Mussolini.
Los
Bien, ?que mas?
Salamone le habia contado que el profesor de Siena estaba trabajando en una noticia, basada en una carta clandestina, que describia el comportamiento de un jefe de policia y una pandilla fascista en una ciudad de los Abruzzos. La finalidad del articulo era citar el nombre del jefe de policia, que no tardaria en enterarse de su recien adquirida notoriedad cuando el periodico llegara a Italia. «Sabemos quien eres y sabemos lo que haces, y responderas de todo ello cuando llegue el momento. Ademas, cuando estes en la calle andate con cuidado.» Semejante desenmascaramiento lo enfureceria, pero tal vez tambien serviria para que se pensara dos veces lo que estaba haciendo.
Entonces… Bottini, resumen, caricatura, jefe de policia, otros articulos sueltos, quiza uno sobre Teoria Politica -Weisz se aseguraria de que fuese breve- y un editorial, siempre apasionado y de tintes sublimes, que casi siempre venia a decir lo mismo: «Resistid en las pequenas cosas, esto no puede continuar, las tornas se volveran.» Y que no faltaran citas de los grandes heroes liberales italianos: Mazzini, Garibaldi, Cavour. Y siempre, en negrita y encabezando la primera pagina: «No destruyas este periodico, daselo a un amigo de confianza o dejalo donde otros puedan leerlo.»
Weisz tenia que llenar cuatro paginas: el periodico se imprimia en una unica gran hoja doblada. Lastima, penso, que no pudieran poner anuncios. «Tras un largo y duro dia de disidencia politica, a los
Su articulo en el
Eso era lo que habia que escribir, y el mismo Ferrara habia pedido unicamente que no se mencionara su futuro destino. Resultaba sencillo. Mejor. El lector podia imaginarse que habia continuado la lucha en otra parte, en cualquier lugar donde hombres y mujeres valerosos se opusieran a la tirania. Y ademas, se pregunto Weisz, ?que podia salir mal? Los servicios secretos italianos sabian a ciencia cierta que Ferrara se encontraba en Espana, conocian su verdadero nombre, lo sabian todo de el. Y Weisz se cercioraria de que su articulo no dijera nada que pudiera ayudarlos. A decir verdad, ultimamente ?que
Carlo Weisz se sento a su mesa, la chaqueta colgada en el respaldo de la silla. Llevaba una camisa de color gris claro con finas listas rojas, las mangas subidas, el ultimo boton desabrochado, la corbata floja. Junto a un cenicero del San Marco, el cafe de los artistas y conspiradores de Trieste, un paquete de Gitanes. Tenia la radio encendida -el dial despedia un resplandor ambarino- y estaba sintonizada en una interpretacion de Duke Ellington grabada en un club nocturno de Harlem. La habitacion estaba a oscuras, iluminada unicamente por una pequena lampara con la pantalla de cristal verde. Se retrepo en la silla un instante, se froto los ojos y acto seguido se paso los dedos por el pelo para apartarselo de la frente. Si, por casualidad, alguien lo veia desde algun apartamento al otro lado de la calle -tenia los postigos abiertos- al observador jamas se le ocurriria pensar que aquella era una escena para un noticiario o una pagina de un libro ilustrado titulado
Weisz exhalo un suspiro mientras retomaba el trabajo. Cayo en la cuenta de que solo ahora se sentia en paz. Extrano, muy extrano, si. Porque lo unico que estaba haciendo era leer.
10 de enero de 1939. Desde medianoche caia sobre Paris una nevada lenta y constante. A las 3:30 de la manana Weisz se hallaba en la esquina de la rue Dauphine, la que daba al muelle que recorria la orilla izquierda del Sena. Escudrino la oscuridad, se quito los guantes y se froto las manos para calentarlas. Una noche sin viento; la nieve descendia lentamente sobre la blanca calle y el negro rio. Weisz amusgo los ojos en direccion al muelle, pero no vio nada; luego consulto el reloj. Las 3:34. Impuntual, no era propio de Salamone, tal vez… Pero antes de que pudiera imaginar las posibles catastrofes distinguio dos faros mortecinos que temblaban mientras el coche se deslizaba por los resbaladizos adoquines.
El baqueteado y viejo Renault de Salamone patino y se detuvo cuando Weisz le hizo senas. Este hubo de pegar un fuerte tiron para abrir la puerta mientras Salamone empujaba desde el otro lado. «Joder, joder», dijo Salamone. El coche estaba frio, la calefaccion llevaba bastante tiempo sin funcionar y los esfuerzos de los dos pequenos limpiaparabrisas no conseguian despejar el cristal. En el asiento de atras habia un paquete envuelto en papel de estraza y atado con bramante.
El coche avanzaba en direccion este dando sacudidas y derrapando; dejo atras la oscura mole de Notre Dame y continuo junto al rio hacia el Pont D'Austerlitz, para cruzar a la orilla derecha. Cuando el parabrisas se empano, Salamone se inclino sobre el volante.
– No veo nada -aseguro.
Weisz extendio el brazo y limpio un pequeno circulo con el guante.
– ?Mejor?
–
Rebusco en el bolsillo del abrigo y saco un gran panuelo blanco.
El Renault, que habia aguardado pacientemente ese momento en que el conductor solo tuviera una mano en el volante, giro con suavidad mientras Salamone soltaba una imprecacion y pisaba a fondo el freno. El coche hizo caso omiso, dio otra vuelta y a continuacion enterro las ruedas de atras en un monton de nieve que se habia acumulado contra una farola.
Salamone se guardo el panuelo, arranco el coche, que se habia calado, y metio primera. Las ruedas giraron mientras el motor gemia: una, dos veces, y otra mas.
– Espera, para, que empujo -se ofrecio Weisz. Utilizo el hombro para abrir la puerta, dio un paso, sus pies volaron por los aires y el aterrizo en el suelo.
– ?Carlo?
Weisz se levanto a duras penas y, dando pasitos cortos y cautelosos, rodeo el coche, y apoyo ambas manos en el maletero.
– Prueba ahora.
El motor acelero mientras las ruedas giraban y se hundian mas y mas en los surcos que habian dibujado.
– ?No pises tanto el acelerador!
La ventanilla chirrio cuando Salamone le dio a la manivela.
– ?Que?
– Con suavidad, con suavidad.
– Vale.
Weisz empujo de nuevo. Esa semana no habria
De una
El hombre se situo a su lado y le dijo: