rapidamente posible con cajas de medicinas, diversos materiales y alimentos no perecederos.
– ?Y no puedes esperar aqui mientras ellos hacen los paquetes?
– He venido a prepararlos personalmente. Ese es tambien el objetivo de mi viaje. Debo llevar las cosas que realmente necesitamos, y no las toneladas de tonterias que amenazan con enviarnos.
– ?Y que es precisamente lo que necesitais?
Susan hizo como si sacase una lista del bolsillo y la leyese:
– Tu tomas el pasillo de la izquierda. Yo ire hacia las estanterias refrigeradas del fondo del almacen y nos encontraremos en las cajas. ?Te acordaras de todo? Nos hace falta material escolar, trescientos cuadernos, novecientos lapices, seis pizarras, cien cajas de tiza, manuales de espanol y todo lo que encuentres en esa seccion, platos y cubiertos de plastico, alrededor de seiscientos platos, dos mil cuchillos, el mismo numero de tenedores y el doble de cucharas, novecientas mantas, mil panales, mil toallas, un centenar de trapos para el dispensario…
– Yo es a ti a quien necesito, Susan.
– … seis mil compresas, trescientos metros de hilo para sutura, equipos de esterilizacion, utiles dentales, agujas, canulas esteriles, separadores, quirofanos, pinzas quirurgi- cas, penicilina, aspirinas, antibioticos de amplio espectro, anestesicos… Perdoname, no soy muy divertida.
– ?No esta mal! ?Puedo al menos ir contigo a Wash- ngton?
– En el sitio al que voy no te dejarian entrar. No me da- ran ni la vigesima parte de lo que necesitamos.
– Ya empleas el «nosotros» cuando hablas de alli.
– No me habia dado cuenta.
– ?Cuando volveras?
– No tengo la menor idea. Probablemente dentro de un ano.
– ?Te quedaras la proxima vez?
– Philip, no hagas un drama. Si uno de nosotros hubiese ido a una universidad del otro extremo del pais, seria lo mismo, ?no?
– No. Las vacaciones no durarian solo dos horas. Bien, estoy hundido, estoy triste y no logro ocultartelo. Susan, ?vas a encontrar todas las excusas imaginables del mundo para que jamas llegue el momento?
– ?Para que no llegue el momento de que?
– De arriesgarte a perderte a ti misma uniendote a otra persona. ?Deja ya de mirar el reloj!
– Hay que cambiar de tema, Philip.
– Te vas a detener, ?cuando?
Ella retiro su mano, sus ojos se fruncieron.
– ?Y tu? -retomo ella.
– ?Que quieres que yo detenga?
– Tu gran carrera, tus dibujos mediocres, tu pequena vida.
– ?Eres muy dura!
– No, simplemente soy mas directa que tu. Es una mera cuestion de vocabulario.
– Me haces falta, Susan, eso es todo. Tengo la debilidad de decirtelo. No tienes idea de como me enfado a veces.
– Quiza soy yo la que deberia salir de la cafeteria y volver a entrar. Lo siento de verdad, te juro que no pensaba lo que decia.
– Pero lo pensabas, quiza de otra manera. Eso viene a ser lo mismo.
– No quiero dejarlo, no ahora, Philip. Lo que yo vivo es duro, a veces muy duro, pero tengo la impresion de que ahora sirvo para algo.
– Es eso lo que me hace sentir celoso. Es eso lo que encuentro tan absurdo.
– ?Celoso de que?
– De que yo no logro provocar en ti ese mismo sentimiento. De decirme que solo la miseria te atrae, la de los demas. Como si todo ello te ayudase a huir de tu propia desolacion en lugar de enfrentarte a ella.
– ?Me estas incomodando, Philip!
De repente, el levanto el tono. Ella se sorprendio y, cosa rara, no fue capaz de interrumpirle a pesar de que lo que le decia le disgustaba profundamente. El rechazaba su discurso humanitario. En su opinion, Susan se ocultaba en una vida que ya no era la suya desde aquel triste verano de sus catorce anos. Intentaba salvar la vida de sus padres a traves de las vidas de la gente a la que socorria, porque se sentia culpable de no haber tenido aquel dia una gripe de campeonato que habria impedido que sus padres la dejasen sola en casa.
– No intentes cortarme -prosiguio el con voz autoritaria-. Conozco todos tus estados de animo y cada una de tus exhibiciones, y puedo descifrar cada una de tus expresiones. La verdad es que tienes miedo a vivir. Y es para superar ese miedo por lo que te has marchado a ayudar a los demas. Pero no te enfrentas con nada, Susan. No es tu vida la que defiendes, sino la de ellos. ?Que extrano destino hacer caso omiso de los que te aman y entregar tu amor a gentes a las que jamas conoceras! ?Se que eso te hace sentirte bien, pero esa no es la solucion!
– A veces me olvido de que me amas tanto, y me siento culpable de no saber amarte de la misma manera.
Las agujas del reloj avanzaban a una velocidad anormal, Philip se resigno, tenia tantas cosas que decirle… Se las escribiria. Habia estado esperandola dos anos y ahora solo disponian de unos breves momentos. Susan acusaba un cierto cansancio. Encontraba que el rostro de Philip habia cambiado, parecia mas hombre, mas «tio». El tomo esta reflexion como un cumplido. Por su parte, el la encontraba aun mas hermosa. Ambos sabian que este corto instante no seria suficiente. Cuando la voz metalica del altavoz anuncio el embarque de su vuelo, el prefirio quedarse sentado a la mesa. Ella lo observo.
– Solo te acompanare hasta la puerta cuando te quedes mas de cuatro horas. Ya lo sabes para la proxima vez. -Se esforzo en dibujar una sonrisa.
– ?Tus labios, Philip! ?Parecen los de Charlie Brown!
– Me encanta. ?Es mi comic preferido!
– Me hago la mala, pero tu sabes que…
Ella se habia levantado. El le cogio la mano y la apreto entre las suyas.
– ?Lo se! ?Cuidate!
Beso la palma de su mano y ella se inclino para darle un beso en la comisura de los labios. Al retroceder, ella le acaricio la mejilla.
– Veo que has envejecido, ?picas!
– Al cabo de diez horas de haberme afeitado, siempre pico. ?Vete ya, que vas a perder el avion!
Ella giro sobre sus talones y apreto el paso. Cuando estuvo casi al final del pasillo, el le grito que se cuidase. Susan no se volvio, levanto el brazo en el aire y sacudio la mano. La puerta de madera oscura se volvio a cerrar lentamente, engullendo su silueta. Philip permanecio sentado a la mesa durante una hora, hasta mucho despues de que el avion de Susan hubiese desaparecido en el cielo. Cogio un autobus para regresar a Manhattan. Ya era de noche y prefirio caminar por las calles del Soho.
Al llegar ante el escaparate de Fanelli's dudo entre si entrar o no. Los grandes globos que colgaban del techo difundian una luz amarilla sobre los muros recubiertos de una patina. Las imagenes de Joe Frazier, Luis Rodriguez, Sugar Ray Robinson, Rocky Marciano y Muhammad Ali, en marcos de madera, dominaban la sala, donde habia hombres que reian y engullian hamburguesas, y mujeres que picaban