hacia llamar coronel Ferrara era un heroe legitimo y muy condecorado. A los diecinueve anos era un joven oficial que combatia a los ejercitos austrohungaro y aleman en la frontera septentrional de Italia, un oficial de los
– Entonces puedo llamarlo coronel Ferrara -dijo Weisz.
– Si. Mi verdadero nombre no importa.
– Estuvo con el Batallon Garibaldi, en la XII Brigada Internacional.
– Asi es.
– Que han desmantelado y enviado a casa.
– Al exilio -puntualizo Ferrara. Dificilmente podrian volver a Italia. Asi que, junto con los alemanes, los polacos y los hungaros, todas las ovejas que no seguimos al rebano, han ido en busca de un nuevo hogar. Sobre todo a Francia, por como andan las cosas ultimamente, aunque alli tampoco es que seamos bienvenidos.
– Pero usted se ha quedado.
– Nos hemos quedado -corrigio-. Ciento veintidos de nosotros, esta manana. No estamos listos para abandonar esta lucha, bueno, esta causa, de modo que aqui nos tiene.
– ?Que causa, coronel? ?Como la describiria?
– Ha habido demasiadas palabras, signor Weisz, en esta guerra dialectica. Para los bolcheviques es facil, tienen sus consignas: Marx dice esto, Lenin lo otro. Pero para el resto la cosa no esta tan clara. Luchamos por la liberacion de Europa, por supuesto, por la libertad, si lo prefiere, por la justicia quiza y, sin duda, contra todos los
– No puedo usar
Ferrara se encogio de hombros.
– Quitelo. No se decirlo mejor.
– ?Hasta cuando se van a quedar?
– Hasta el final, pase lo que pase.
– Hay quien dice que la Republica esta acabada.
– Puede que tengan razon, pero nunca se sabe. Si uno hace la clase de trabajo que hacemos nosotros aqui, prefiere pensar que una bala disparada por un fusilero podria convertir la derrota en victoria. O tal vez alguien como usted escriba sobre nuestra pequena compania y los americanos den un respingo y digan: «Dios santo, es verdad, vamos por ellos, muchachos.»
Una repentina sonrisa ilumino el rostro de Ferrara, la idea, tan improbable, resultaba graciosa.
– Esto aparecera sobre todo en Gran Bretana y Canada, y en Sudamerica, donde los periodicos publican nuestros despachos.
– Bueno, pues entonces que sean los britanicos los que den el respingo, aunque ambos sabemos que no lo haran, al menos hasta que les toque a ellos comerse el
– Y de la Division Littorio, que esta al otro lado del rio, ?que opina?
– Bueno, conocemos bien a los de la Littorio y a la milicia de los Camisas Negras. Los combatimos en Madrid, y cuando ocuparon el palacio de Ibarra, en Guadalajara, nosotros lo asaltamos y los echamos. Y hoy volveremos a hacerlo.
Weisz se volvio hacia McGrath.
– ?Quieres preguntar algo?
– ?Cuanto va a durar esto? Y ?que opina de la guerra, de la derrota?
– Eso ya esta. Ya nos vale.
Al otro lado del rio una voz grito:
La respuesta llego de un nido de ametralladoras situado por debajo de la carretera. «
– Yo en su lugar mantendria la cabeza gacha -recomendo Ferrara. Agachado, se marcho.
Weisz y McGrath se tiraron al suelo, y McGrath saco los prismaticos.
– ?Lo veo!
Weisz se hizo con los prismaticos. Un soldado estaba tendido entre una mancha de juncos, las manos haciendo bocina mientras repetia el grito de guerra. Cuando la ametralladora volvio a disparar, el culebreo hacia atras y se esfumo.
Navarro, revolver en mano, se aproximo a la carrera desde el coche y se arrojo al suelo junto a ellos.
– Esta empezando -dijo Weisz.
– No intentaran cruzar el rio ahora -aseguro Navarro-. Lo haran por la noche.
De la otra orilla, un sonido sordo, seguido de una explosion que hizo pedazos un enebro y provoco que una bandada de pajaros saliera volando de los arboles; Weisz oyo el batir de sus alas cuando sobrevolaban la cima del cerro.
– Morteros -explico Navarro-. Nada bueno. Tal vez debiera sacarlos de aqui.
– Creo que deberiamos quedarnos un poco -opino McGrath.
Weisz se mostro conforme. Cuando McGrath le dijo a Navarro que se quedarian, este senalo un grupo de pinos.
– Sera mejor que vayamos ahi -propuso.
A la de tres echaron a correr y llegaron a los arboles justo cuando una bala silbaba sobre sus cabezas.
El fuego de mortero continuo durante diez minutos. La brigada de Ferrara no respondio. El alcance de sus morteros se limitaba al rio y debian reservar los proyectiles que tenian para la noche. Cuando ceso el fuego de los nacionales, el humo se fue desvaneciendo y el silencio regreso a la ladera.
Al cabo de un rato Weisz cayo en la cuenta de que estaba hambriento. Las unidades republicanas apenas tenian comida para ellas, asi que los dos corresponsales y el teniente Navarro habian estado viviendo a base de pan duro y un saco de lentejas, que, en palabras del ministro de Economia republicano, eran las «pildoras de la victoria del doctor Negrin». Alli no podian hacer fuego, de modo que Weisz rebusco en la mochila y saco su ultima lata de sardinas, que no habian abierto antes por falta de abridor. Navarro resolvio el problema utilizando una navaja y los tres se pusieron a pinchar las sardinas, que comieron sobre unos pedazos de pan, vertiendo por encima un poco de aceite. Mientras comian, el sonido de un combate en algun lugar del norte -tableteo de ametralladoras y fuego de fusiles- aumento hasta tener un ritmo constante. Weisz y McGrath decidieron ir a echar un vistazo y despues poner rumbo al nordeste, a Castelldans, para enviar sus cronicas.
Encontraron a Ferrara en uno de los nidos de ametralladoras, se despidieron y le desearon buena suerte.
– ?Adonde ira cuando esto termine? -le pregunto Weisz-. Quiza podamos volver a hablar. -Queria escribir otro articulo sobre Ferrara, un reportaje sobre un voluntario en el exilio, una cronica de la posguerra.
– Si sigo de una pieza, a Francia, a alguna parte. Pero, por favor, no lo cuente.
– No lo hare.
– Mi familia esta en Italia. Tal vez en la calle o en el mercado alguien diga algo o haga algun gesto, pero se puede decir que los dejan en paz. En mi caso es distinto, podrian hacer algo si supieran donde estoy.