– ?Oh, no…!
Inger Johanne regresaba del bano. Se agacho junto a su hija, en cuclillas.
– Mirame, mi vida. Mirame.
La cogio con cuidado por la barbilla.
– Yngvar pregunto si querias te. Te con miel. ?Quieres?
–
– No puede ser apropiado darle te a la criatura cuando esta en ese… estado, ?no? ?Ven con la abuela, asi escuchamos a estos muchachos tan buenos! ?Ven aqui, nina mia!
Yngvar estaba en la cocina; la abuela no podia verlo. Llamo con un gesto a Inger Johanne mientras con los labios formaba palabras mudas:
–
–
– Te doy todo lo que quieras -susurro Inger Johanne-. Lo que mas, mas quieras.
Inger Johanne sabia que era inutil. Kristiane decidia por si misma donde estaba. En el transcurso de catorce anos de convivencia con una nina tan apegada que a veces tenia problemas para distinguir lo que era ella y lo que era la nina, todavia no encontraba respuesta a que era lo que hacia que su hija pasase de un estado al otro. Aprendieron algunas senales, ella, Yngvar e Isak, el padre de Kristiane. Rutinas y costumbres, comestibles que debian evitar y alimentos que le provocaban reacciones, medicinas que probaron y que dedujeron juntos que no funcionaban; ya habian recorrido algunos caminos que hacian que la vida con Kristiane fuera algo mas facil. Pero la mayor parte del tiempo su hija transitaba por su propio paisaje, con su propio mapa y tras su antojo incomprensible.
– Mama te quiere mas alto que el cielo -susurro Inger Johanne despacito; sus labios hacian cosquillas en las orejas de su hija, y esta sonrio.
– Viene papa -dijo.
– Si. Papa viene pronto. En cuanto termine de cenar en casa de los abuelos, viene a ver a su nena.
Su mirada carecia de expresion. Parecia como si los ojos se moviesen independientemente el uno del otro, e Inger Johanne se asusto. Solian estar fijos en algo que nadie podia ver.
– La senora estaba…
– Se llama Albertine -la interrumpio Inger Johanne-. Albertine dormia.
– Hacia tanto frio. No te encontraba, mama.
– Pero yo te encontre. Al final.
Inger Johanne estaba tan concentrada en la chiquilla que no se percato de la presencia de su madre. Lo primero que sintio fue su perfume, uno que le habia regalado su hermana, y que costaba mas de lo que Inger Johanne gastaba durante todo un ano en cosmeticos e higiene personal.
«Vete», trato de decirle con todo su ser. Se encogio de hornillos y se corrio un poquito hacia un lado, todavia en cuclillas.
– Kristiane -dijo ella, serena y decidida-. Ahora tienes que venir con la abuela. Lo primero que haremos sera abrir el regalo rojo con lazo rosa. Es para ti. Dentro hay una caja con una cerradura. Si abres la caja y destrabas otra cerradura, encontraras un microscopio. Tal como el que querias. Ahora me das la mano, asi…
Inger Johanne estaba todavia agachada, con las manos apoyadas en los delgados muslos de Kristiane.
– Microscopio -dijo Kristiane-. Del griego
– Exacto -dijo la abuela-. Ven ahora.
Los Solvguttene ya no cantaban. Ragnhild apago el televisor. Lo mismo hicieron los vecinos del piso de abajo. De la cocina salia olor de cafe, y afuera estaba tan silencioso como solia estarlo unicamente esa noche del ano, cuando las iglesias estaban vacias, las campanas silenciadas y no habia nadie yendo o viniendo de algun sitio.
Las manos largas y estrechas de la abuela se deslizaron dentro de las de Kristiane.
– Abuela -dijo la nina, y sonrio-, quiero mi microscopio.
Sin embargo, Kristiane seguia mirando a su madre. Fijaba la mirada en ella y la mantuvo asi hasta que finalmente siguio a su abuela obedientemente hasta el sofa, para abrir un regalo cuyo contenido ya conocia.
Inger Johanne se incorporo con orgullo y se quedo de pie.
Sintio una extrana caricia de felicidad, que desaparecio antes de que pudiese reconocerla.
Para Eva Karin Lysgaard, la felicidad era una expresion tangible.
La felicidad se hallaba en su fe en Jesucristo. Desde la vez que encontro al Salvador durante un paseo en el bosque, a los dieciseis anos, experimentaba cada dia la jubilosa sensacion de su cercania. Hablaba con El siempre, y a menudo recibia respuesta. Ahora era una mujer de sesenta y dos anos y aun en la pena, que naturalmente a su edad ya experimentado, Jesus estaba con ella, con seguridad y apoyo y con infinito amor.
Eran casi las once de la noche del dia del cumpleanos del Senor.
Eva Karin Lysgaard tenia un trato con Jesus. Un pacto con su marido, Erik, y con el Senor. Cuando a ella y a Erik la vida se les torno oscura, encontraron una forma de evitar todo lo que era dificil. No fue el camino mas simple, les llevo tiempo encontrarlo, y seria para siempre algo entre ella, Erik y el Salvador.
Ahora estaba alli. En camino.
El viento soplaba desde la bahia y sabia a sal. Tras muchas de las ventanas de las casitas pintorescas brillaba todavia un resplandor suave; para la mayoria la Nochebuena no terminaba aun.
Tropezo con el cordon al doblar la esquina de Forstandersmauet, pero se recupero enseguida. Las gafas se le empanaban y estaban mojadas, le era dificil ver con claridad. No importaba. Aquel era su camino, lo habia recorrido ya muchas veces.
Se detuvo por un instante, asombrada.
Oia pasos detras.
Llevaba mas de veinte minutos caminando y no habia visto todavia otro ser viviente que un gato callejero y las gaviotas, que chillaban sobre la bahia.
– ?Obispo Lysgaard?
Se volvio hacia la voz.
– ?Si? -pregunto sonriendo.
Habia algo en la voz del hombre, algo desconocido. Duro, quiza. Diferente, de todos modos.
– ?Quien es? ?Hay algo en lo que pueda ayudarle?
En el instante en que el la acuchillo, ella entendio que se habia equivocado. En los dieciseis segundos que transcurrieron entre que fue consciente de que iba a morir y su muerte, no opuso ninguna resistencia. No dijo nada y se dejo caer sobre la calle con el desconocido sobre ella. El hombre con el cuchillo le parecio irrelevante. Era ella quien se habia equivocado. Durante todos estos anos en que creyo que tenia a Jesus a su lado, en su vana creencia de que El la habia perdonado y aceptado, vivio en una mentira mayor de lo que podria soportar en caso de seguir viviendo.
Y en el instante de la muerte, cuando ya no hubo mas que ver y toda la sensacion de existir ceso, se pregunto que era lo que El, el de la vida eterna, no habia aceptado: si la mentira o el pecado.
Daba lo mismo, penso.
Y murio.
– El nino Jesus no puede tener 2008 anos -dijo Ragnhild, y bostezo-. ?Nadie vive para siempre!
– No -contesto Yngvar-. De hecho murio bastante joven. Celebramos la Navidad porque es entonces cuando nacio.
– Deberiamos tener globos. No es un cumpleanos si no hay globos. ?Crees que al nino Jesus le gustaban los globos?
– En aquellos tiempos no habia cosas como esa. Y ahora debes dormir, carino. ?Ya es casi la una! De hecho, ya es Navidad.
– Record personal -festejo Ragnhild-. ?Es mas tarde que las once?
