Taylor bajo el volumen del televisor y cogio su vaso. Camino hacia la ventana y miro el mar enfurecido y oscuro. La muerte de Franconi podia traer cola. Consulto su reloj. En Africa occidental era casi media noche.
Fue hasta el telefono, llamo al operador de GenSys y le dijo que queria hablar con Kevin Marshall de inmediato.
Colgo el auricular y volvio a mirar por la ventana. Nunca se habia sentido del todo comodo con ese proyecto, aunque desde el punto de vista economico parecia muy rentable. Se pregunto si debia cancelarlo. El telefono interrumpio sus pensamientos.
Levanto el auricular y una voz dijo que el senor Marshall estaba al otro lado de la linea. Tras algunos ruidos de interferencias, oyo la voz sonolienta de Kevin.
– ?De verdad es usted Taylor Cabot? -pregunto Kevin.
– ?Recuerda a Carlo Franconi? -dijo Taylor, pasando por alto la pregunta de Kevin.
– Por supuesto.
– Ha sido asesinado esta misma tarde. La autopsia esta prevista para manana a primera hora en Nueva York. Quiero saber si esto podria causar problemas.
Se produjo un silencio. Taylor estaba a punto de preguntar si se habia cortado la comunicacion, cuando Kevin respondio:
– Si, podria causar problemas.
– ?Pueden averiguar algo con una autopsia?
– Es posible. No digo probable, pero si posible.
– Esa respuesta no me gusta -replico Taylor. Corto la comunicacion con Kevin y volvio a llamar al operador de GenSys. Pidio hablar de inmediato con el doctor Raymond Lyons y subrayo que se trataba de una emergencia.
Nueva York
– Disculpe -murmuro el camarero.
Se habia acercado al doctor Lyons por la izquierda y habia esperado una pausa en la conversacion que el medico mantenia con Darlene Polson, una joven rubia que, ademas de su ayudante, era su actual amante. Con su cuidado cabello cano y su atuendo conservador, el doctor parecia el medico prototipico de un culebron. Cincuenta y pocos anos, alto, bronceado, con una envidiable esbeltez y unas facciones agradables y aristocraticas.
– Lamento interrumpir -anadio el camarero-, pero hay una llamada urgente para usted. ?Quiere que le traiga un telefono inalambrico o prefiere usar el del vestibulo?
Los ojos azules de Raymond iban y venian de la cara afable pero inexpresiva de Darlene al respetuoso camarero, cuyos modales impecables justificaban la alta puntuacion que su restaurante habia merecido en la guia gastronomica Zagat. Raymond no parecia contento.
– Quiza prefiere que les diga que no puede ponerse al telefono -sugirio el camarero.
– No, traigame el telefono inalambrico -dijo Raymond.
No imaginaba quien podia llamarlo por una emergencia. No practicaba la medicina desde que le habian retirado su licencia, despues de procesarlo y declararlo culpable de estafar a una mutualidad medica durante doce anos.
– ?Si? -dijo con cierto nerviosismo.
– Soy Taylor Cabot. Ha surgido un problema.
Raymond se puso visiblemente tenso y fruncio el entrecejo.
Taylor resumio con rapidez la situacion de Carlo Franconi y su llamada a Kevin Marshall.
– Esta operacion es obra suya -concluyo con irritacion-.
Y permitame que le haga una advertencia: es solo una minucia en el plan general. Si hay problemas, abandonare el proyecto. No quiero mala prensa; de modo que resuelva este lio.
– ?Pero que puedo hacer yo? -espeto Raymond.
– Con franqueza, no lo se. Pero sera mejor que se le ocurra algo, y pronto.
– Por lo que a mi respecta, las cosas no podrian ir mejor.
Hoy mismo he hecho un contacto prometedor con una doctora de Los Angeles que atiende a un monton de estrellas de cine y a ejecutivos de la costa Oeste. Esta interesada en abrir una delegacion en California.
– Creo que no me ha entendido -dijo Taylor-. No habra ninguna delegacion en ninguna parte a menos que se resuelva el problema de Franconi. Por lo tanto, sera mejor que se ocupe del asunto. Dispone de doce horas.
El ruido del auricular al colgarse al otro lado de la linea hizo que Raymond apartara la cabeza con brusquedad. Miro el telefono como si fuera el responsable del precipitado final de la conversacion.
El camarero, que aguardaba a una distancia prudencial, se acerco a coger el telefono y desaparecio.
– ?Problemas? -pregunto Darlene.
– ?Dios santo! -exclamo Raymond mientras se mordia el pulgar con nerviosismo.
No era un simple problema. Era una catastrofe en potencia. Con las gestiones para recuperar la licencia estancadas en el atolladero del sistema judicial, su presente trabajo era lo unico que tenia, y el negocio habia empezado a florecer hacia muy poco tiempo. Habia tardado cinco anos en llegar a ese punto. No podia permitir que todo se fuera al garete.
– ?Que pasa? -pregunto Darlene tendiendo la mano para retirar la de Raymond de su boca.
Le explico brevemente la inminente autopsia de Carlo Franconi y la amenaza de Taylor Cabot de abandonar el proyecto.
– Pero si por fin esta dando una pasta -dijo ella-. No lo dejara ahora.
Raymond solto una risita triste.
– Para un tipo como Taylor Cabot y para GenSys eso no es dinero -repuso-. Lo dejara; seguro. Diablos; ya fue dificil convencerlo de que lo financiara.
– Entonces tendreis que decirles que no hagan la autopsia.
Raymond miro a su acompanante. Sabia que la chica tenia buenas intenciones y que no lo habia cautivado precisamente por su inteligencia, asi que contuvo su furia. Sin embargo, respondio con sarcasmo:
– ?Crees que puedo llamar al Instituto Forense y simplemente ordenarles que no hagan la autopsia en un caso como este? No fastidies.
– Pero tu conoces a mucha gente importante -insistio Darlene-. Pideles que intercedan.
– Por favor, carino… -comenzo Raymond con desden, pero de repente se detuvo. Penso que quiza Darlene tuviera algo de razon. Una idea comenzo a tomar forma en su cabeza.
– ?Que me dices del doctor Levitz? -dijo Darlene-. Era el medico de Franconi. Quiza pueda ayudarte.
– Estaba pensando precisamente en el.
Daniel Levitz era un medico con una magnifica consulta en Park Avenue, con gastos muy altos y una clientela menguante debido a la proliferacion de las mutualidades medicas. Ademas, habia enrolado muchos pacientes para el proyecto, algunos de la misma calana que Carlo Franconi.
Raymond se puso en pie, saco el billetero y dejo tres flamantes billetes de cien dolares sobre la mesa. Sabia que era mas que suficiente para cubrir la cena y una propina generosa.
– Vamos -dijo-. Tenemos que hacer una visita.
– Pero aun no he terminado el primer plato -protesto Darlene.
Raymond no respondio. Aparto de la mesa la silla de Darlene y la obligo a levantarse. Cuanto mas pensaba en el doctor Levitz, mas se convencia de que aquel hombre podia salvarlo. Como medico personal de varias familias rivales de la mafia de Nueva York, Levitz conocia a gente capaz de hacer lo imposible.
CAPITULO 1
14 de marzo de I997,
7:25 horas.
Nueva York.