puerta del coche. Porque, aunque la muerte nos espera a todos, y Halldis era una mujer ya muy mayor, se encontraba de repente a solas con la muerte.
No es que Gurvin no hubiera visto muertos antes, lo que pasaba era que se habia olvidado un instante de lo extrana que resultaba esa sensacion inconcebible de estar solo, mas solo que de costumbre, de ser
Lo que vio lo dejo completamente abatido. Permanecio un par de segundos mirando al vacio antes de ser capaz de interpretar lo que estaba viendo. La mujer estaba tumbada boca arriba y con las piernas separadas. En medio de su cara rolliza, en la cavidad del ojo izquierdo, tenia clavada una azada. Una pequena parte de la brillante hoja quedaba a la vista. Tenia la boca abierta y la protesis dental se le habia caido hacia la parte inferior de la boca, lo cual transformaba ese rostro, que el conocia tan bien, en una mueca terrible. Retrocedio unos pasos jadeando. Quiso arrancar la azada de la cabeza, pero no pudo. Se dio la vuelta a toda prisa, y le dio justo tiempo a llegar al cesped antes de que todo el contenido de su estomago le saliera violentamente. Mientras vomitaba, penso en Errki. Halldis muerta, Errki cerca. Tal vez estuviera todavia arriba en el bosque, oculto tras un arbol, mirandolo. Gurvin oyo su propia voz sonando como campanas en su interior:
Menos de sesenta minutos mas tarde, la pequena granja era un hervidero de gente.
El inspector Konrad Sejer examino el ojo intacto de la mujer. La cara de el era inexpresiva, la de ella estaba enrojecida por hemorragias internas. Entro en la casa y le extrano el orden imperante, el silencio que alli reinaba. Cuando le echo un vistazo a la pequena cocina, no le parecio que hubiera nada que desentonara. Repaso el correo, saco una carta, y anoto algo en su libreta. Permanecio mucho tiempo de pie examinando todo lo que veia. En principio, no habia nada fuera de lo normal.
La mayor parte de las personas alli congregadas tenia sus tareas especificas y bien definidas, y de esa manera lograron salir indemnes de la jornada, intentando concentrarse en su trabajo. Pero sabian que todo lo