Se miraron por un momento y un chispazo de miedo se encendio entre ellos. Kincaid se volvio y aporreo la puerta.
– Jasmine! ?Abra! -Escucho, con la oreja contra la puerta, y se volvio hacia Felicity-. ?Tiene llave?
– No. Todavia se levanta sola por la manana y me abre. ?Y usted?
Kincaid sacudio la cabeza, reflexionando. El cierre era muy sencillo, un boton estandar, barato, pero sabia que Jasmine tenia cadena y cerrojo. ?Los habria echado?
– ?Tiene una horquilla? ?Un clip?
Felicity rebusco en el bolso y saco unos papeles sujetos con un clip.
– ?Esto sirve?
El le puso el ramo de flores en la mano a cambio del clip, torcio las puntas y se volvio hacia la puerta. Al cabo de unos segundos de hurgar, la cerradura hizo un chasquido, el sueno de cualquier ladron. Kincaid giro el pomo y la puerta se abrio sin problemas.
La luz se filtraba en la estancia a traves de los estores de papel de arroz bajados sobre las ventanas. La casa estaba en silencio, a excepcion de un zumbido proveniente de algun lugar cerca de la cama de Jasmine. Kincaid y Felicity Howarth avanzaron hasta los pies de la cama en un movimiento casi sincronizado, sin hablar, pues algo del silencio de la estancia les habia sellado las lenguas.
El cuerpo que yacia en un remolino de colores estaba inmovil en la cama, la respiracion no hacia subir y bajar ritmicamente su pecho, sobre el que se encontraba el gato, ronroneando.
Las freesias cayeron olvidadas y se esparcieron por la colcha.
2
– ?Maldita bruja estupida!
La voz de Roger resono siniestramente en el pequeno cuarto. Margaret se imagino la pesada masa de los pies de su casera subiendo las escaleras y alargo el brazo hacia el, como si su gesto pudiera callarlo. La senora Wilson habia amenazado mas de una vez con poner a Margaret de patitas en la calle si pillaba a Roger pasando alli la noche, y si los oia discutir a las siete y media de la manana, no le cabrian muchas dudas sobre las circunstancias.
– ?Roger, cielo santo…! La senora Wilson te va a oir y ya sabes como es.
– El cielo tiene poco que ver aqui, carino, a no ser porque tu amiga Jasmine, gracias a ti, no esta mas cerca del cielo que ayer.
Cuando se trataba de mostrarse sarcastico hablaba en voz baja, pero a Margaret el cafe que habia tragado le subio a la garganta, amargo.
– Roger, no querras decir que… ?es que te has vuelto loco? Ya te dije que ha cambiado de idea. Me alegro de que haya cambiado de idea…
– ?Y asi puedes pasarte todo el tiempo libre mimandola y arrullandola como una rechoncha Florence Nightingale? Me tienes harto. ?Para que quieres que me quede? Dime, Meg, carino…
– Callate ya, Roger. Te he dicho que no…
– … que no te llame asi. Es como te llama ella. ?Que carinosa! -Dio un paso hacia Meg y la agarro por el codo, apretando los dedos. Margaret noto el olor de su jabon en la piel de el, y el champu de hierbas, y vio el brillo rojizo de una mancha de barba sin afeitar en su mandibula-. Dime, ?por que tengo que quedarme, Margaret - ahora hablaba bajito, casi en susurros-, si no tienes ni un momento para mi, y ella puede durar meses todavia?
Margaret se solto el brazo.
– Pues entonces vete -le musito, y noto una sorprendente distancia, como si las palabras le vinieran de algun sitio fuera de ella-. Por mi puedes irte al infierno de una vez, ?de acuerdo?.
Se hicieron frente en silencio durante un buen rato. Sus respiraciones se oian por encima del ruido de fondo de Radio Cuatro. Luego Roger solto una carcajada. Levanto la mano y cogio la barbilla de Margaret, empujandole la cabeza hacia atras.
– ?En serio lo quieres, amor? -Roger se inclino y puso la boca a pocos centimetros de ella-. Pues no lo obtendras. Me marchare cuando me de la gana a mi, no antes, y que ni se te ocurra pensar que vas a librarte de mi.
El autobus numero 89 dio una sacudida y traqueteo cuesta arriba por Camden Town. Margaret Bellamy estaba sentada en el asiento de delante del segundo piso, con la pesada bolsa de la compra puesta a su lado como un bastion contra los intrusos.
No tenia de que preocuparse. Aparte de ella, el unico ocupante que se habia aventurado a subir las escaleras era un anciano desdentado absorto en un periodico deportivo. La tapiceria del asiento olia a tabaco y a polucion, pero para Margaret aquel olor familiar era reconfortante. Se roia los nudillos, el ultimo de una serie de gestos compensatorios con el proposito de no morderse las unas. Una costumbre infantil, decia Jasmine. Jasmine…
Margaret se puso a divagar, su pensamiento saltaba de una cosa a otra como la aguja de un viejo tocadiscos. Habia tenido que salir de la oficina, aunque la senora Washburn le habia dirigido su mirada de pez al preguntar: «?Otra vez al dentista?».
«Bruja», pronuncio Margaret en voz alta, y luego se volvio para ver si el viejo apestoso la habia oido. Y aunque la oyera, ?que?, se dijo. Se habia pasado la vida intentando no ofender a nadie, y eso la habia metido en un buen lio.
Debia haberle hablado a Jasmine de Roger, ese habia sido su primer error, pero la primera vez que el la invito a salir, ella no acabo de creerselo, y no quiso correr el riesgo de la humillacion si la dejaba tan rapidamente como se la habia ligado. Luego nunca parecia el momento, y la culpa que sentia por mantenerlo en secreto complicaba su apuro. Ensayo todo tipo de guiones del tipo: «Hace tiempo que queria decirte…», pero al final guardo silencio.
En realidad, Roger no la habia invitado a salir. Bien mirado, se habia limitado a aportar su presencia y sus atenciones mientras ella lo pagaba casi todo. Entonces le parecio un precio minimo a cambio de disfrutar de la resplandeciente presencia de Roger, de sus contactos, de sus aires de conocer a toda la gente bien y todos los lugares adecuados.
Aquel habia sido un pequeno error de vanidad, un error perdonable. Sin embargo, los que cometio despues no eran tan comprensibles. No debio haberle contado a Roger lo que Jasmine le habia pedido. Y menos hablarle del dinero.
El autobus se detuvo con una sacudida en South End Green. Con el bolso golpeandole la cadera, Margaret descendio las escaleras y salio al aire libre, deslumbrada. Emprendio la cuesta, y los enormes y viejos plataneros y los sauces desfilaron a su derecha. El sol brillaba en el agua de los estanques, y la gente fluia a su alrededor con el aire festivo que adoptan los ingleses en los inesperados dias calidos y primaverales.
La sensacion de desasosiego que le duraba desde la noche anterior se afianzo todavia mas en la boca del estomago.
Desde Willow Road se desvio del Heath y camino con dificultad por Pilgrim's Lane. Al llegar a Carlingford Road, levanto la mirada y vio la parte trasera de una ambulancia doblar a la izquierda por Rosslyn Hill y desaparecer. Margaret sintio un espasmo en el estomago y las rodillas estuvieron a punto de fallarle.
Felicity quito las sabanas de la cama y extendio la colcha sobre el colchon desnudo, remetiendo las esquinas con cuidado. Kincaid, tras levantar los estores, miraba el trozo de jardin de abajo. Al rato se aparto de alli, se paso los dedos por el cabello, y se volvio hacia ella.
– ?Sabe si tiene parientes?
– Un hermano, creo, llamado Theo -respondio Felicity, alisando la colcha por encima de la almohada. Reviso