asesinada en su casa de Lorenskog, Wencke Bencke habia pagado una suculenta factura en un restaurante junto al Dramaten, en el centro de Estocolmo.

Una manana, tras dieciseis horas de trabajo continuo y desperdiciado, Sigmund, en un ataque de furia, se habia montado en un avion que se dirigia a Suecia. Esa misma tarde volvio con la cabeza gacha; el portero de noche aseguraba haber visto a Wencke Bencke llegar al hotel sobre la medianoche del dia de autos. Habia asentido ante la foto que le ensenaba Sigmund. No, no habian hablado, pero creia recordar que la mujer de la habitacion 237 se habia servido cubitos de hielo de la maquina del hall. Estaba estropeada, asi que tuvo que secar el suelo cuando ella se fue. Ademas, por la tarde habia dejado algo de ropa para lavar. Cuando la dejo ante la puerta a primera hora de la manana siguiente, habia escuchado musica a todo volumen dentro el cuarto.

Habia dejado el hotel sobre las diez.

Lo unico llamativo de la estancia de Wencke Bencke en Estocolmo era que daba la impresion de haber sido mas generosa de lo habitual consigo misma.

Por lo demas todo era inaprensible. Yngvar y Sigmund lo habian apostado todo y se habian quedado sin nada. El plazo habia acabado.

– ?Que hacemos? -dijo Sigmund calladamente.

– Si. ?Que hacemos…?

Yngvar toqueteo los extractos. Cuando fue asesinado Vegard Krogh, Wencke Bencke aparentemente estaba en Francia. Dos dias antes habia sacado una gran suma de dinero, y en los cuatro dias sucesivos no habia movimientos en la cuenta. La siguiente vez que uso la tarjeta fue en una pescaderia del casco antiguo de Niza.

Yngvar y Sigmund se habian animado con este hueco de tiempo y emplearon varias jornadas en estudiarlo. En teoria era posible que se hubiera apanado, con aquel dinero en efectivo, para ir y volver de Noruega…, si no se tenia en cuenta que su nombre no aparecia en ninguna lista de pasajeros, y tampoco en ninguna de las agencias de alquiler de coches de Niza.

En Estocolmo les costo mas conseguir las listas. Podria muy bien haber robado un coche. Lo unico que sabian los dos detectives tras pasar tres semanas en el despacho, noche y dia, era lo mismo de lo que ya estaban convencidos antes de ponerse manos a la obra: Wencke Bencke estaba en Oslo cuando tuvieron lugar los asesinatos.

Pero seguian sin tener la mas minima idea de como lo habia conseguido.

Podian seguir investigando, buscar mas concienzudamente.

Deberian de haberlo hecho. Los dos deseaban intensamente seguir.

Pero habia que hacerlo oficialmente.

El plazo ya se les habia pasado y sus companeros habian empezado a burlarse de ellos. Sonreian de oreja a oreja cuando Yngvar y Sigmund aparecian para comer, palidos y exhaustos; se sentaban solos y comian en silencio.

Cuando fue asesinado Havard Stefansen, Wencke Bencke estaba sentada en el piso de abajo trabajando con su ordenador. Se habia explicado en tanto que testigo, y se habia explicado con exactitud. No habia visto ni oido nada extrano, estaba absorta por el trabajo. Se habia pasado varias horas en la red para aprender mas sobre las aranas sudamericanas. Hasta que no se encamino al desvan para guardar las maletas tras su larga estancia en el extranjero, no se habia percatado de que la puerta estaba abierta, habia asomado la cabeza dentro del pasillo y habia descubierto el cadaver. Entonces llamo a la policia. La historia encajaba con la informacion de la compania telefonica. No se podia decir que fuera una coartada, pero tampoco les proporcionaba nada con lo que seguir.

Y Wencke Bencke florecia. Estaba en todas partes y se tenian grandes expectativas con la novela que iba a sacar en otono.

Yngvar se levanto de pronto. Recogio los papeles y los reunio en un unico gran documento.

– Hemos perdido -declaro, y lanzo el monton a la cesta de los papeles para inutilizar-. Wencke Bencke ha ganado. Lo unico que hemos sacado de estas semanas de trabajo duro es la demostracion… -Se rio, en voz baja y sin ganas; no queria completar la frase-. La demostracion de que la tipa es inocente -dijo Sigmund lentamente-. Hemos trabajado dia y noche durante tres semanas para acabar demostrando que… la mujer es inocente. ?Hemos demostrado la inocencia de Wencke Bencke! Eso es exactamente lo que hemos hecho -concluyo bostezando largamente-. Asi lo tenia planeado. Ella sabia que esto era lo que iba a pasar. Y tu…

Rodeo el escritorio. Se quedo un momento de pie mirando a Sigmund, que habia perdido peso. Seguia teniendo la cara redonda. La barbilla seguia siendo rellena, pero la ropa le quedaba suelta. Las arrugas a lo largo de la base de la nariz se dibujaban mas claramente que antes. Tenia los ojos inyectados en sangre y olia a sudor cuando Yngvar le tendio la mano y lo levanto de la silla.

– Y tu eres mi mejor amigo -dijo, y le echo los brazos alrededor-. Eres mi Sancho Panza.

Epilogo

Jueves, 4 de junio de 2004

El verano estaba a la vuelta de la esquina.

Abril y mayo habian transcurrido con un tiempo anormalmente calido y soleado. Los arboles y las flores habian brotado pronto, convirtiendo la primavera en un infierno para los alergicos. En Dinamarca y en Espana se habian celebrado las bodas de los principes herederos. En Portugal preparaban la Eurocopa de futbol, mientras que los atenienses luchaban con todas sus fuerzas contra el reloj para conseguir estar listos para los Juegos Olimpicos de agosto. El mundo se dejaba escandalizar por el maltrato de los presos de Irak, pero no demasiado, las fotografias rara vez alcanzaron las portadas de los periodicos noruegos. Tampoco la historica expansion de Europa hacia el este desperto demasiado interes en ese pequeno y rico pais en el extremo del continente. Mas importancia se le dio a la duradera huelga de transporte, que hizo que se vaciaran los estantes de las tiendas y que genero gresca por los rollos de papel higienico y los panales. El equipo del Rosenborg iba de fracaso en fracaso en la liga y un presupuesto estatal revisado fue aprobado sin dar lugar a ningun dramatismo politico. De vez en cuando, si uno se fijaba bien, todavia se podia encontrar algun que otro articulo en los periodicos sobre los asesinatos irresueltos de Vibeke Heinerback, Vegard Krogh y del deportista Havard Stefansen. Pero no con frecuencia. Hacia ya quince dias que no salia nada sobre ellos.

Una mujer estaba sentada sobre un banco junto al rio Aker leyendo los periodicos.

Inger Johanne Vik habia aprovechado la primavera para intentar olvidar. Estaba bien entrenada en ese tipo de cosas. A medida que fueron pasando las semanas y los meses sin que sucediera nada, se hizo insostenible mantener a las ninas ocultas. Durante una temporada la casa de la calle Hauge habia sido custodiada por la policia. Con el tiempo tambien aquello parecio superfluo, por lo menos para los responsables de los ajustados presupuestos de la policia de Oslo. Ya no pasaban coches de patrulla por las noches por la calle Hauge.

Y nadie habia intentado prenderle fuego a la vivienda, pintada de blanco y con forma de caja, en la que vivia la familia Vik y Stubo, con sus hijos y su perro y sus amables vecinos.

Inger Johanne habia empezado a dormir de nuevo. Habia entrado en una rutina cotidiana. Daba paseos.

Junto a ella habia un cochecito de nino. La cria estaba ligeramente cubierta con una manta de algodon y dormia. La madre miraba de vez en cuando al cielo, daba la impresion de que el buen tiempo finalmente tocaba a su fin.

Le gustaba quedarse asi sentada. Iba a aquel lugar todos y cada uno de los dias. Compraba los periodicos en la gasolinera de la calle Maridal. Antes de llegar al banco bajo el sauce, justamente donde el rio hacia una curva entre Sandaker y Bjolsen, dormia la pequena. La madre podia disfrutar de una hora para si misma.

Otra mujer se acercaba caminando por el sendero. Rondaba algo mas de los cuarenta, el pelo se le rizaba con el leve viento y llevaba gafas de sol.

«Inger Johanne es tan jodidamente predecible -penso la mujer-. ?No ha aprendido nada? Esta aqui todos los dias, a no ser que llueva. Ya no da la impresion de estar asustada. Las ninas han vuelto a casa. Me irrita haberla sobrevalorado.»

– Hola -dijo la mujer que venia caminando, y se detuvo-. ?No eres Inger Johanne Vik?

La mujer madre de ninos pequenos se quedo mirandola fijamente. Wencke Bencke sonrio cuando Inger

Вы читаете Crepusculo En Oslo
Добавить отзыв
ВСЕ ОТЗЫВЫ О КНИГЕ В ИЗБРАННОЕ

0

Вы можете отметить интересные вам фрагменты текста, которые будут доступны по уникальной ссылке в адресной строке браузера.

Отметить Добавить цитату