quedarse alli plantado, asegurandose de que se iban.

Navarro conducia despacio por la accidentada pista de tierra que discurria paralela al rio. Weisz fumaba atras, los pies sobre el asiento, y observaba el paisaje: monte bajo de encinas y enebros, a veces una aldea, un alto pino con cuervos en sus ramas. Pararon en una ocasion por culpa de unas ovejas: los carneros llevaban unas esquilas que repiqueteaban al caminar. El rebano lo guiaba un pequeno y desastrado perro pastor de los Pirineos que corria sin cesar por los flancos. El pastor se acerco a la ventanilla del conductor, se llevo la mano a la boina a modo de saludo y dio los buenos dias.

– Los moros de Franco cruzaran el rio hoy -informo. Weisz y los otros miraron fijamente la orilla opuesta, pero no vieron mas que juncos y chopos-. Estan ahi -aseguro el pastor-. Pero no los vais a ver.

Escupio al suelo, les deseo buena suerte y siguio a su rebano cerro arriba.

A los diez minutos una pareja de soldados les hizo senas para que se detuvieran. Respiraban con dificultad y estaban sudorosos a pesar del frio, los fusiles al hombro. Navarro aminoro la marcha, pero no paro.

– ?Llevadnos con vosotros! -pidio uno.

Weisz miro por la luneta, preguntandose si dispararian al coche, pero se quedaron alli sin mas.

– ?No deberiamos llevarlos? -pregunto McGrath.

– Son desertores. Deberia haberles pegado un tiro.

– ?Por que no lo ha hecho?

– No tengo valor -confeso Navarro.

Al cabo de unos minutos los detuvieron de nuevo. Esta vez fue un oficial, que bajo por la colina, desde el bosque.

– ?Adonde vais? -le pregunto a Navarro.

– Estos trabajan para periodicos extranjeros, buscan la brigada italiana.

– ?Cual?

– La Garibaldi.

– ?Esos que van con panuelos rojos?

– ?Es asi? -le pregunto Navarro a Weisz.

Este lo confirmo. La Brigada Garibaldi constaba de voluntarios tanto comunistas como no comunistas. La mayoria de estos ultimos eran oficiales.

– Creo que estan ahi delante. Pero sera mejor que os quedeis arriba, en la cima.

A unos cuantos kilometros el camino se bifurcaba y el coche subio a duras penas la pronunciada pendiente; el martilleo de la marcha mas corta reverbero entre los arboles. De lo alto de la elevacion salia una pista de tierra que se dirigia al norte. Desde alli disfrutaban de una vista mejor del Segre, un rio lento y poco profundo que se deslizaba entre islotes de arena desperdigados en medio de la corriente. Navarro continuo, dejando atras una bateria que disparaba a la orilla opuesta. Los artilleros se empleaban a fondo surtiendo de proyectiles a los cargadores, los cuales se tapaban los oidos cuando el canon abria fuego, con el consabido retroceso de las ruedas cada vez. Un obus estallo por encima de los arboles, una repentina bocanada de humo negro que se fue alejando con el viento. McGrath le pidio a Navarro que parara un instante, se bajo del coche y saco unos prismaticos de su mochila.

– Tenga cuidado -la advirtio Navarro.

Los reflejos del sol atraian a los francotiradores, quienes podian hacer blanco en la lente a una gran distancia. McGrath protegio los prismaticos con la mano y a continuacion se los paso a Weisz. Entre los jirones de humo que flotaba a la deriva, vislumbro un uniforme verde, a unos cuatrocientos metros de la orilla oeste.

Cuando volvieron al coche, McGrath dijo:

– Aqui arriba somos un buen blanco.

– Sin ninguna duda -corroboro Navarro.

El 5.° Cuerpo del Ejercito Popular estaba cada vez mas presente a medida que avanzaban en direccion norte. En la carretera asfaltada que llegaba hasta la ciudad de Seros, al otro lado del rio, encontraron a la brigada italiana, bien atrincherada bajo un cerro. Weisz conto tres ametralladoras Hotchkiss de 6,5 mm montadas en bipodes; se fabricaban en Grecia, segun tenia entendido, y eran introducidas clandestinamente en Espana por antimonarquicos griegos. Tambien habia tres morteros. A la brigada italiana le habian ordenado mantener la carretera asfaltada y un puente de madera que salvaba el rio. El puente habia volado por los aires, dejando en el lecho del rio pilotes carbonizados y unos cuantos tablones ennegrecidos que la corriente habia arrastrado hasta la orilla. Cuando Navarro aparco el coche un sargento se acerco a comprobar que querian. Una vez que Weisz y McGrath se hubieron bajado del vehiculo, este dijo:

– Hablare en italiano, pero despues te lo traduzco.

Ella le dio las gracias y ambos sacaron lapiz y papel. Al sargento no le hizo falta ver mas.

– Un momento, por favor, ire a buscar al oficial.

Weisz se rio.

– Bueno, diganos al menos su nombre.

El sargento le devolvio la sonrisa.

– Digamos que sargento Bianchi, ?estamos? -O lo que era lo mismo: «No use mi nombre.» Signor Bianchi y signor Rossi, senor Blanco y senor Rojo, eran el equivalente italiano de Smith y Jones, apellidos genericos propios de chistes y alias jocosos-. Escriban lo que quieran -anadio el sargento-, pero tengo familia. -Se alejo con parsimonia y, a los pocos minutos, aparecio el oficial.

Weisz llamo la atencion de McGrath, pero ella no vio lo mismo que el. El oficial era moreno, con el rostro -los pomulos acentuados, la nariz ganchuda y, sobre todo, los ojos de halcon- marcado por una cicatriz que describia una curva desde la comisura del ojo derecho hasta el centro de la mejilla. En la cabeza llevaba el flexible gorro verde de los soldados de la infanteria espanola, la parte superior, con la gran borla negra, estaba hundida. Y vestia un grueso jersey negro bajo la guerrera caqui -sin insignias- de un ejercito y los pantalones que eran de otro ejercito. Del hombro le colgaba una pistolera con una automatica. Llevaba unos guantes negros de cuero.

Weisz dio los buenos dias en italiano y agrego:

– Somos corresponsales, yo me llamo Weisz y esta es la signora McGrath.

– ?Italianos? -pregunto el oficial con incredulidad-. Estan en el lado equivocado del rio.

– La signora es del Chicago Tribune -aclaro Weisz-. Y yo trabajo para la agencia de noticias britanica Reuters.

El oficial, cauteloso, los estudio un instante.

– Bueno, es un honor. Pero, por favor, nada de fotografias.

– No, claro. ?Por que lo del «lado equivocado del rio»?

– Esa de ahi es la Division Littorio. Los Flechas Negras y los Flechas Verdes. Oficiales italianos, soldados italianos y espanoles. Asi que hoy mataremos a los fascisti y ellos nos mataran a nosotros. -El oficial esbozo una sonrisa forzada: asi era la vida, lastima-. ?De donde es usted, signor Weisz? Diria que habla italiano como si lo fuera.

– De Trieste -contesto Weisz-. ?Y usted?

El oficial vacilo. ?Mentir o decir la verdad? Finalmente respondio:

– Soy de Ferrara, me llaman coronel Ferrara.

Su mirada parecia arrepentida, pero confirmo la corazonada de Weisz, la que tuvo nada mas ver al oficial, ya que habian aparecido fotografias de su rostro, con la cicatriz corva, en los periodicos: alabado o difamado, dependiendo de la ideologia politica.

«Coronel Ferrara» era un nombre de guerra, los alias eran algo habitual entre los voluntarios del bando republicano, en particular entre los agentes de Stalin. Pero ese nom de guerre era anterior a la guerra civil espanola. En 1935 el coronel, adoptando el nombre de su ciudad, abandono las fuerzas italianas que luchaban en Etiopia -donde los aviones descargaron una lluvia de gas mostaza sobre las aldeas y el ejercito enemigo- y aparecio en Marsella. En una entrevista para la prensa francesa dijo que ningun hombre que tuviera conciencia podia tomar parte en aquella guerra de conquista de Mussolini, en aquella guerra imperialista.

En Italia los fascistas habian tratado de arruinar su reputacion por todos los medios, ya que el hombre que se

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