Obviamente no tenia la menor importancia que hubiera una prostituta mas o menos en la plaza de Brunkeberg. Pero habia surgido entre ellas algo que recordaba a camaraderia. Quiza fuera por su parecido fisico. No le costo mucho encontrarla; habia prostitutas de casi todos los colores y modelos. La mujer era grande, a pesar de la arida dieta que probablemente llevaba. Tenia el pelo rizado y seco. Incluso las gafas, que eran tan exclusivas que tenian que ser robadas, se parecian a las suyas.

Y la tipa se dejo enganar.

No se habia largado con la tarjeta de credito. Podia haber fulminado la tarjeta todo lo que le diera tiempo antes de que fuera bloqueada, y haber desaparecido. Pero le creyo cuando le prometio que le iba a dar grandes sumas en efectivo si hacia lo que le habia pedido: comer una buena comida, coger un taxi, comprar algo en algun que otro quiosco y volver al hotel antes de medianoche. Que la vieran, pero sin decir una sola palabra.

Cuando se encontraron a la manana siguiente, la prostituta parecia casi feliz. Estaba limpia. Habia comido bien. Habia dormido una noche entera. Sin clientes, en una cama calida.

Obviamente no le dio el dinero.

Como era de esperar, la prostituta amenazo con acudir a la policia; no era tan tonta como para no darse cuenta de lo sospechoso de la propuesta que habia recibido. Como era de esperar, no hizo nada hasta haberse metido el chute de heroina que le habia dado Wencke Bencke, una compensacion por un trabajo bien hecho.

Como era de esperar, la droga la mato.

Ahora estaba muerta e incinerada, y probablemente descansaba en una tumba sin nombre.

Wencke Bencke estaba de pie en su terraza y fruncia el ceno al pensar en la prostituta muerta. Despues alzo la cara hacia el cielo y decidio no volver a pensar nunca mas en ella.

Empezo a caer una ligera lluvia. Olia a primavera en Oslo, a contaminacion y a basura putrefacta.

La muerte de Havard Stefansen habia sido simplemente una necesidad. Inger Johanne Vik la habia defraudado, no entendia el plan. Tenia que dejarselo mas claro, asi que Wencke Bencke por fin salio a la luz.

Y alli se habia quedado.

Ahora la gente la reconocia por la calle. Le sonreian y algunos le pedian un autografo. La edicion del sabado del periodico VG habia impreso una resena de tres paginas sobre Wencke Bencke, experta en criminalidad y novelista de exito internacional, retratada detras del ordenador en su caotico cuarto para escribir, ante su suntuosa mesa de comedor con una copa en la mano alzada y en la terraza, donde sonreia al fotografo recien maquillada y con vistas sobre toda la ciudad. Habia recibido ayuda de una estilista.

No les habia permitido entrar en el dormitorio.

Volvio al salon. El olor de las flores la mareaba. Llevo el jarron a la cocina. Lo vacio de agua y metio el ramo en una bolsa de plastico.

El libro estaba casi acabado.

En la parte baja del armario, donde nadie lo encontraria antes de que ella hubiera muerto, estaba la carpeta mas importante. Por fuera, con grandes letras homogeneas, habia escrito: COARTADAS.

Se habia pasado diecisiete anos investigando y reflexionando. Una buena coartada era la premisa para que un crimen tuviera exito, el mismisimo fundamento de una buena novela policiaca. Creaba y construia, especulaba y descartaba. La carpeta crecia lentamente. Antes de ir a Francia, llevaba la cuenta. Treinta y cuatro documentos. Treinta y cuatro coartadas imaginables. Algunas de ellas ya las habia usado, otras esperaban un nuevo manuscrito, un relato que les fuera mejor. Ninguna de ellas era perfecta, porque la coartada perfecta no existia.

Pero sus construcciones eran realmente buenas.

Tres de ellas nunca podria utilizarlas en ningun libro.

Habian encontrado mejor aplicacion.

Como no eran perfectas, la mantenian despierta y viva. Cada manana sentia el sano miedo. Cuando llamaban a la puerta, cuando sonaba el telefono, cuando un desconocido se detenia al otro lado de la calle y dudaba un poco antes de dirigirse a ella, sentia el terror; le recordaba lo valiosa que se habia vuelto la vida.

De camino hacia las escaleras para tirar las flores muertas por el tubo de la basura, se detuvo y vacilo. El libro que se habia llevado del dormitorio de Vibeke Heinerback estaba en el armario de zapatos de la entrada. Lo habia estado hojeando la noche anterior. Habia palpado las hojas, habia sentido la emocion de tocar el mismo papel que la joven politica se habia llevado a la cama o al autobus, que quizas habia leido a escondidas durante el tedio de los plenarios, en las interminables pausas en el Parlamento.

Era el ejemplar de Rudolf Fjord.

Lo iba a tirar. Lo agarro bruscamente y lo metio en el tubo de las basuras con las flores. Se quedo de pie escuchando el sonido del pesado libro contra el metal, cada vez mas bajo, hasta que ceso con un chasquido sordo, casi inaudible.

Alguien podia encontrarlo. Alguien podia preguntarse que hacia un libro con el ex libris de Rudolf Fjord en el cuarto de la basura del edificio en que vivia y escribia sus libros Wencke Bencke. No lo habia destrozado, no habia arrancado la pagina con el nombre del dueno. Podia haber quemado el libro o haberlo tirado a otro sitio.

Pero no habria tenido ninguna emocion.

Wencke Bencke vivia en una nube constante. Se habia lanzado desde el pico mas alto.

– Tres semanas -dijo Sigmund Berli-. Se nos han acabado nuestras tres semanas,

– Si -reconocio Yngvar Stubo-. Y no tenemos nada. Nada de nada.

Sobre el escritorio ante el habia dos pilas de extractos. Una de ellas contenia informacion sobre las tres cuentas bancarias de Wencke Bencke en el periodo del 1 de enero al 3 de marzo, el dia que fue asesinado Havard Stefansen. La otra contenia informacion de Telenor, la compania telefonica.

– Cuando murio Vibeke Heinerback -dijo Yngvar-, Wencke Bencke estaba en Estocolmo. Como ha contado en varias… -de una patada tiro una pila de periodicos y revistas al suelo- de esas malditas entrevistas. El golpe que supuso para ella enterarse del asesinato lo… ?Joder, es mas lista que el hambre!

Durante tres semanas habian trabajado solos. Sigmund e Yngvar. Habian conseguido la orden para la entrega en secreto de los extractos, basada en una peticion ajustada fantasiosamente y parcialmente mendaz. Despues habian investigado a Wencke Bencke con detalle, dia y noche, apenas habian pasado por casa para coger ropa limpia y echar unas horas de mal sueno antes de lanzarse de nuevo a la meticulosa labor de reconstruir la vida de una persona basandose en el dinero que gastaba, las llamadas telefonicas que realizaba y sus navegaciones por Internet.

Wencke Bencke tenia dinero, pero era sorprendente lo poco que gastaba. Ciertamente habia renovado su vestuario al acercarse el momento de su viaje de vuelta a casa, pero incluso alrededor de Navidad sus gastos eran llamativamente bajos. Casi nunca llamaba a nadie y a ella apenas la llamaba nadie aparte de sus editores de toda Europa. Con su padre no habia hablado desde antes de navidades.

En Estocolmo se habia reunido con su editor, eso le habia contado a los medios de comunicacion; un viaje rapido para planear la gira de lanzamiento del otono. Sigmund llamo y se hizo pasar por periodista. Consiguio sacar una confirmacion de la visita, aunque su impasibilidad ante las mentiras a las que tenian que recurrir constantemente daba miedo. Yngvar, en cambio, se atormentaba seriamente. No solo forzaban el sistema, sino que tiraban por tierra todo lo que Yngvar habia aprendido y habia representado durante una vida entera en la policia.

Wencke Bencke se habia convertido en una obsesion.

Habian empleado ocho dias enteros en intentar encontrar caminos que hubiera podido tomar entre Estocolmo y Oslo el 6 de febrero. Se habian pasado dia y noche haciendo malabares con las horas, estudiando los mapas y escrutando con lupa las listas de pasajeros. Con las companias aereas Sigmund habia ido de buenas y de malas, con amenazas y con mentiras. Por las noches habian recorrido los pasillos pegando sobre las paredes papeles amarillos con las horas. Habian intentado acercarlas mas las unas a las otras. Habian tanteado encontrar los agujeros y las lagunas; un huequito en la solida pared de horas imposibles en los extractos del banco de Wencke Bencke.

– No funciona. -Era la conclusion a la que habia llegado Sigmund cada dia, a eso de las cuatro de la manana-. Simple y llanamente no encaja.

Se habia inscrito en el hotel a las tres de la tarde. Habia comprado en un quiosco a las cinco y diecisiete. Habia cogido un taxi justo antes de las siete de las noche. Veinticinco minutos antes de medianoche, aproximadamente en el mismo momento en que, segun el informe de la autopsia, Vibeke Heinerback fue

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