Anne Holt

Noche cerrada en Bergen

Titulo original: Pengemannen

Para Ann-Marie,

por quince buenos anos

de amistad y colaboracion.

Parte I. Navidad de 2008

La nina invisible

Era la vigesima noche de diciembre.

Una de esas noches de sabado, que prometen tantas cosas que nunca se concretan, se habia deslizado de forma bastante anodina hasta el ultimo domingo de Adviento. La gente todavia estaba de celebracion en los restaurantes y los bares, pero maldecia la violenta nevada que habia caido sobre Oslo unas horas antes, sin previo aviso. Despues, el termometro habia alcanzado los tres grados sobre cero, y todo lo que restaba del ambiente navideno era el aguanieve gris sobre las placas de hielo y las lagunas de nieve derretida.

Una nina estaba parada en el medio de Stortingsgaten.

Iba descalza.

– Cuando las noches se alargan… -cantaba despacito- y llega el frio…

El camison era amarillo claro, con mariquitas bordadas sobre el pecho. Bajo la enagua, las piernas eran delgadas como palillos. Tenia los pies plantados sobre la nieve. La nina, delgada y a medio vestir, estaba tan fuera de lugar en la nocturna escena ciudadana que todavia nadie habia reparado en ella. La epoca de las cenas navidenas estaba proxima a su climax y todos tenian suficiente con lo suyo. Una criatura medio desnuda y que canturreaba en una calle de la capital en medio de la noche era casi invisible, como si en uno de los libros que la nina tenia en su casa, los asombrosos animales africanos se hubiesen ocultado habilmente entre los dibujos del paisaje noruego, escondidos en las cortezas y el follaje, apenas detectables por lo ajenos que resultaban al cuadro.

– … asi dice la pequena mama raton…

Todos estaban deseosos de diversion, algo que pocos encontraban. Mirando fijamente su propio vomito, una mujer se apoyo contra el cristal blindado frente a la joyeria Langgaard. La salsa de arandanos de un color rojo profundo y aun sin digerir se mezclaba con restos de cerdo y albondigas, nieve y arena. Un grupo de jovenes aullaba y le dirigia canticos ininteligibles desde el otro lado de la calle. Arrastraban a un amigo hecho polvo, mientras pasaban al lado del Teatro Nacional, sin preocuparse de que el tipo hubiese perdido un zapato. Habia grupos de fumadores reunidos frente a cada local abierto, tiritando de frio. El viento salado del fiordo soplaba a traves de las calles mezclandose con el hedor del tabaco quemado, del aguardiente y de un perfume nauseabundo; el olor nocturno de la gran ciudad noruega cerca del dia de Navidad.

Sin embargo, nadie reparaba en la nina que cantaba bajito en la calle, quieta justo entre las vias plateadas del tranvia.

– … y mama raton…, y mama raton…

No llego mas alla.

– … y mama raton…

El tranvia de la linea numero 19 arranco de la parada que estaba cien metros mas arriba, en direccion al palacio. Como un pesadisimo trineo lleno de gente que no sabe bien adonde se dirige, acelero lento por la suave cuesta que desciende hacia el hotel Continental. Algunos de los pasajeros apenas sabian donde habian estado. Dormian. Otros farfullaban acerca de donde seguir la fiesta, en busca de mas bebida y mas mujeres a las que abordar antes de que fuese demasiado tarde. Otros solo fijaban las miradas perdidas en el calor espeso que al depositarse sobre las ventanas las volvia grises y opacas con la humedad.

A la entrada del Theatercafeen, un hombre levanto la vista de los elegantes zapatos que habia elegido para la velada, con la esperanza de que la nieve se demorase todavia un poco mas. Tenia los pies empapados y las marcas de sal serian dificiles de quitar una vez que lograse secar los zapatos.

Fue el primero en ver a la nina.

Abrio la boca para gritar una advertencia. Antes de que pudiese tomar aliento, recibio un empujon en la espalda que casi le hace perder el equilibrio.

– ?Kristiane! ?Kristiane!

Una mujer tropezo con la amplia falda de su traje. Se agarro del hombre que iba calzado con los destruidos zapatos de Enzo Poli, pero este no habia recuperado todavia el equilibrio y ambos cayeron al suelo.

– Kristiane -gimio la mujer mientras trataba de ponerse de pie.

El tranvia repico su campana con violencia.

El conductor, que estaba a punto de finalizar su doble turno agotador, vio finalmente a la nina. El metal chillo cuando freno lo mejor que pudo sobre los humedos rieles congelados.

– … asi dice la pequena mama raton a sus hijitos -cantaba Kristiane.

El tranvia estaba aun en movimiento y a solo seis metros de ella cuando la madre se puso de pie. Se dirigio hacia la calle con la falda medio desgarrada, piso mal, pero logro mantenerse erguida y grito otra vez:

– ?Kristiane!

Despues, algunos dijeron que el hombre que aparecio como de la nada se parecia a Batman, tal vez por la amplia capa que vestia. De hecho era bajo, un poco entrado en carnes y calvo. Como todos los ojos estaban pendientes de la nina y de la madre desesperada, nadie pudo ver bien como se deslizo con asombrosa agilidad frente al tranvia. Sin detenerse, atrajo a la pequena hacia si con un brazo. Estaba casi fuera de los rieles cuando el vehiculo paso pesadamente sobre las huellas apenas visibles de Kristiane y se detuvo. Un jiron oscuro arrancado de la chaqueta se agitaba en el viento, enganchado al parachoques.

La ciudad respiro con alivio.

No se podia oir un solo coche; las risas y los gritos murieron ahi. La campana del tranvia ceso en su repique. Todos se quedaron en silencio, como si no pudiesen creer de veras que todo hubiera salido bien. El conductor del tranvia permanecia inmovil en su asiento, con las manos en la cabeza y los ojos bien abiertos. Hasta la madre de la ninita parecia congelada a unos metros de ella, con el traje de fiesta destruido y los brazos indecisos al costado.

– Si ninguno cae en la trampa… -seguia cantando Kristiane, sin mirar al hombre que la retenia.

Algunos comenzaron a aplaudir con prudencia. Otros los siguieron. El aplauso crecio, y fue como si la mujer en el traje de fiesta se despertase de pronto.

– ?Hija! -grito mientras corria para cubrir los pocos pasos que la separaban de la nina. La agarro y la apreto contra su pecho-. ?Debes prometerle a mama que nunca, nunca, nunca volveras a hacer algo asi!

Sin pensarlo, Inger Johanne Vik alzo un brazo sin soltar a su hija. El hombre no hizo siquiera un gesto cuando la mano de la mujer golpeo con violencia su mejilla. Sin tocar las marcas rojas que le habian dejado los dedos, esbozo una sonrisa oblicua, inclino la cabeza despacio con un saludo algo anacronico, se dio la vuelta y se

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