anadio-: Y estoy seguro de que estara de acuerdo, senor Weisz.

– No cabe duda de que por ahi van los tiros -convino Weisz. En el breve silencio que siguio, dijo-: Perdoneme una pregunta de periodista, senor Brown, pero ?le importaria decirme a que clase de negocios se dedica?

– Naturalmente que no me importa, pero, como se suele decir, «no es para publicar».

La pipa despidio una gran bocanada de humo dulzon como para subrayar el impedimento.

– Esta noche esta a salvo -prometio Weisz-. Sera confidencial -dijo en son de broma. Era imposible que Brown pensara que lo estaba entrevistando.

– Poseo una pequena empresa que controla un punado de almacenes en el puerto de Estambul -repuso-. Comercio a la vieja usanza, me temo, y solo estoy alli parte del tiempo. -Saco una tarjeta y se la ofrecio a Weisz.

– Y es de suponer que esperara que los turcos no se alien con Alemania.

– Eso es -contesto Brown-. Pero creo que permaneceran neutrales. Ya tuvieron guerra para dar y tomar en el dieciocho.

– Como todos -tercio Sparrow-. Ojala no se repita, ?verdad?

– Una vez que ha empezado no hay quien lo pare -opino Brown-. Mira Espana.

– Creo que deberiamos haberlos ayudado -dijo Olivia.

– Supongo que si -contesto Brown-. Pero nos vino a la cabeza lo del catorce. -Luego le pregunto a Weisz-: ?No ha hecho usted nada relacionado con Espana, senor Weisz?

– Algo, de higos a brevas.

Brown lo miro un instante.

– ?Que fue lo que lei? ?Cuanto hara? Estaba en Birmingham, algo en el periodico local, ?la campana de Cataluna?

– Quiza. Estuve alli hace unas semanas, a finales de diciembre.

Brown se termino la copa.

– Muy buena, ?tomamos otra? ?Teneis tiempo, Geoffrey? A esta invito yo.

Sparrow le hizo senas al camarero.

– Dios mio -dijo Olivia-. Y vino en la cena.

– Ya me acuerdo -salto Brown-. Era sobre un italiano que luchaba contra los italianos de Mussolini. ?Era suyo?

– Es probable. En Birmingham estan suscritos a Reuters.

– Un coronel. El coronel algo.

– Coronel Ferrara.

«?Toma ya!»

– Con una gorra no se como.

– Tiene buena memoria, senor Brown.

– Es una lastima pero no, la verdad; lo que pasa es que, por algun motivo, se me quedo grabado.

– Un hombre valiente -lo elogio Weisz. Y acto seguido les explico a Sparrow y Olivia-: Lucho con las Brigadas Internacionales y se quedo cuando las disolvieron.

– No creo que vaya a servirle de mucho ahora -comento Sparrow.

– ?Que sera de el? -se intereso Brown-. Cuando los republicanos se rindan, quiero decir.

Weisz meneo la cabeza despacio.

– Tiene que ser extrano -dijo Brown-. Entrevistar a alguien, oir su historia y que luego se esfume. ?Les sigue alguna vez la pista, senor Weisz?

– Es dificil, tal como anda el mundo. La gente desaparece o piensa que ha de desaparecer, manana, el proximo mes…

– Si, lo entiendo. Con todo, seguro que le impresiono. Es bastante fuera de lo comun, a su manera, un oficial del ejercito que combate por la causa de otra nacion.

– Creo que para el se trataba de una unica causa, senor Brown. ?Conoce la frase de Rosselli? El y su hermano fundaron una organizacion de emigrados en los anos veinte y a el lo asesinaron en Paris en el treinta y siete.

– Conozco la historia de Rosselli, pero no la frase.

– «Hoy en Espana, manana en Italia.»

– ?Que significa…?

– La lucha es por la libertad en Europa: democracia contra fascismo.

– ?No era comunismo contra fascismo?

– Para Rosselli, no.

– ?Para el coronel Ferrara, tal vez?

– No, no. Para el tampoco. Es un idealista.

– Que romantico -intervino Olivia-. Como una pelicula.

– Si -aseguro Brown.

Casi eran las ocho cuando Weisz salio del hotel, paso ante la hilera de taxis que aguardaban junto al bordillo y se encamino hacia el rio. Que el tiempo, frio y humedo, le despejara la cabeza, ya encontraria un taxi despues. A menudo se decia eso mismo y luego se despreocupaba, escogiendo las calles por el placer de caminar por ellas. Dio la vuelta a la plaza Vendome, los escaparates de los joyeros a la espera de la clientela del Ritz, y a continuacion tomo la rue St. Honore, dejando atras lujosas tiendas, ahora cerradas, y algun que otro restaurante, el letrero dorado sobre verde, un refugio secreto, el aroma de exquisitas viandas flotando en la brisa nocturna…

El senor Brown le habia propuesto cenar juntos, pero el habia declinado el ofrecimiento. Ya habia tenido bastante interrogatorio por esa noche. «Continental Trading Ltd.», rezaba la tarjeta, con numeros de telefono en Estambul y Londres, pero Weisz tenia una idea bastante clara de a que se dedicaba en realidad el senor Brown. El espionaje. Probablemente el Servicio Secreto de Inteligencia britanico. Nada nuevo ni sorprendente, la verdad. Espias y periodistas estaban destinados a recorrer la vida juntos, y en ocasiones costaba distinguir al uno del otro. Sus cometidos no eran tan diferentes: hablaban con politicos, se procuraban contactos en departamentos gubernamentales y hurgaban en busca de secretos. A veces hablaban y comerciaban entre si. Y de cuando en cuando un periodista trabajaba directamente para los servicios secretos.

Weisz sonrio al recordar la velada: habian hecho un buen trabajo con el. ?Mira, tu viejo amigo de la universidad! Y su atractiva novia, que cree que eres un encanto. ?Tomate una copa! ?Seis! Anda, mira, pero si es nuestro amigo, el senor Brown. El senor Green. El senor Jones. A su entender, era probable que Sparrow y Olivia fueran civiles -ultimamente la vida de muchas naciones peligraba, asi que uno echaba una mano si se lo pedian-, pero el senor Brown era harina de otro costal. ?Que habia de particular en esa meada concreta en esa farola concreta que tanto interes suscitaba en ese sabueso concreto?, se dijo Weisz. ?Era Ferrara sospechoso de algo? ?Lo habrian incluido en alguna lista? Weisz esperaba que no. Pero, si no era asi, ?que? Porque Brown queria saber quien era y queria dar con el. Se habia tomado algunas molestias para conseguirlo. Maldita sea, se lo habia olido cuando se planteo la posibilidad de escribir acerca de Ferrara, ?por que no se hizo caso?

«Tranquilizate.» Los espias siempre iban tras algo. Si eras periodista, de repente aparecia el mas afable de los rusos, el mas culto de los alemanes, la francesa mas refinada del mundo. El preferido de Weisz en Paris era el magnifico conde Polanyi, de la legacion hungara: exquisitos modales de la vieja Europa, franqueza extrema y sentido del humor. Muy interesante, muy peligroso. Un error acercarse a esas personas, pero a veces la gente se equivocaba. Y no cabia duda de que Weisz se habia equivocado. Con, por ejemplo, lady Angela Hope, espia, no lo ocultaba. El recuerdo hizo que prorrumpiera en una ebria carcajada. Se habia equivocado con lady Angela dos veces, en su apartamento de Passy, y ella habia hecho de aquello una ruidosa y elaborada opera; el tenia que ser por lo menos Casanova para provocar esos chillidos: por el amor de Dios, habia doncellas en el apartamento. Que importaban las doncellas, los vecinos. «Cielo santo, han asesinado a lady Angela. Otra vez.» La interpretacion vino seguida de un interrogatorio de alcoba de considerable duracion, sobre la informacion no publicada en la entrevista que le hizo a Gafencu, el ministro de Asuntos Exteriores rumano. Pero lady Angela no le saco nada, igual que Brown tampoco habia averiguado donde se escondia el coronel Ferrara.

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