tarde. Luego, despues de que este volviera al trabajo, Weisz marco el numero de Emil.

La joven respondio de inmediato.

– Esperabamos su llamada -le dijo-. Se reunira con el manana por la manana. En un bar llamado La Lanterna, en el vico San Giraldo, una de las callejuelas que salen de la Piazza dello Scalo, donde los muelles. A las cinco y media. ?Podra?

Weisz respondio afirmativamente.

– ?Por que tan pronto? -quiso saber.

Ella tardo en contestar.

– Emil no acostumbra a hacer esto, es cosa del hombre al que conocera en La Lanterna, es el dueno del bar, el dueno de muchas cosas en Genova, pero tiene cuidado con los sitios a los que va. Y con la hora. ?Entendido?

– Si, las cinco y media pues.

Weisz llamo a Matteo despues de las tres y supo que quedarian con el camionero a mediodia del dia siguiente, en un garaje del extremo norte de la ciudad. Matteo le dio la direccion y agrego:

– Les causo una buena impresion a mis amigos. Estan dispuestos a colaborar.

– Me alegro -contesto Weisz-. Si trabajamos todos juntos, nos libraremos de esos cabrones.

«Tal vez, algun dia», penso al colgar. Pero lo mas probable era que todos ellos, Grassone, Matteo, sus amigos y los demas, acabaran en la carcel. Y seria culpa de Weisz. La alternativa era sentarse tranquilamente a esperar a que llegaran tiempos mejores, pero desde 1922 no habia habido tiempos mejores. Y, penso Weisz, si a la OVRA no le gustaba el Liberazione en el pasado, ahora le gustaria menos. Asi que, a fin de cuentas, cuando la operacion se descubriera o fracasara como fracasase, de un modo u otro, Weisz ocuparia la celda contigua.

Esa noche llevo la lista del equipo que habia elaborado Matteo a la oficina de Grassone y despues inicio la subida a la via Corvino. Dos dias mas, penso, y volveria a Paris despues de representar el papel que el senor Brown habia escrito para el: una aparicion audaz y unos primeros pasos hacia la expansion del Liberazione. Luego habia mas cosas que hacer: alguien tendria que volver alli. ?Significaba eso que Brown podia servirse de otros, o tendria que ser el? Ni lo sabia ni le importaba, porque lo que de verdad le importaba en ese momento era la esperanza -y era algo mas que una esperanza- de que una vez hubiera hecho lo que el senor Brown queria, el senor Brown haria lo que el queria en Berlin.

27 de junio, 5:20.

En la Piazza dello Scalo, un amanecer gris y con llovizna, un nubarron oceanico cubriendo la plaza. Y un mercado callejero. Cuando Weisz cruzaba la plaza, los comerciantes, que descargaban una exotica coleccion de coches y camiones antiguos, montaban sus puestos; el pescadero bromeaba con sus vecinos, dos mujeres apilaban alcachofas, ninos con cajas a cuestas, mozos con carretillas al descubierto gritando a la gente que se quitara de en medio, bandadas de palomas y gorriones en los arboles, a la espera de obtener su parte del botin.

Weisz bajo por el vico San Giraldo y, tras pasarselo la primera vez, dio con La Lanterna. Fuera no habia ningun nombre, pero un letrero que colgaba de una cadena herrumbrosa lucia una desvaida linterna pintada. Debajo, una puerta baja daba a un tunel que desembocaba en una habitacion larga y estrecha, el piso negro de una mugre secular, las paredes marrones por el humo de los cigarrillos. Weisz se abrio paso entre los primeros parroquianos -vendedores del mercado y estibadores con mandiles de cuero- hasta que diviso a Emil, el cual le indico que se acercara, la permanente sonrisa un tanto mas amplia en su rostro recien afeitado. El hombre que estaba a su lado no sonreia. Era alto y sombrio, y muy moreno, con un bigote poblado y ojos despiertos. Llevaba un traje de seda, sin corbata, la camisa color chocolate abotonada hasta el cuello.

– Bien, llega usted puntual -aprobo Emil-. Y este es su nuevo casero.

El tipo alto lo escudrino, le hizo una breve senal de asentimiento y, acto seguido, consulto un lujoso reloj y dijo:

– ?A trabajar! -Se saco del bolsillo un gran aro con llaves y fue pasando con el pulgar una por una hasta dar con la que queria-: Por aqui -pidio mientras se dirigia al otro extremo de la taberna.

– Es un buen lugar para usted -le explico Emil a Weisz-: siempre hay gente entrando y saliendo, de dia y de noche. Lleva aqui desde… ?cuando?

El dueno se encogio de hombros.

– Dicen que esto lleva siendo una taberna desde mil cuatrocientos noventa.

Al fondo de la habitacion, una puerta baja hecha de gruesos tablones. El dueno la abrio, agacho la cabeza al entrar y espero a Emil y Weisz. Una vez cruzada la puerta, echo la llave. De pronto a Weisz le costaba respirar, el aire era una neblina acida de vino picado.

– Antes era un almacen -dijo Emil.

El dueno cogio una lampara de queroseno de un gancho de la pared, la encendio y bajo un largo tramo de escalones de piedra. Las paredes relucian por la humedad, y Weisz oia las ratas escabullandose. Al pie de la escalera salia un pasillo -tardaron un minuto en recorrerlo- que llevaba hasta una enorme boveda; el techo era una serie de arcos, cuyas paredes estaban llenas de toneles de madera. El aire estaba tan cargado de olor a vino que a Weisz le lloraban los ojos. En el arco central habia una bombilla colgando de un cable. El dueno alzo la mano y encendio la luz, que arrojo sombras sobre los humedos sillares de piedra.

– ?Lo ve? Nada de antorchas -bromeo Emil, guinandole un ojo a Weisz.

– Necesitamos electricidad -repuso este.

– La pusieron en los anos veinte -explico el dueno.

En algun lugar tras los muros Weisz percibia el ritmico goteo del agua.

– ?Aun se utiliza esto? -quiso saber-. ?Baja la gente aqui?

El dueno hizo un ruido seco que podria pasar por una risa.

– Haya lo que haya ahi -senalo las cubas con la cabeza-, no se puede beber.

– Existe otra salida -observo Emil-. Por el pasillo.

El dueno miro a Weisz y pregunto:

– ?Y bien?

– ?Cuanto quiere por esto?

– Seiscientas liras al mes. Dos meses por adelantado. Y podra hacer lo que quiera.

Weisz se lo penso y luego metio la mano en el bolsillo y se puso a contar billetes de cien liras. El dueno se lamio el pulgar y comprobo la cantidad mientras Emil permanecia alli plantado, risueno, con las manos en los bolsillos. A continuacion el dueno abrio el llavero y le dio a Weisz dos llaves.

– La taberna y la otra entrada -aclaro-. Si necesita verme, pongase en contacto con su amigo, el se encargara. -Apago la luz, agarro la lampara de queroseno y anadio-: Saldremos por el otro lado.

Al otro lado de la boveda, el pasillo giraba bruscamente y se convertia en un tunel que moria en una escalera que subia hasta el nivel de la calle. El dueno apago la lampara, la colgo en la pared y abrio un par de pesadas puertas de hierro. Aplico el hombro a una de ellas, que chirrio al ceder y dio paso al patio de un taller lleno de periodicos viejos y piezas de maquinas. Al otro extremo, una puerta en una pared de ladrillo daba a la Piazza dello Scalo, donde los primeros clientes del mercado, mujeres con bolsas de red, curioseaban por los puestos.

El dueno alzo la vista al cielo y miro cenudo la llovizna.

– Te vere la semana que viene -le dijo a Emil, y luego saludo con la cabeza a Weisz.

Cuando se volvia para irse, un hombre salio de un portal y lo cogio por el brazo. Por un instante Weisz se quedo paralizado. «Corre.» Pero una mano lo apreso por el cuello de la camisa y la chaqueta y una voz dijo:

– Venga conmigo.

Weisz giro en redondo y aparto la mano del hombre con el antebrazo. Por el rabillo del ojo vio a Emil corriendo a toda velocidad entre los puestos y al dueno forcejeando con un tipo la mitad de grande que el que intentaba inmovilizarle el brazo tras la espalda.

El que Weisz tenia enfrente era corpulento, el rostro y los ojos duros, un poli de algun tipo, con el cinto de una pistolera al lado de una corbata de flores, cruzandole el pecho. Saco una pequena cartera y la abrio para mostrarle una placa al tiempo que decia:

– ?Entendido?

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