Jack Stapleton se inclino y pedaleo con fuerza mientras recorria la ultima manzana en direccion este sobre la calle Treinta. A unos cincuenta metros de la Quinta Avenida, irguio la espalda, solto el manillar y comenzo a frenar. El semaforo no estaba en verde, y ni siquiera Jack estaba lo bastante loco para abrirse paso entre los coches, autobuses y camiones que aceleraban hacia el norte de la ciudad.
La temperatura habia subido considerablemente, y los diez centimetros de nieve que habian caido dos dias antes se habian derretido, salvo por algunos monticulos sucios entre los coches aparcados. Se alegraba de que las calles estuvieran despejadas, pues hacia varios dias que no podia usar la bicicleta que habia comprado tres semanas antes. Con ella habia reemplazado la que le habian robado el ano anterior.
Jack habia querido comprar otra de inmediato pero, tras una aterradora experiencia que estuvo a punto de costarle la vida, habia cambiado de opinion y adoptado una actitud mas conservadora ante el riesgo, al menos temporalmente. Aunque el episodio no habia tenido relacion alguna con la bicicleta, lo habia asustado lo suficiente para obligarlo a reconocer que solia usarla con deliberada imprudencia.
Pero el paso del tiempo desvanecio sus temores. El robo de su reloj y su billetero en el metro fue el incentivo que necesitaba. Un dia despues, se compro una mountain bike Cannondale y, segun decian sus amigos, volvio a las andadas. Pero en honor a la verdad, ya no tentaba a la suerte escurriendose entre las veloces furgonetas de reparto y los coches estacionados ni se precipitaba cuesta abajo por la Segunda Avenida y casi siempre evitaba Central Park despues del anochecer.
Se detuvo en la esquina y espero la luz verde; con un pie apoyado en el pavimento, observo la escena. Casi de inmediato advirtio la presencia de las unidades moviles de television, aparcadas con las antenas extendidas en el lado este de la Quinta Avenida, frente a su destino: el Instituto Forense de la ciudad de Nueva York, al que llamaban simplemente el deposito.
Jack era medico forense adjunto. En el ano y medio que llevaba en su puesto habia visto congestiones semejantes en varias ocasiones. Por lo general, significaban que habia muerto una celebridad o alguien que habia adquirido una fama efimera gracias a los medios de comunicacion. Por razones personales y publicas, Jack esperaba que se tratara del primer caso.
Al ponerse la luz verde, cruzo la Quinta Avenida con su bicicleta y entro en el deposito por la entrada de la calle Treinta. Estaciono la bicicleta en el sitio habitual, cerca de los ataudes destinados a los muertos que nadie reclamaba, y subio en el ascensor hacia el primer piso.
Enseguida advirtio el trajin en el interior. En la recepcion, varias secretarias del turno de manana estaban ocupadas respondiendo el telefono, cuando por lo general no entraban a trabajar hasta las ocho. Las consolas estaban cubiertas de parpadeantes luces rojas. Hasta el cubiculo del sargento Murphy estaba abierto y la luz encendida, pese a que nunca llegaba antes de las nueve.
Picado por la curiosidad, entro en la sala de identificaciones y fue directamente hacia la cafetera. Vinnie Amendola, uno de los ayudantes del deposito, estaba parapetado detras del periodico, como de costumbre. Pero esa era la unica circunstancia normal a aquella hora de la manana. Aunque Jack solia ser el primer anatomopatologo en llegar, aquel dia el subdirector del Instituto Forense -el doctor Calvin Washington- y los doctores Laurie Montgomery y Chet McGovern ya estaban alli. Los tres estaban enfrascados en una acalorada discusion con el sargento Murphy y, para sorpresa de Jack, con el detective Lou Soldado, de homicidios. Lou visitaba el deposito con frecuencia, pero nunca a las siete y media de la manana. Ademas, tenia todo el aspecto de no haber dormido o, si lo habia hecho, no se habia quitado la ropa.
Jack se sirvio una taza de cafe. Nadie reparo en su llegada.
Tras anadir un poco de leche y un terron de azucar a la taza, se dirigio a la puerta del vestibulo. Asomo la cabeza y, tal como esperaba, comprobo que el lugar estaba abarrotado de periodistas que charlaban entre si y tomaban cafe. Puesto que estaba absolutamente prohibido fumar, Jack pidio a Vinnie que saliera a comunicarselo.
– Tu estas mas cerca -respondio Vinnie alzando la vista del periodico..
Jack puso los ojos en blanco ante la falta de respeto de Vinnie, pero reconocio que tenia razon. De modo que se dirigio a la puerta de cristal y la abrio. Sin embargo, antes de que pudiera pronunciarse sobre la prohibicion de fumar, los periodistas se le echaron encima.
Jack tuvo que apartar los microfonos que le zamparon en la cara. Todos preguntaban al unisono, de modo que no en tendio nada, salvo que lo interrogaban sobre una autopsia inminente.
Grito a voz en cuello que estaba prohibido fumar, se desasio de las manos que le sujetaban los brazos y cerro la puerta.
Al otro lado, los reporteros se amontonaron, empujando con brusquedad a sus colegas contra el cristal, como si fueran tomates en un frasco de conserva.
Disgustado, Jack regreso a la sala de identificaciones.
– ?Alguien puede decirme que esta pasando? -exclamo.
Todo el mundo se volvio hacia el, pero Laurie fue la primera en responder.
– ?No te has enterado?
– Si me hubiera enterado no lo preguntaria.
– ?Joder! En la tele no hablan de otra cosa -espeto Calvin.
– Jack no tiene televisor -dijo Laurie-. Sus vecinos no se lo permiten.
– ?Donde vives, hijo? -pregunto el sargento Murphy.
Nunca habia oido que los vecinos prohibieran a nadie tener un aparato de television. El maduro y rubicundo policia irlandes hablaba con tono paternalista. Llevaba trabajando en el Instituto Forense mas anos de lo que estaba dispuesto a reconocer y trataba a todos los empleados como si fueran miembros de su familia.
– Vive en Harlem -intervino Chet-. De hecho, a sus vecinos les encantaria que se comprara una tele, para tomarla prestada indefinidamente.
– Ya esta bien, muchachos -dijo Jack-. Contadme a que viene tanto jaleo.
– Un capo de la mafia fue acribillado a balazos ayer por la tarde -informo Calvin con voz resonante-. Habia alborotado el avispero porque decidio cooperar con la oficina del fiscal del distrito y estaba bajo proteccion policial.
– No era ningun capo -dijo Lou Soldano-. No era mas que un maton de tres al cuarto de la familia Vaccaro.
– Lo que fuera -admitio Calvin con un gesto displicente-.
La cuestion es que se lo cargaron cuando estaba literalmente rodeado por los mejores agentes de la policia de Nueva York, lo que no dice gran cosa de su competencia para proteger a una persona.
– Le advirtieron que no fuera a ese restaurante -protesto Lou-. Lo se de buena tinta. Y es imposible proteger a alguien que no esta dispuesto a aceptar nuestras sugerencias.
– ?Hay alguna posibilidad de que lo haya matado la policia? -pregunto Jack. Una de las funciones de un forense era considerar una cuestion desde todos los angulos posibles, sobre todo cuando se trataba de alguien bajo custodia.
– No estaba arrestado -repuso Lou, leyendo los pensamientos de Jack-. Lo habian arrestado y procesado, pero se hallaba en libertad condicional.
– ?Y a que viene tanto jaleo? -pregunto Jack.
– A que el alcalde, el fiscal del distrito y el jefe de policia estan que trinan -respondio Calvin.
– Amen -dijo Lou-. Sobre todo el jefe de policia. Por eso estoy aqui. El asunto se ha convertido en una de esas pesadillas publicas que a los periodistas les encanta inflar. Tenemos que encontrar al asesino o asesinos lo antes posible, de lo contrario rodaran cabezas.
– Y tambien hay que evitar que futuros testigos se echen atras -dijo Jack.
– Si; tambien eso.
– No se, Laurie -dijo Calvin, volviendo a la discusion que mantenian antes de que Jack los interrumpiera-. Te agradezco que hayas venido tan pronto y que te ofrezcas a encargarte del caso, pero es probable que Bingham quiera ocuparse personalmente.
– Pero ?por que? -protesto Laurie-. Mira, es un caso sencillo y tengo bastante experiencia en heridas de bala. Ademas, esta manana Bingham tiene una reunion para tratar cuestiones presupuestarias en el ayuntamiento y no llegara hasta el mediodia. Para entonces yo podria haber terminado la autopsia e informar a la policia de cualquier hallazgo. Teniendo en cuenta la prisa del caso, me parece lo mas sensato.
Calvin miro a Lou.