Hizo ademan de coger a Weisz por el brazo, pero este se zafo, recibiendo a cambio una bofetada. La segunda fue tan fuerte que Weisz se tambaleo hacia atras y se quedo sentado en el suelo.
– Asi que complicandome la vida… -comento el policia.
Weisz dio dos vueltas y se levanto con dificultad. Pero el policia fue mas rapido, le puso la zancadilla e hizo caer a Weisz, que se dio un buen golpe. Consciente de que aquello iba a continuar, trato de arrastrase bajo un puesto. La gente de alrededor empezo a murmurar, sonidos sordos de ira o solidaridad al ver que golpeaban a un hombre.
El rostro del poli se volvio rojo. Quito de en medio a una anciana, estiro el brazo, cogio a Weisz por el tobillo y comenzo a tirar de el.
– Sal de ahi -dijo entre dientes.
Cuando sacaba a Weisz a rastras de debajo del puesto, una alcachofa se estrello en la frente del policia. Este, sorprendido, solto a Weisz y dio un paso atras. Una zanahoria le rozo la oreja, y levanto la mano para parar una fresa mientras otra alcachofa le acertaba en el hombro. Por detras de Weisz se oyo la voz de una mujer:
– Dejalo en paz, Pazzo, hijo de puta.
Era evidente que conocian al policia y no les caia bien. Este saco un revolver y apunto a izquierda y luego a derecha, haciendo que alguien gritara:
– ?Venga, vamos, peganos un tiro, pedazo de capullo!
El ataque fue a mas: tres o cuatro huevos, un punado de sardinas, mas alcachofas -de temporada, baratas ese dia-, una lechuga y unas cuantas cebollas. El poli apunto al cielo e hizo dos disparos.
Los del mercado no se dejaron intimidar. En el puesto del charcutero, Weisz vio como una mujer con un delantal manchado de sangre metia un gran tenedor en un cubo y pinchaba una oreja de cerdo, y utilizando el cubierto a modo de catapulta, la lanzo al policia. Este retrocedio unos pasos y acabo en el limite de la plaza, bajo una vieja casa torcida. Se metio dos dedos en la boca y solto un silbido estridente, pero su companero estaba ocupado con el dueno. Nadie se presento, y cuando la primera palangana de agua salio volando de una ventana y fue a parar a sus pies, dio media vuelta y, fulminandolos con la mirada -«Esto no va a quedar asi»-, abandono la plaza.
Weisz, el rostro encendido, seguia debajo del puesto. Cuando se disponia a salir, una mujer enorme con una redecilla en el pelo y un delantal se le acerco corriendo; las gafas, que llevaba colgadas de una cadena al cuello, pegaban botes con cada paso que daba. Le tendio la mano, Weisz la agarro, y ella lo levanto sin ningun esfuerzo.
– Sera mejor que se vaya de aqui -sugirio, la voz casi un susurro-. Volveran. ?Tiene adonde ir?
Weisz repuso que no. La idea de regresar a la via Corvino se le antojo peligrosa.
– Entonces venga conmigo. -Corrieron entre una fila de puestos y salieron de la plaza a los
– ?Adonde vamos?
– Ya lo vera. -Se paro en seco, lo agarro por los hombros y le dio la vuelta para poder verle el rostro-: ?Que es lo que ha hecho? No tiene pinta de delincuente. ?Es usted un delincuente?
– No, no soy ningun delincuente.
– Ya decia yo. -Acto seguido lo cogio por el hombro y le dijo-:
La iglesia de Santa Brigida no era ni magnifica ni antigua, la habian construido de estuco, en un barrio pobre, hacia un siglo. En el interior, la mujer del mercado hinco una rodilla, se santiguo, cruzo el pasillo y desaparecio por una puerta que habia junto al altar. Weisz se sento al fondo. Hacia mucho que no entraba en una iglesia, pero se sentia a salvo, por el momento, en la agradable penumbra perfumada de incienso. Luego la mujer aparecio seguida de un sacerdote joven. Ella se inclino sobre Weisz y le dijo:
– El padre Marco cuidara de usted -y le apreto la mano, «sea fuerte», y se fue.
Cuando se hubo marchado, el cura llevo a Weisz a la sacristia y despues a un despachito.
– Angelina es una buena persona -aseguro-. ?Esta usted en apuros?
Weisz no estaba muy seguro de como responder a eso. El padre Marco era paciente y espero.
– Si, en algun apuro, padre. -Weisz se arriesgo-: Apuros politicos.
El sacerdote asintio, no era ninguna novedad.
– ?Necesita un sitio donde quedarse?
– Hasta manana por la noche. Luego saldre de la ciudad.
– Hasta manana por la noche nos las podemos arreglar. -Se sintio aliviado-. Puede dormir en ese sofa.
– Gracias -replico Weisz.
– ?Que clase de politica?
Por su modo de hablar y de escuchar, a Weisz le dio la impresion de que aquel era un parroco atipico: un intelectual destinado a ascender en la iglesia o a sufrir el destierro en alguna zona apartada, cualquiera de las dos cosas.
– Politica democratica -contesto-. Antifascista.
Los ojos del cura reflejaron aprobacion y una pizca de envidia. «Si la vida hubiera sido distinta…»
– Lo ayudare en lo que pueda -afirmo-. Y usted puede hacerme compania en la cena.
– Estare encantado, padre.
– No es el primero que me traen. Se trata de una vieja costumbre, acogerse a sagrado. -Se puso en pie, miro un reloj que habia en la mesa y anuncio-: He de decir misa. Si lo desea, puede participar, si es su costumbre.
– Llevo mucho tiempo sin hacerlo -admitio Weisz.
El sacerdote sonrio.
– Eso es algo que oigo muy a menudo, como desee.
Esa tarde, Weisz salio una vez. Fue hasta una estafeta de Correos donde utilizo el telefono para marcar el numero de Emil. Estuvo sonando mucho tiempo, pero la mujer no lo cogio. No tenia idea de lo que eso significaba, ni tampoco de lo que habia ocurrido en la plaza. Sospechaba que podia haber sido una casualidad: la persona equivocada en el momento equivocado, alguien vio al dueno y lo denuncio cuando entro en el barrio. ?Por que? Weisz lo ignoraba. Pero no era la OVRA, ellos habrian acudido en masa. Naturalmente tambien cabia la posibilidad de que lo hubiesen traicionado: Emil, Grassone o alguien de la via Corvino. Pero daba igual, saldria en el
28 de junio, 22:30.
Sentado en el borde de una fuente seca, en lo alto de una escalera que bajaba hasta el embarcadero, Weisz veia el
Weisz tambien veia a la tripulacion del
En la mesa, los dos marineros sacaron el pasaporte y, acto seguido, vaya contratiempo, se pusieron a buscar los documentos de su amigo, que acabaron encontrando en el bolsillo trasero de los pantalones. Nunzio se rio y los policias lo imitaron. ?Menuda resaca tendria manana!
Nunzio cogio el pasaporte del primer marinero, lo estiro sobre la mesa y miro arriba y abajo dos veces, el gesto de un hombre que contrastaba una fotografia con un rostro. Si, era el, sin duda. Mojo en tinta el sello que