espia. Llevaba en danza desde el 29 de jimio, cuando paso la noche en Marsella esperando a Weisz, pero cuando la tripulacion del
– Desaparecido -afirmo el senor Brown cuando Kolb llamo-. Quiza lo haya cogido la OVRA, jamas lo sabremos.
Una lastima, pero asi era la vida. Luego Brown le dijo que tenia que ir a Berlin a sacar a la chica. ?Era necesario?
– Nuestra parte del trato -explico Brown desde la comodidad de su hotel de Paris-. Y puede que nos sea util, nunca se sabe.
Contaria con ayuda en Berlin, puntualizo Brown, el SSI no era muy numeroso alli, no era muy numeroso en ninguna parte, pero el agregado naval de la embajada tenia un taxista de confianza.
Se trataba de Klemens, ex comunista y alborotador en los anos veinte, con cicatrices que lo demostraban, el mismo que ahora apoyaba el peso en el volante del taxi y encendia el decimo cigarrillo de la manana.
– Llevamos aqui demasiado tiempo, ?sabe? -comento, captando los ojos de Kolb por el retrovisor.
«Cierra el pico, palurdo.»
– Creo que podemos esperar un poco mas.
Esperaron diez minutos, otros cinco. Luego un autobus se detuvo delante de la oficina, el motor al ralenti, el escape expulsando bocanadas de humo negro, y un minuto mas tarde salieron las chicas en tropel, uniformes marrones, medias hasta la rodilla y panuelos anudados, algunas con cestas de picnic, de dos en dos, seguidas de Von Schirren. Cuando subieron al autobus, el maton de la esquina miro un coche que habia aparcado al otro lado de la calle, el cual, cuando el autobus arranco, se incorporo al trafico, justo detras.
– Adelante -ordeno Kolb-. Pero mantengase a distancia.
Fueron hasta los limites de la ciudad, en direccion este, hacia el Oder. Pronto estarian en el campo. Luego, un golpe de suerte. En la localidad de Munchberg el coche de la Gestapo paro a echar gasolina y dos tipos corpulentos bajaron a estirar las piernas.
– ?Que hago? -quiso saber Klemens.
– Siga al autobus.
– El coche no tardara en darnos alcance.
– Limitese a conducir -contesto Kolb.
Un dia caluroso y humedo. Un tiempo irritante para Kolb. Si tenia que caminar, los calzoncillos le rozarian la piel. Asi que, por el momento, le daba igual lo que hiciera el otro coche.
A los pocos minutos, un segundo golpe de suerte: el autobus se metio por un caminito, y a Kolb se le alegro el corazon. «Esta es la mia.»
– ?Sigalo! -exclamo.
Klemens se mantenia a bastante distancia del autobus, una estela de polvo indicando su avance mientras subia las colinas cercanas al Oder. Luego el autobus paro. Klemens dio marcha atras y aparco el coche a un lado del camino, en un punto en que los del otro vehiculo no podian verlo.
Kolb le dio algun tiempo al grupo para que llegara a dondequiera que fuese y se bajo del coche.
– Abra el capo -le indico al otro-. Tiene problemas con el motor, puede que le lleve algun tiempo.
Kolb echo a andar camino arriba y rodeo el autobus, adentrandose en un pinar. «La naturaleza», penso. No le gustaba la naturaleza. En la ciudad era una rata astuta, se sentia corno en casa en aquel laberinto, pero fuera se sentia desnudo y vulnerable y si, tenia razon en lo de los calzoncillos. Desde un lugar estrategico situado en lo alto de la colina veia a las Deutscher Madchen, que se agolpaban en la orilla de un pequeno lago. Algunas chicas sacaban la merienda, mientras que otras -los ojos de Kolb se abrieron de par en par- se desvestian para nadar, sin que el viera un solo banador. Soltaban grititos al meterse en la fria agua, salpicandose las unas a las otras, forcejeando, un jolgorio de muchachas desnudas. Toda aquella preciosa y palida carne aria saltando y zangoloteando, libre y desembarazadamente. Kolb no se cansaba de mirar, y no tardo en contagiarse del ambiente.
Von Schirren se quito los zapatos y las medias. ?Habria mas? No, no estaba de humor para nadar; paseaba mirando el suelo, el lago, las colinas, a veces esbozaba una tenue sonrisa cuando una de las Madchen le gritaba que se uniera a ellas.
Kolb, de arbol en arbol para esconderse, se las arreglo para bajar la colina y llegar a la linde del bosque, donde se oculto tras unas matas. Von Schirren se acerco al lago, permanecio alli un rato y luego se aparto, aproximandose a donde el se encontraba. Cuando se hallaba a unos tres metros de distancia, Kolb se asomo por el arbusto.
– ?Eh!
Von Schirren, sobresaltada, le lanzo una mirada furiosa.
– Asqueroso. ?Vayase! Ya mismo. O le echo a las chicas.
Lo que le faltaba.
– Escuche atentamente, Frau Von Schirren: su amigo Weisz ha organizado esto, y hara lo que le diga o me largare y no volvera a vernos ni a mi ni a el.
Por un momento se quedo estupefacta.
– ?Carlo? ?Lo envia el?
– Si. Va a salir usted de Alemania. Ahora.
– He de ir por los zapatos -repuso.
– Digale a la chica que este al mando que no se encuentra bien y que va a tumbarse al autobus.
Luego, por fin, los ojos de ella reflejaron gratitud.
Subieron la arbolada loma, el silencio interrumpido unicamente por las aves, los rayos de sol iluminando el suelo del bosque.
– ?Quien es usted? -inquirio ella.
– Su amigo Weisz, con su profesion, tiene muchas amistades. Da la casualidad de que soy un conocido suyo.
Al cabo de un rato ella conto:
– Me siguen, a todas partes, ?sabe?
– Si, los he visto.
– Supongo que no podre ir a mi casa, ni siquiera un momento.
– No. La estaran esperando.
– Entonces ?adonde ire?
– A Berlin, a un desvan donde hace un calor de mil demonios. Le haremos un cambio de imagen, he comprado una peluca gris espantosa, y luego le sacare una foto, revelare el carrete y pondre la foto en su nuevo pasaporte, con su nuevo nombre. Despues cambiaremos de coche y pasaremos unas horas al volante hasta llegar a Luxemburgo, al paso fronterizo de Echternach.
Dejaron atras el autobus y bajaron al camino. Klemens estaba tumbado boca arriba junto al taxi, las manos detras de la cabeza. Al verlos se levanto, cerro de golpe el capo, ocupo su asiento y arranco el motor.
– ?Donde me siento? -pregunto ella cuando se acercaban al coche.
Kolb dio la vuelta al vehiculo y abrio el maletero.
– No esta tan mal -aseguro-. Lo he hecho unas cuantas veces.
Christa se metio dentro y se hizo un ovillo.
– ?Esta bien? -se intereso Kolb.
– A usted se le da bien esto, ?no? -respondio ella.
– Muy bien -le contesto Kolb-. ?Lista?
– La razon por la que le pregunte lo de ir a casa es que mis perros estan alli. Son muy importantes para mi, querria despedirme.
– No podemos ni acercarnos a su casa, Frau Von Schirren.
– Perdoneme -se disculpo-. No deberia haber preguntado.
«No, no deberia, unos chuchos, anda que…» Pero la mirada en los ojos de ella lo impresiono, de modo que dijo:
– Tal vez algun amigo se los pueda llevar a Paris.