rememorarian mas adelante, en los dias malos. Los pocos profesionales que, durante breves periodos de tiempo, tenian que esperar su turno daban la espalda a la escalera y se encendian un cigarrillo. Luego volvian a meter meticulosamente la colilla en el paquete. Mira por donde andas y cuidado con lo que tocas. Estate tranquilo, deja trabajar al fotografo, este es solo un caso mas, llegaran mas casos, tu no la conocias. Otros llevaran luto por ella. O asi es de esperar.

Gurvin estaba de pie, junto al pozo, fumando. Habia fumado sin cesar desde que llegaron los coches y, en ese momento, se volvio a contemplar a los hombres. Oia su voces, bajas, escuetas, marcadas por la gravedad. Se notaba entre ellos un respeto hacia ella, hacia Halldis. Halldis, que tal vez se hubiera imaginado a si misma, como el pensaba que hacia la gente mayor cuando se acercaba a los ochenta y al final de sus vidas, metida en un ataud abierto, con un vestido precioso y las manos juntas sobre el pecho. Tal vez un discreto colorete en las mejillas, aplicado por una persona atenta, conocedora de su profesion y cuya tarea era dejarla lo mas bonita posible para su encuentro con el Salvador. Pero no seria asi. No estaba nada bonita. Tenia media cabeza destrozada, y nadie en el mundo seria capaz de arreglarla. Gurvin se encendio otro cigarrillo. Involuntariamente miro hacia el bosque, como si pensara que Errki todavia estaba mirandolos desde lejos, con ojos ardientes. ?Por que? , penso. ?Podia una anciana como ella haber parecido amenazadora a Errki, o era que todo el mundo con quien el se topaba era su enemigo? ?Que podria haber dicho o hecho Halldis para provocar en el tal terror que le hubiera obligado a liquidarla? Gurvin pensaba que entendia muchas cosas, al menos cuando ponia buena voluntad en ello. Entendia a los dieciseisaneros que vagaban sin meta por las calles durante la noche, en busca de emociones. Chicos que hacian puentes a los coches y atravesaban velozmente la ciudad con una botella para repartir entre todos. La velocidad. La embriaguez. El que alguien los persiguiera, el que alguien por fin los viera. Entendia que un hombre pudiera violar. La ira, la impotencia ante el genero femenino que siempre y a toda costa querian ser enigmas que el hombre estaba obligado a descifrar para poder tener acceso a ellas. Y, en momentos muy dolorosos, hasta entendia a los hombres que pegaban. Pero no entendia esto, como algo podia crecer y crecer dentro de un hombre y extenderse lentamente, como un veneno, borrando toda clase de inhibiciones hasta convertirlo en un animal salvaje. Luego no recordaba nada. El homicidio se convertiria en un mal sueno, y nunca del todo real, ni siquiera aunque un dia, y contra todo pronostico, lograran vencer su enfermedad, llegaran a la lucidez y alguien les contara que eso tan terrible lo habian hecho ellos. Pero claro, estaban enfermos.

Clavo su mirada en el inspector Sejer, cuyo rostro no revelaba ninguna emocion, solo alguna que otra vez se pasaba la mano por el pelo corto, como para mantenerlo en su lugar. De vez en cuando daba ordenes y hacia preguntas, todo con una autoridad natural que emanaba del tono grave de su voz y una altura de casi dos metros. Gurvin levanto la vista en el momento en que el cuerpo de Halldis desaparecia dentro del saco de caucho. Quedaba la casa, con las ventanas y puertas abiertas de par en par. Probablemente fuera vendida a algun tipo tonto de la ciudad que hubiera albergado el sueno de tener una granja en el bosque. Tal vez llegaran por primera vez ninos a ese lugar, y se colocaran columpios y un cajon de arena. Bonitos juguetes de plastico se dispersarian por el cesped. Gente joven, con poca ropa, que tal vez fuera bueno que Halldis jamas viera. Pero, por dentro, habia algo que le mordia, algo que era incapaz de expulsar.

Cinco de julio, y seguia haciendo el mismo calor.

El inspector Konrad Sejer se dejo llevar por un impulso. Cambio de rumbo y entro lentamente en el bar del Hotel Park. Nunca iba de bares. Pensandolo bien, se dio cuenta de que no habia estado alli desde antes de que muriera Elise. La decision de entrar le parecio inteligente. El interior del local estaba confortablemente sombrio y mas fresco que la calle. Las espesas alfombras atenuaban el sonido de sus pasos, y la estancia en penumbra le permitia abrir del todo los ojos.

El local estaba casi vacio, pero habia una mujer sentada junto a la barra. Se la distinguia muy bien porque estaba sola y llevaba un espectacular vestido rojo. La vio de perfil. Estaba buscando algo dentro del bolso. El vestido era bonito: suave, ajustado, rojo como una amapola. Tenia el pelo rubio y ondulado por detras de las orejas. De repente levanto la vista y sonrio. Sorprendido, le devolvio el saludo. Habia algo en ella que le resultaba familiar. Se parecia a la joven subinspectora de la Comisaria de cuyo nombre nunca se acordaba. No habia ninguna copa delante de ella en la barra; al parecer, acababa de llegar.

– Buenas tardes -dijo, arrimandose lentamente-. Hace mucho calor estos dias. ?Quieres beber algo?

Le salio sin pensarlo. Se inclino hacia la barra, un poco sorprendido de su descaro. Tal vez se debiera al calor o a la edad, que en algunos momentos empezaba a pesarle. Habia cumplido ya los cincuenta, y todo caia en picado hacia una oscuridad misteriosa.

Pero ella hacia gestos amables y sonreia. El podia ver muy dentro de su escote. El pecho contra la tela roja lo dejo sin aliento. Y los hombros, rectos y delgados justo debajo de la piel. De subito se sintio avergonzado. Pero si no era la joven subinspectora, sino Astrid Brenningen, la recepcionista de los Juzgados. ?Que tonto era! Ademas, ella le sacaba veinte anos a la otra y no se parecian en nada. Seria por esa luz tan escasa.

– Un Campari, por favor -dijo la mujer con una sonrisa socarrona, mientras el se buscaba la cartera en el bolsillo trasero, intentando aparentar serenidad.

No esperaba encontrarla alli, sola, sin compania. Pero, por Dios, ?y por que Astrid no podia darse una vuelta y tomar una copa, y por que no iba el a invitarla? Eran, por asi decirlo, companeros de trabajo al fin y al cabo. La verdad era que casi nunca hablaban, pero porque el nunca tenia tiempo para detenerse. Casi siempre iba camino de algo, camino de algo mas importante que un pequeno ligue en la recepcion. Ademas, el nunca ligaba, de manera que no entendia nada de lo que le estaba pasando.

Ella se tomo a pequenos y elegantes sorbos el Campari y de repente sonrio de un modo familiar. El noto una especie de picor en la nuca. Tuvo que inclinarse sobre la barra para no caerse. Las rodillas le flaqueaban y el corazon le dio un vuelco. ?Pero si no era Astrid Brenningen, sino su propia Elise!

Empezo a sudar, incapaz de entender como de repente ella estaba alli, sentada delante de el, despues de todos esos anos, sonriendo como si nada.

– ?Donde has estado? -tartamudeo, secandose el sudor de la frente con el dorso de la mano.

En ese momento vio su propio brazo desnudo. De nuevo estaba a punto de desmayarse. ?Ni siquiera llevaba camisa! ?Se encontraba en el bar del Hotel Park con el torso desnudo! Desesperado, rodo hacia un lado de la cama, tapandose con el edredon. Y entonces abrio los ojos. Parpadeo un par de veces perplejo hacia la luz. El perro estaba sentado junto a la cama, mirandolo. Eran las seis de la manana.

El perro tenia los ojos grandes y brillantes, como castanas pulidas. Ladeo la cabeza de un modo muy seductor y el pesado rabo se agito optimista dos veces. Sejer intento recuperarse tras el sueno.

– Te estan saliendo canas -dijo, mirando el hocico del perro y observando que el pelo del animal habia adquirido la misma tonalidad que su propio pelo.

– Hoy estar en casa. Tu cuidar de todo.

Las palabras sonaron mas severas de lo que habia pretendido, como si quisiera ocultar su turbacion tras ese sueno. Salio de la cama. El perro gimio, ofendido, y se encogio sobre el suelo. Sonaba como cuando alguien suelta patatas de un saco desde poca altura. Lanzo una mirada herida a su amo. Esa mirada tan desgarradora nunca dejaba de asombrar a Sejer, ni como un animal de setenta kilos, con un cerebro del tamano de una albondiga, podia provocar en el esos sentimientos.

Se ducho con la mirada baja, tardando mas de lo habitual, de espaldas a la puerta, como para que quedara claro quien era el jefe.

No le gustaban los dias tan calurosos. Si pudiera elegir, elegiria dias ligeramente nublados, sin viento, con una temperatura de catorce o quince grados, agosto o septiembre, con noches oscuras y agradables.

Esa manana se tomo mucho tiempo. Leyo el periodico desde la primera hasta la ultima pagina. El asesinato de Finnemarka estaba en portada y tambien le dedicaron el primer lugar en las noticias de la radio. Esa tragedia llenaria los dias de Sejer durante las siguientes semanas. Escucho la entrevista con el agente de policia rural, Gurvin, y desayuno. Despues saco al perro de paseo. Dejo la ventana de la cocina entreabierta, bajo los toldos y comprobo que la copia de la llave estaba en su sitio, en el jarron de flores al lado de la puerta. Si tardaba mucho en volver a casa, un amable vecino le sacaria al perro.

Cuando por fin se puso a andar por las calles, camino de su trabajo, eran ya las ocho. En su interior llevaba todavia el sueno de esa noche. Algo habia tocado un punto dolorido de su corazon y lo habia removido. Aun se sentia herido. Elise no estaba. Mas que eso, Elise no existia desde hacia nueve anos, y el seguia arrastrandose por la vida. Sus piernas funcionaban a la perfeccion, se lavaba y se aseaba, comia y trabajaba, se sentia incluso a gusto la mayor parte del tiempo. ?O era una exageracion afirmar algo asi? La impotencia solo se apoderaba de el

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