– Si, es posible.
– ?Lista?
– Ahora si.
Kolb cerro el maletero con suavidad.
11 de julio.
Eran mas de las diez cuando Weisz se bajo de un taxi delante del Hotel Dauphine. La noche era calida, y la puerta se encontraba abierta. Dentro reinaba la calma, madame Rigaud estaba sentada en una silla tras el mostrador, leyendo el periodico.
– De manera que ha vuelto -dijo, quitandose las gafas.
– ?Acaso pensaba que no lo haria?
– Nunca se sabe -replico ella, empleando el refran frances.
– ?Hay algun mensaje para mi?
– Ni uno solo, monsieur.
– Entiendo. Bueno, pues buenas noches, madame. Me voy a la cama.
– Mmm -repuso esta al tiempo que se ponia las gafas y sacudia el periodico. Weisz iba por el cuarto escalon cuando ella le dijo-: ?Monsieur Weisz?
– ?Madame?
– Han preguntado por usted. Una amiga suya que se hospeda aqui. Cuando llego pregunto si estaba usted aqui. Le di la habitacion 47, en el mismo pasillo que usted. Da al patio.
Al punto Weisz respondio:
– Muy amable por su parte, madame Rigaud, es una habitacion agradable.
– Una mujer muy refinada. Alemana, creo. Y sospecho que tiene muchas ganas de verlo, asi que tal vez debiera ir, si me disculpa el atrevimiento.
– En ese caso, que pase usted una buena noche.
– Ojala la pasemos todos, monsieur. Todos.
Alan Furst
[1] Las palabras en cursiva de este parrafo y los siguientes estan en espanol en el original. (N. de los trads.)