comandante haria rodar cabezas con un misericordioso y rapido tijeretazo.

Jasmine torcio la boca al pensarlo: lastima que nadie pudiera hacerle ese favor a ella. Sola, se habia echado atras en la decision final, no sabia si por cobardia o por valor. Y Meg… habia sido demasiado pedirselo a Meg, no habia tenido ningun derecho de pedirselo a Meg. Jasmine se pregunto como pudo ocurrirsele esta idea.

Hoy Meg habia llegado mas acongojada aun que de costumbre, con la amplia frente fruncida por el dolor. Jasmine puso todas sus fuerzas en animarla, y todo el rato sintio la ironia de la situacion: era ella quien se estaba muriendo, al fin y al cabo, pero era Meg quien necesitaba que la tranquilizara con dosis de paliativos.

No podia explicarle a Meg el calculo que habia hecho, en algun momento, entre quedarse dormida la pasada noche y despertarse esa manana. Solo sabia que habia cruzado algun meridiano en su rapido progreso hacia la muerte. El dolor habia dejado de aterrarla y, con la aceptacion, habia llegado tambien la habilidad para soportar y saborear cada momento, ademas de una extrana y nueva satisfaccion.

El sol se hundio detras de la cuadrada casa victoriana de enfrente, y la piedra perdio el color pasando del oro al gris en un abrir y cerrar de ojos. Jasmine noto el aire helado sobre su piel, y oyo el lejano rumor del trafico de Rosslyn Hill, prueba de que la vida seguia arremolinandose a su alrededor.

El comandante se puso en pie con un chasquido de rodillas.

– Sera mejor que termine. No queda mucha luz.

Se agacho para tirar de Jasmine y ponerla en pie con la facilidad con que levantaria un saco de tierra.

– Y usted entre, no vaya a coger frio.

Jasmine casi se echo a reir ante la absurdidad de coger frio, como si una circunstancia exterior pudiera compararse con los estragos con que se debatia su cuerpo, pero dejo que el la acompanara dentro y enjuagara las tazas.

Cerro la puerta del jardin tras el, asi como los postigos, pero vacilo unos minutos antes de correr los estores. La luz desaparecia sobre los tejados, y las hojas del abedul del jardin temblaron en la brisa de la noche. Desde la terraza de Duncan se podria ver la puesta de sol sobre el oeste de Londres. Ese privilegio le costaba caro, pero habia sido muy amable de compartirlo con ella varias veces antes de que las escaleras la derrotaran.

Duncan… aquello tampoco lograba explicarselo muy bien a Meg, al menos sin herirla. No habia querido que Meg lo conociera, habia preferido mantenerlo separado del resto de su existencia, separado de su enfermedad. Meg la cuidaba con tanto celo, observando el progreso de cada sintoma, controlando los cuidados y la medicacion como si la enfermedad de Jasmine fuera una responsabilidad personal. Duncan le traia el mundo exterior, rudo y amargo, y si tenia que ver con la muerte, al menos tenia poco que ver con la suya.

Cuando suspiro y bajo los estores, Sidhi se froto contra sus tobillos. De todas formas, diferenciar entre Duncan y Meg no tenia mucho sentido. Si Meg se habia sumergido en su enfermedad, su enfermedad tambien la convertia en una perspectiva inofensiva en su amistad con Duncan: la historia mujer mayor-hombre joven era imposible; una moribunda no resultaba ninguna amenaza.

Lo encontraba un hombre contradictorio, a la vez reservado y atractivo, y nunca sabia que se podia esperar de el.

«?Te apetece un helado esta noche?» podia preguntar con su sorna habitual y un resto de su acento de Cheshire, a pesar de los anos en Londres. Entonces subia por Rosslyn Hill hasta Haagen-Dazs y volvia jadeante y alegre como un nino de seis anos. Aquellas noches la engatusaba con juegos y charlas, y le infundia una energia que ella pensaba que ya no poseia.

Otras noches parecia encerrarse en si mismo y se conformaba con sentarse tranquilamente a su lado a la luz parpadeante de la television, y ella no se atrevia a romper su reserva. Tampoco se atrevia a depender demasiado de su compania, o eso se decia continuamente. Le sorprendia que el pasara tanto tiempo con ella, pero antes de que su mente pudiera divagar en busca de una razon, la acallaba, por miedo a que esta fuera la lastima. Se incorporo lo mas rapidamente que pudo y se acerco a la nevera.

La comida que Margaret le habia dejado resulto ser un curry vegetal, que Meg tenia por nutritivo. Jasmine logro dar algunos bocados, pero le parecio mas facil olerlo y darle vueltas con la lengua que tragarlo, pues el olor y el sabor le recordaban tan vivamente su infancia como su siesta. Una acumulacion de coincidencias, se dijo, raras, pero insignificantes.

Se adormilo frente a la television, atenta, en parte, a la llamada de Duncan a la puerta. Sidhi entorno los ojos ante la luz cegadora blanca y azul y se puso a amasarle el muslo con las patas. ?Que seria de Sidhi? Ella no habia previsto nada, no habia sido capaz de disponer de el como de un mueble. Su hermano Theo no soportaba a los animales, el comandante se quejaba cuando Sidhi excavaba en los lechos de flores, Duncan lo trataba con cortes indiferencia, Felicity lo acusaba de antihigienico y Meg vivia en un cuarto alquilado en Kilburn con una casera a la que pintaba feroz; las perspectivas no eran prometedoras. Tal vez Sidhi sabria buscarse la siguiente vida sin la intervencion de ella. Una vez ya habia tenido mucha suerte, pues ella lo habia salvado de un cubo de basura cuando era un gatito esqueletico de seis semanas.

Volvio a divagar hasta que se desperto sobresaltada y se dio cuenta de que el programa que estaba viendo habia acabado. Se pregunto si, a medida que aumentara la dosis de morfina, pasaria mas ratos sin conocimiento, como la recepcion de una tele defectuosa. No sabia si le importaria.

Caia la noche, y Jasmine se pregunto si, al fin y al cabo, su decision seria la mejor, pero sabia que una vez cruzada la linea invisible no habria camino de retorno.

***

Duncan Kincaid surgio de las entranas de la estacion de metro de Hampstead y la claridad lo hizo parpadear. Doblo la esquina de High Street y los colores se desplegaron ante el con una fuerza casi fisica. Todo Hampstead parecia haber salido en mangas de camisa para dar la bienvenida a aquella manana de primavera. Los compradores, si tropezaban, sonreian en lugar de grunir, los restaurantes habian improvisado la instalacion de mesas en las aceras, y el olor del cafe recien hecho se mezclaba con los humos de los tubos de escape.

Kincaid bajo la cuesta, indiferente al ambiente efervescente. El cafe no le atraia, sentia el sabor del agua sucia en la boca de tanto beber en tazas de aguachirle, le picaban los ojos por culpa del humo de los cigarrillos ajenos, y la resolucion del caso le consolaba poco tras una noche de trabajo tan larga y tan triste. El cadaver de una nina hallado en un campo cercano, el crimen que acusaba a un vecino, quien, cuando fue interrogado, habia confesado entre sollozos que no pudo evitarlo, que no habia querido hacerle dano.

Kincaid solo tenia ganas de lavarse la cara y de echarse de cabeza a la cama.

Cuando llego a Rosslyn Hill, una pizca del humor primaveral se le habia contagiado, y al ver al florista de la esquina de Pilgrim Lane, se detuvo en seco sobresaltado. Jasmine. Queria pasar a verla anoche -lo hacia siempre que podia-, pero no tenia suficiente confianza para llamarla y excusarse, y ella nunca le echaria en cara que no hubiera ido a verla.

Compro freesias, pues recordo que a Jasmine le encantaba su fragancia embriagadora.

El silencio de Carlingford Road parecia intenso viniendo de las calles principales, y a la sombra de su edificio el aire todavia era frio como de noche. Kincaid paso por delante del comandante, que subia los peldanos de entrada a su planta baja, y recibio el esperado «?Mummm, osdias!» y un brusco gesto con la cabeza en respuesta a su saludo. Solo despues de varios meses de reconocerse con un gesto, Kincaid, intrigado por la placa de bronce en la puerta del comandante, aventuro una pregunta respecto a la H delante de Keith. El comandante habia desviado la mirada por encima de la cabeza de Kincaid, alisandose el bigote, y por fin, murmuro: «Harley». No volvieron a mencionar el tema.

Oyo los golpes en cuanto estuvo en el hueco de la escalera: primero fueron unos golpecitos suaves, luego un repiqueteo mas apremiante. Una mujer alta, con una sofisticada media melena de color caoba con canas en las sienes y traje de chaqueta oscuro de buen corte, se volvio hacia el en cuanto aparecio en el descansillo de la puerta de Jasmine. La habria tomado por una abogada de no ser por la bolsa que llevaba.

– ?No esta? -pregunto Kincaid mientras se acercaba.

– Tiene que estar. Esta demasiado debil para salir sola. -La mujer observo a Kincaid y por lo visto decidio que le seria util. Tendio la mano y se la estrecho con vigor-. Soy Felicity Howarth, la enfermera. Vengo cada dia a esta hora. ?Es usted vecino?

Kincaid asintio.

– Vivo arriba. ?Estara banandose?

– No, la ayudo yo.

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