– Eliminado -dije hablando al vacio.

No habia encontrado a Lucy, a Aaron ni a Gabby. «?Dios, Gabby!, ?donde te encuentras?» No queria pensar en ello.

Di unos golpecitos en el bloc con el boligrafo.

– Alta y afuera.

Segui dando golpecitos.

– Cuarta y larga -anadi haciendo caso omiso de la metafora.

Tire el boligrafo en el aire y le hice dar la vuelta.

– Doble falta.

Lo cogi y volvi a tirarlo.

– Falta personal.

Otro lanzamiento.

– Hay que cambiar a otra estrategia.

Cogida. Lanzamiento.

– Hora de mantenerse firme y defender la posicion.

Cogi el boligrafo y lo retuve. Mantenerse firme. Mire el boligrafo. Eso era: defender la posicion.

– De acuerdo -exclame.

Empuje hacia atras mi silla y recogi el bolso.

– Trata de batear desde el lado contrario.

Me eche el bolso al hombro y apague la luz.

– ?Te acordaras de mi, Claudel!

Capitulo 14

Cuando llegue al Mazda trate de reanudar mi estereotipado soliloquio deportivo, pero no resulto: se habia evaporado mi ingenio. Mi expectacion hacia cuanto habia planeado para aquella tarde me absorbia demasiado para permitirme pensamientos creativos. Me dirigi a mi apartamento y tan solo me detuve en Kojak para recoger un plato de souvlaki.

Al llegar a casa fui directamente al refrigerador en busca de una coca cola light sin hacer caso del acusador saludo de Birdie. Deposite la botella en la mesa junto a la bolsa grasienta que contenia mi comida e inspeccione el contestador, que permanecia silencioso e inexpresivo. Gabby no habia llamado. Una creciente sensacion de ansiedad me invadia por momentos y, al igual que un director absorto en su musica, mi corazon palpitaba prestissimo.

Fui al dormitorio y revolvi la mesita de noche. Encontre lo que buscaba en el tercer cajon y me lo lleve al comedor, donde lo extendi sobre la mesa. A continuacion abri mi botella y el paquete de comida. Pero no funciono. La vision del arroz grasiento y de la carne guisada en exceso me revolvio el estomago como un cangrejo. Cogi un pedazo de pan integral.

Localice mi calle en la zona ya familiar y segui el camino al centro de la ciudad y al otro lado del rio hasta la playa sur. Cuando encontre el barrio que buscaba doble el mapa de modo que aparecieron las ciudades de St. Lambert y Longueuil. Trate de ingerir otro bocado de souvlaki mientras examinaba los puntos de referencia, pero mi estomago se resistia a admitir ningun alimento.

Birdie se habia aproximado a unos diez centimetros de mi.

– ?Envenenate si quieres! -le dije al tiempo que le acercaba el plato de aluminio.

Aunque sorprendido e indeciso fue hacia el iniciando su ronroneo.

En el armario del vestibulo encontre una linterna, unos guantes de jardineria y una lata de repelente insecticida. Los meti en una mochila junto con el mapa, un bloc y una carpeta de pinza. Me puse una camiseta, pantalones tejanos y zapatillas de lona y trence con energia mis cabellos. En el ultimo momento cogi una camisa vaquera de manga larga y la meti dentro de la mochila. En el bloc que tenia junto al telefono anote: «Voy a inspeccionar la tercera equis de St. Lambert.» Comprobe en mi reloj que eran las ocho menos cuarto de la tarde, consigne asimismo la fecha y la hora y deje el bloc en la mesa del comedor. Sin duda seria innecesario, pero al menos habria dejado una pista si tropezaba con dificultades.

Me colgue la mochila en el hombro y marque el codigo del sistema de seguridad, pero en mi creciente excitacion equivoque los numeros y tuve que repetir el intento. Tras confundirme por segunda vez, hice una pausa, cerre los ojos y repeti palabra por palabra un trabalenguas para despejar mi mente. Era un ejercicio trivial, un truco que habia aprendido en la escuela de posgraduados y que, como de costumbre, funciono. Aquellos instantes de abstraccion me ayudaron a recobrar mi autocontrol, marque el codigo sin problemas y abandone el apartamento.

Al salir del garaje rodee la manzana, tome Ste. Catherine al este, fui hacia De la Montagne y segui un camino serpenteante en direccion sur, hasta el puente Victoria, uno de los tres que conectan la isla de Montreal con la playa sur del rio San Lorenzo. Las nubes que habian asomado discretamente en el cielo durante la tarde se agrupaban en aquellos momentos para entrar seriamente en accion. Llenaban el horizonte, oscuras y amenazadoras, tinendo el rio de un gris hostil y negro.

Rio arriba distinguia Ile Notre Dame e Ile Ste. Helene, con el arco del puente Jacques Cartier. Las pequenas islas mostraban un sombrio contorno entre la creciente oscuridad. Durante la Expo del 67 debian de haber rebosado actividad, pero en aquellos momentos estaban ociosas, silenciosas, dormidas como los yacimientos de una antigua civilizacion.

Rio abajo se encontraba la Ile des Soeurs, isla de las Monjas. En otros tiempos propiedad de la iglesia era a la sazon un gueto de yupis, una pequena acropolis de condominios, campos de golf, pistas de tenis y piscinas, que se unia umbilicalmente a la ciudad gracias al puente Champlain. Las luces de sus torres de multiples pisos titilaban en la oscuridad como si compitieran con el distante relampago.

Al llegar a la playa sur sali al bulevar Sir Wilfred Laurier. En el tiempo que me llevo cruzar el rio, la noche le habia conferido un misterioso verdor. Me detuve a un lado para examinar el mapa. Tras detectar las pequenas formas de color esmeralda que representaban un parque y el campo de golf St. Lambert, situe la localizacion de mi objetivo y coloque el mapa en el asiento contiguo al mio. Al ponerme en marcha, la descarga de un relampago electrifico la noche. El viento se habia recrudecido y gruesas gotas de agua comenzaban a salpicar el parabrisas.

Me interne entre la tenebrosa oscuridad que precede a la tormenta reduciendo la marcha en cada cruce para asomar la cabeza y tratar de descifrar los letreros de las calles. Seguia el camino que me habia grabado mentalmente, girando a la izquierda en determinado punto, en otro lugar a la derecha, dando luego dos vueltas mas a la izquierda…

Al cabo de otros diez minutos me detuve y aparque el coche. Mi corazon palpitaba como una pelota de ping- pong en pleno partido. Me frote las humedas palmas en los pantalones y mire alrededor de mi.

El cielo habia seguido ensombreciendose y la oscuridad era casi total. Habia atravesado barrios residenciales de pequenos bungalos y calles donde se alineaban los arboles, pero en aquellos momentos me encontraba en el extremo de un aparcamiento industrial solitario, que aparecia como una pequena media luna gris en el mapa. Estaba definitivamente sola.

Una hilera de almacenes abandonados se extendia en el lado derecho de la calle, cuyas formas inanimadas tan solo se hallaban iluminadas por un farol callejero. Los edificios mas proximos al poste del farol destacaban con una claridad fantasmagorica, como un escenario bajo las luces de un estudio, mientras que las construcciones vecinas se esfumaban en el entorno cada vez mas lugubre y las mas alejadas se sumian en absoluta negrura. En algunos edificios aparecian anuncios de agentes inmobiliarios ofreciendolos en venta o alquiler. En otros no se veia ninguno, como si sus propietarios hubieran renunciado a ello. Las ventanas estaban rotas y los aparcamientos agrietados y cubiertos de basuras. Era un escenario en blanco y negro que recordaba Londres durante el bombardeo aereo.

El panorama de la izquierda no era menos desolador. No se veia nada: reinaba una absoluta oscuridad. Aquel

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