Alan Furst
El corresponsal
Traduccion del ingles por Diego Friera y Maria Jose Diez
Titulo original:
© Alan Furst, 2006
Esta es una obra de ficcion. Todos los acontecimientos y dialogos, asi como todos los personajes, con excepcion de algunas figuras publicas e historicas conocidas, son producto de la imaginacion del autor y no deben interpretarse como reales. Las situaciones, acontecimientos y dialogos en que participan dichos personajes historicos o publicos son completamente ficticios y no intentan describir hechos reales o cambiar la naturaleza ficticia de la obra. Por todo lo demas, cualquier parecido con personas vivas o muertas es fruto de la casualidad.
EN LA RESISTENZA
Paris, ultimos dias de otono. Un cielo plomizo y turbio al alba. La penumbra llego al mediodia, seguida, a las siete y media, de una lluvia sesgada y negros paraguas. Los parisinos se dirigian a casa a toda prisa entre los desnudos arboles. El 3 de diciembre de 1938, en el corazon del septimo distrito, un Lancia sedan de color champan giro por la rue St. Dominique y se detuvo en la rue Augereau. Acto seguido, el hombre que ocupaba el asiento trasero se inclino hacia delante un momento. El chofer avanzo unos metros y se paro de nuevo, para quedar entre dos farolas, oculto por las sombras.
El hombre que se hallaba en el asiento de atras del Lancia se apellidaba Ettore,
El conde Amandola consulto el reloj, bajo la ventanilla y se quedo mirando, a traves de la lluvia, una calle no muy larga, la rue du Gros Caillou, que se cruzaba con la rue Augereau. Desde ese punto -ya lo habia comprobado dos veces esa semana- podia ver la entrada del Hotel Colbert, una entrada bastante discreta: tan solo el nombre en letras doradas en la puerta de cristal y una luz desbordante que procedia del vestibulo e iluminaba el mojado pavimento. El Colbert era un hotel bastante sencillo, tranquilo, sobrio, concebido para
Estaba claro que para esa ocasion el sistema horario militar era el mas adecuado. Despues de todo el era comandante. Obtuvo la graduacion en 1914, durante la Gran Guerra, y poseia medallas, ademas de siete uniformes de esplendida confeccion, que lo demostraban. Se le reconocieron oficialmente sus servicios distinguidos al frente de la Junta de Compras del ministerio de la Guerra, en Roma, donde daba ordenes, mantenia la disciplina, leia y firmaba formularios y cartas, y efectuaba y respondia llamadas telefonicas, haciendo gala en todo momento de un escrupuloso pundonor militar.
Y asi habia seguido, a partir de 1927, como alto funcionario de la Pubblica Sicurezza, el departamento de Seguridad Publica del ministerio del Interior, creado un ano antes por el jefe de la Policia Nacional de Mussolini. El trabajo no era muy distinto del que hacia durante la guerra; formularios, cartas, llamadas de telefono y control de la disciplina. Su personal permanecia sentado en sus escritorios aplicadamente y la formalidad era la norma en todas las conversaciones.
19:44. La lluvia tamborileaba sobre el techo del Lancia y Amandola se arrebujo en el abrigo para protegerse del frio. Fuera, en la acera, un perro salchicha con un jersey tiraba de una criada que lucia bajo la gabardina abierta un uniforme gris y blanco. Cuando el perro se puso a olisquear el suelo y empezo a dar vueltas, la muchacha miro por la ventanilla a Amandola. Que groseros que eran los parisinos. El no se molesto en apartar la cara, se limito a mirarla sin verla, como si no existiera. A los pocos minutos un recio taxi negro se detuvo frente a la entrada del Colbert. El portero salio a toda prisa, dejando la puerta abierta al ver a la pareja que salia del hotel. El tenia cabello cano, era alto y encorvado; ella era mas joven, tocada con un sombrero con velo. Se metieron debajo del enorme paraguas del portero. La mujer se levanto el velo y se besaron apasionadamente: «Hasta el proximo martes, amor mio.» Luego ella subio al taxi, el hombre le dio una propina al portero, abrio su paraguas y se perdio en la esquina en dos zancadas.
19:50.
El chofer miraba por el retrovisor. «
Pero el problema con
Cuando Bottini doblo la esquina de la rue Augereau, se quito las gafas de montura metalica, limpio las gotas de lluvia de los cristales con un gran panuelo blanco y las guardo en un estuche. Acto seguido entro en el hotel. Segun los informes era escrupulosamente puntual. Los martes por la noche, de ocho a diez, siempre en la