– Yo tambien.

A las tres de la manana, en Puerto Lempira, una primera ola de nueve metros destrozo el dique a su paso, arrastrando toneladas de tierra y rocas hacia el puerto, que fue literalmente arrasado. La grua metalica se doblo bajo la fuerza del viento; su flecha cayo, seccionando el puente, sobre el portacontenedores Rio Platano, que se hundio en las aguas revueltas. Solo la proa emergio unos instantes entre dos olas, apuntando al cielo, para luego desaparecer en la noche y nunca mas volver a ser vista. En aquella region donde cada ano se recogian mas de tres metros de precipitaciones, quienes habian sobrevivido a los primeros asaltos de Fifi y luego intentaron refugiarse en el interior desaparecieron arrastrados por los torrentes desbordados que, despertados en la noche, abandonaron brutalmente su lecho, arrastrando todo a su paso. Todas las poblaciones del valle desaparecieron, ahogadas bajo las olas burbujeantes que iban cargadas de arboles, restos de puentes, carreteras y casas. En la region de Limon, los pueblos de las montanas, Amapala, Piedra Blanca, Biscuampo Grande, La Jigua y Capiro, se deslizaron junto con los campos, precipitandose por los flancos hacia los valles ya inundados. Los pocos supervivientes, que habian resistido agarrandose a los arboles, perecieron en las siguientes horas. A las dos y veinticinco la tercera ola golpeo de lleno el departamento que llevaba el nombre premonitorio de Atlantida, su costa fue cortada por una hoja de mas de once metros de altura. Millones de toneladas de agua se precipitaron hacia La Ceiba y Tela, abriendose paso a traves de callejuelas estrechas que, al actuar como un canal, le proporcionaban aun mas fuerza. Las casas que estaban junto al agua fueron las primeras en tambalearse, para desmoronarse despues, puesto que sus fundamentos de tierra se deshicieron. Los tejados de chapa ondulada salian volando por los aires y luego se precipitaban violentamente contra el suelo, cortando en dos a las primeras victimas de esta matanza natural.

Los ojos de Philip se habian deslizado hacia sus apetitosos senos, redondos como manzanas. Susan se dio cuenta de ello, desabrocho un boton de la blusa y saco la pequena medalla dorada.

– Pero no arriesgo nada, ya que llevo conmigo tu amuleto y no me lo quito nunca. Ya me ha salvado un vez. Gracias a esta medalla no me subi en el coche con ellos.

– Me lo has dicho cien veces, Susan. ?Quieres no hablar de eso justamente ahora, antes de subir a un avion?

– De cualquier manera, con ella nada me puede pasar -dice, volviendose a colocar la medalla bajo la blusa.

Era un regalo de comunion. Un verano habian querido convertirse en hermanos de sangre. El proyecto habia sido objeto de un profundo estudio; libros sobre los indios sacados en prestamo de la biblioteca y leidos atentamente en los bancos del patio de recreo. La conclusion de sus investigaciones no dejaba duda alguna sobre el metodo a seguir: era preciso intercambiar la sangre, cortarse en algun sitio. Susan habia sustraido del despacho de su padre un cuchillo de caza y ambos se habian escondido en la cabana de Philip. El habia tendido su dedo, intentado cerrar los ojos, pero sintio vertigo al ver que la hoja se acercaba. Como a ella tampoco le hacia gracia la idea, habian vuelto a leer los manuales «apaches» para encontrar una solucion al problema: «LA OFRENDA DE UN OBJETO SAGRADO CONSTITUYE UNA PRUEBA DEL CARINO ETERNO DE DOS ALMAS», aseguraba la pagina 236 del volumen.

Una vez verificado el significado de la palabra «ofrenda», se prefirio este segundo metodo y se adopto de comun acuerdo. En el curso de una ceremonia solemne, en la que recitaron algunos poemas iroqueses y siux, Philip coloco su medalla de bautismo en torno al cuello de Susan. Ella nunca mas se la quitaria. Tampoco cedio a los ruegos de su madre, pidiendole que se la sacara al menos para dormir.

Susan sonrio, haciendo resaltar sus mejillas.

– ?Puedes llevarme la bolsa? Pesa una tonelada, quisiera irme a cambiar. Si no, cuando llegue alli me morire de calor.

– ?Pero si solo llevas una blusa!

Ella ya se habia levantado y lo arrastraba por el brazo, indicando con un gesto al camarero que les guardase la mesa. El camarero asintio con un movimiento de la cabeza, la sala estaba casi vacia. Philip dejo la bolsa junto a la puerta de los lavabos. Susan se coloco delante de el.

– ?Entras? Te he dicho que era pesada.

– Me gustaria, pero ?este lugar no esta reservado a las mujeres?

– ?Y que? ?No me diras que ahora tienes miedo de verme? ?Acaso te parece mas complicado espiarme en estos servicios que a traves del tabique agujereado del cole? No era mas sutil cuando me observabas desde la claraboya del cuarto de bano de tu casa. ?Entra!

Ella lo estiro, sin dejarle mas alternativa que la de seguirla. El joven se sintio aliviado al constatar que solo habia una cabina. Ella se apoyo en su hombro, se quito el zapato izquierdo y apunto a la lampara del techo. Logro su objetivo al primer intento y la bombilla estallo con un ruido sordo. En la penumbra, solo alterada por el unico neon que habia sobre el espejo, ella se apoyo en el lavabo, lo abrazo y pego sus labios a los de el. Tras un primer beso incomparable, ella deslizo la boca hasta detras de su oreja. El calor susurrante de su voz anadio un estremecimiento indeciso que acabo por recorrer toda la espalda de Philip.

– Llevo tu medalla pegada a mis senos desde antes de que me saliesen. Quiero que tu piel sea el guardian de su recuerdo por mas tiempo aun. Me voy, pero te voy a vigilar durante toda mi ausencia, porque no quiero que seas de nadie mas.

– ?Eres increible!

La media luna verde de la cerradura giro hacia el rojo.

– Callate y continua -dijo ella-. Quiero comprobar tus progresos.

Mucho mas tarde ambos salieron y volvieron a la mesa, bajo la mirada inquisitorial del camarero que secaba los vasos. Philip tomo la mano de Susan, pero le parecio que ella ya estaba en otra parte.

Mas al norte, en la entrada del valle de Sula, las densas olas destrozaban todo a su paso con un rugido ensordecedor. Coches, ganado, escombros, surgian de forma esporadica en el centro de los torbellinos de barro de donde por momentos emergia un horrible caos de miembros despedazados. Nada resistio: las torres de electricidad, los camiones, los puentes, incluso las fabricas, eran arrancados del suelo, fatalmente arrastrados por una mezcla de fuerzas irresistibles. En pocas horas el valle quedo transformado en un lago. Mucho tiempo despues los ancianos del pais contarian que era la belleza del paisaje la que habia incitado a Fifi a permanecer en aquel lugar durante dos dias. Dos largos dias que provocaron la muerte de mil hombres, mujeres y ninos, dejando casi seiscientas mil personas sin hogar y sin comida. En cuarenta y ocho horas este pequeno pais, del tamano del estado de Nueva York, encajonado entre Nicaragua, Guatemala y El Salvador, fue asolado por una fuerza equivalente a la de tres bombas atomicas.

– Susan, ?cuanto tiempo piensas estar en el extranjero?

– Ahora debo irme, ya embarco. ?Prefieres quedarte aqui?

El se levanto sin responder y dejo un dolar sobre la mesa. Al entrar en el pasillo, ella pego su cara al ojo de buey de la puerta y contemplo las sillas vacias en las que se habian sentado. En un ultimo combate contra la emocion que la embargaba en aquel momento, comenzo a hablar tan deprisa como pudo.

– Cuando vuelva dentro de dos anos, me esperaras aqui; nos encontraremos como furtivos. Yo te contare todo lo que he hecho y tu haras lo mismo, y nos sentaremos a la misma mesa, pues sera la nuestra. Y si llego a ser una Florence Nightingale de los tiempos modernos y tu te conviertes en un gran pintor, algun dia colocaran aqui una pequena placa de cobre con nuestros nombres.

En la puerta de embarque ella le explico que no se daria la vuelta; no queria ver su cara triste y preferia llevarse el recuerdo de su sonrisa. Tampoco deseaba pensar en la ausencia de sus padres, razon por la que los de Philip no habian acudido al aeropuerto. El la abrazo y le susurro: «Cuidate mucho». Ella estrecho su cabeza contra el pecho del joven, como si quisiera llevarse consigo un poco de su olor y

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