– Si, dijo:«Ya ves, papa, lo hemos conseguido». Ahora, le hare cafe. Va, apartese de ahi, es preciso que quite la mesa.?Fuera!

Y ya los carpinteros invadian el restaurante.

El domingo por la manana, John habia hecho visitar su pueblo a Yvonne.

Estaba loca por el lugar. A lo largo de la calle principal, las fachadas de las casas eran todas de colores diferentes, rosas, azules, a veces blancas, incluso violetas, y todos los balcones desbordaban de flores. Almorzaron en el pub, una institucion local. El sol brillaba en el cielo de Kent, y el patron los habia instalado en el exterior. Extranamente, toda la gente de aquel rincon debia de tener recados que hacer aquel dia, porque todos pasaban ante la terraza, saludando a John Glover y a su amiga francesa.

Volvieron a casa acortando a campo traves; la campina inglesa era una de las mas bellas del mundo. La tarde era tambien bella. John tenia trabajo en el invernadero, e Yvonne aprovecho para echar una siesta en el jardin. El la instalo en una tumbona, la beso y fue a buscar sus herramientas en el cobertizo.

Los carpinteros habian mantenido sus promesas. Todos los revestimientos estaban colocados. Antoine y McKenzie se inclinaron cada uno en un extremo del mostrador para verificar los ajustes. Eran perfectos, ni una sola astilla sobresalia de los montantes. Los barnices realizados en el taller habian sido pulidos al menos seis veces para obtener semejante brillo. Con mil precauciones, y bajo la mirada vigilante y despiadada de Enya, la vieja caja registradora habia reencontrado su lugar. Louis la lustraba. En la sala, los pintores acababan las impostas que habian desgranado y enlucido por la noche. Antoine miro su reloj. Faltaba descolgar las lonas de proteccion, limpiar a escobazos y volver a colocar las nuevas mesas y sillas en su sitio. Los electricistas fijaban ya los apliques en las paredes. Sophie entro, con un gran jarron entre los brazos. Las corolas de las peonias apenas estaban abiertas; manana, cuando Yvonne volviera, estarian perfectas.

En el sur de Falmouth, un padre hacia descubrir a su hija los acantilados de Cornualles. Cuando se aproximo al borde para mostrarle a lo lejos las costas de Francia, ella no dio credito a sus ojos, y corrio a cogerlo en sus brazos, a decirle que estaba orgullosa de el. Volviendo al coche, aprovecho para preguntarle si, ahora que ya no tenia vertigo, ella podria por fin deslizarse por las barandillas de las escaleras sin que la rinera.

Pronto serian las cuatro y todo estaba acabado. De pie delante de la puerta, Antoine, Sophie, Louis y Enya miraban el trabajo terminado.

– No acabo de creermelo -dijo Sophie, contemplando la sala.

– Tampoco yo -respondio Antoine a la vez que la tomaba de la mano.

Sophie se inclino hacia Louis para hacerle una confidencia, solo a el.

– Dentro de dos segundos tu padre me va a preguntar si le gustara a Yvonne -cuchicheo a su oido.

El telefono sono. Enya descolgo e hizo un gesto a Antoine, ya que la llamada era para el.

– Es ella, que quiere saber si esta acabado -dijo, dirigiendose hacia el mostrador.

Y se volvio, para preguntar a Sophie si pensaba que la nueva sala agradaria a Yvonne.

Tomo el aparato, y la expresion de su cara cambio. En el otro extremo del hilo, no estaba Yvonne sino John Glover.

Habia sentido el dolor al principio de la tarde. No habia querido inquietar a John. Habia esperado tanto ese momento. La campina alrededor de ella irradiaba luz; el follaje de los arboles oscilaba lentamente con el viento. Que dulces eran aquellos perfumes del verano naciente. Estaba tan cansada, que la taza se deslizo entre sus dedos; para que luchar por retener el asa, si aquello no era mas que porcelana. John estaba en el invernadero, no oiria ningun ruido. A ella le gustaba el modo en que cortaba los rosales trepadores.

Que extrano, ella pensaba en el y ahi estaba, al final de ese camino. Como se parecia a su padre, tenia su dulzura, aquella misma reserva, una elegancia natural. ?Quien era esa nina que lo cogia de la mano? No era Emily. Agitaba aquella bufanda que ella llevaba el dia en que la habia llevado a la noria. Le indico que se acercara.

Los rayos del sol eran calidos; los sentia en su piel. No habia de tener miedo, pues habia dicho lo esencial. ?Un ultimo trago de cafe, quiza? El recipiente estaba en el velador, tan cerca y ya tan lejos de ella. Un pajaro pasaba por el cielo; esa noche sobrevolaria Francia.

John iba hacia ella. Ojala fuera hacia la maleza. Valia mas estar sola.

La cabeza le pesaba demasiado. La dejo deslizarse hacia el hombro. Tenia que mantener los parpados todavia un poco abiertos, impregnarse de todo lo que habia alli. Querria ver las magnolias, inclinarse sobre las rosas. La luz se apagaba; el sol era menos calido; el pajaro se habia ido. La nina le hacia gestos, y su padre le sonreia. Cielos, que bella era la vida cuando se iba… Y la taza rodo en la hierba.

Se mantenia completamente derecha en la tumbona, con la cabeza colgando, algunos trozos de porcelana a sus pies.

John dejo sus herramientas y corrio por el camino, gritando su nombre.

Yvonne acababa de morir en un jardin de Kent.

Capitulo 22

A Yvonne le habria gustado aquel cielo sembrado de cumulos encima del cementerio de Oid Brompton. John abria el cortejo. Daniele, Colette y Martine seguian en una sola fila. Sophie, Antoine, Enya y Louis sostenian a McKenzie, inconsolable en su vestido nuevo. Detras de ellos, comerciantes, clientes, toda la gente de Bute Street formaban una larga fila.

Cuando la miraban ya enterrada, un clamor sin par se elevo del gran estadio. Aquel miercoles, el Manchester United habia ganado el partido. Y, quien lo iba a decir, aquella silueta que marchaba por la alameda y sonreia a John era la de un gran jugador.

No hubo misa, pues Yvonne no queria, solo unas palabras para atestiguar que, incluso muerta, estaba todavia alli.

La ceremonia fue breve, segun el deseo de Yvonne. Todos se reunieron en su local, segun el deseo de John.

Las opiniones eran unanimes, y aun cuando Antoine lloraba, tenia que alegrarse, ya que el restaurante era aun mas bello de lo que ella habia imaginado. ?Seguro que le habria gustado! Todos se instalaron en las mesas, y las copas se alzaron en memoria de Yvonne.

A mediodia, unos clientes de paso entraron en la sala. Enya no sabia que hacer; Daniele le hizo un gesto, habia que servirles. Cuando pidieron pagar, avanzo hacia la caja registradora, sin saber si debia o no marcar aquella cuenta.

John, que se habia adelantado a sus espaldas, apreto la tecla, y la campanilla resono en la sala.

– ?Veis? Esta aqui, entre nosotros -dijo.

El restaurante acababa de reabrir. Por otra parte, susurro John para si, Yvonne le habia dicho un dia que si cerraba, ella moriria una segunda vez. Enya no debia inquietarse, pues aquella manana, el la habia visto en la obra, corriendo entre las mesas sin apresurarse jamas. John estaba seguro de que ella sabria como manejarse.

Nada habria podido volverla mas feliz, pero Enya no tenia los medios para reanudar el negocio. John la tranquilizo: no tenia necesidad de ellos, encontrarian un acuerdo, una gerencia. Como con Mathias en la libreria, le ensenaria. Y luego, si tenia necesidad de un poco de ayuda, el no estaria lejos. John no tenia mas que una peticion. Le tendio un marco de madera con una fina moldura y le pidio que le permitiera colgarlo encima del bar y que aquella foto se quedara alli para siempre. Antes de ausentarse (tenia todavia una cosa que arreglar), John le senalo su abrigo colgado en la percha y, por segunda vez, se lo ofrecio. Era preciso que ella se lo quedara. Traia suerte.

Sophie miraba a Antoine. Mathias acababa de entrar.

– ?Has venido? -dijo Antoine, adelantandose hacia el.

– Pues claro, ya ves.

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