– Lo siento. Mi marido debe de haberla arreglado. No esperaba escuchar…
La melodia disminuyo hasta unas ultimas notas dulzonas y se detuvo. En silencio Anna miro las joyas, con la cabeza vencida por el peso del dolor. Con triste resignacion abrio uno de los compartimentos de terciopelo y saco la cadena.
Rizzoli pudo sentir como se agitaba su corazon mientras tomaba la cadena de manos de Anna. Era igual a la que habia visto en el cuello de Elena en la morgue, una diminuta cerradura y una llave que colgaban de una fina cadena de oro. Dio vuelta la cerradura y vio un sello de dieciocho quilates estampado en ella.
– ?Donde compro su hermana esta cadena?
– No lo se.
– ?No sabe desde cuando la tenia?
– Debe de ser nueva. No la habia visto nunca hasta el dia que…
– ?Que dia?
Anna trago saliva. Y en voz baja respondio:
– El dia que la recogi de la morgue. Con el resto de sus cosas.
– Llevaba tambien aros y un anillo. ?Los habia visto antes?
– Si. Esos los tenia desde hacia tiempo.
– Pero no la cadena.
– ?Por que insiste tanto con eso? ?Que tiene que ver con…? -Anna se detuvo, con el horror en la mirada-. Oh, Dios. ?Usted cree que el se la puso?
El bebe de la silla alta, percibiendo algo malo, lanzo un quejido. Anna bajo a su propio hijo al piso y se apresuro a tomar al que lloraba. Abrazandolo fuerte, se alejo de la cadena como si quisiera protegerlo de la vision de ese malefico talisman.
– Por favor, llevesela -susurro-. No lo quiero en mi casa.
Rizzoli metio la cadena en una bolsa hermetica.
– Le hare un comprobante.
– No, solo llevesela. No me importa si se la queda.
Rizzoli escribio de todos modos un comprobante, y lo coloco sobre la mesada de la cocina, proximo al platillo de espinacas a la crema del bebe.
– Necesito hacerle una ultima pregunta -dijo con cordialidad.
Anna seguia caminando por la cocina, acunando agitadamente al bebe.
– Por favor, revise nuevamente las joyas de su hermana -dijo Rizzoli-. Digame si falta algo.
– Ya me pregunto eso la semana pasada. No hay nada.
– No es facil ubicar la ausencia de algo. En cambio, tendemos a concentrarnos en lo que nos resulta desconocido. Necesito que revise de nuevo esta caja, por favor.
Anna trago saliva con ruido. A duras penas se sento con el bebe sobre su falda y miro dentro de la caja de joyas. Tomo los objetos uno por uno y los deposito sobre la mesa. Era un triste surtido de baratijas de centro comercial. Diamantes falsos y cuentas de vidrio y perlas de imitacion. El gusto de Elena pasaba por lo brillante y chillon.
Anna deposito el ultimo objeto, un anillo de piedra turquesa, sobre la mesa. Luego reflexiono por un momento, arrugando de a poco la frente.
– El brazalete -dijo.
– ?Que brazalete?
– Deberia de haber un brazalete, con unos adornitos de fantasia. Caballos. Lo usaba todos los dias en el colegio. Elena adoraba los caballos… -Anna levanto la cabeza con una expresion de estupor-. ?No valia nada! Era tan solo de lata. ?Por que se lo habra llevado?
Rizzoli miro la bolsa con la cadena, una cadena que, ahora estaba segura, habia pertenecido a Diana Sterling. Y penso: «Se exactamente donde encontraremos el brazalete de Elena: en la muneca de la proxima victima».
Rizzoli se detuvo frente a la galeria del frente de la casa de Moore, agitando triunfalmente la bolsa con la cadena.
– Pertenecia a Diana Sterling. Acabo de hablar con sus padres. No se dieron cuenta de que faltaba hasta que los llame.
El tomo la bolsa sin abrirla. Tan solo la sostuvo, mirando la cadena de oro enroscada detras del plastico.
– Es el eslabon fisico entre ambos casos -dijo ella-. Se lleva un recuerdo de una victima. Lo deja con la siguiente.
– No puedo creer que se nos haya escapado ese detalle.
– Eh, no se
– Quieres decir que no se
Ruborizada de placer, exhibio la bolsa de comida que habia traido.
– ?Quieres comer? Pare en el restaurante chino que esta al final de la calle.
– No tenias que hacer eso.
– Si, lo hice. Me da la impresion de que te debo una disculpa.
– ?Por que?
– Por lo de esta tarde. Ese estupido asunto del tampon. Te pusiste de mi lado; trataste de ser buen companero. Lo interprete todo mal.
Se produjo un silencio incomodo. Ambos estaban de pie frente a frente, sin saber que decir; dos personas que no se conocen bien y que tratan de dejar atras las turbulencias iniciales de su relacion.
Luego el sonrio y transformo su cara por lo general inexpresiva en la de un hombre mucho mas joven.
– Me muero de hambre -dijo-. Trae esa comida.
Con una carcajada, ella paso a la casa. Era la primera vez que entraba, y lo hizo despacio para mirar alrededor, registrando todos los detalles femeninos. Las cortinas de cretona, las acuarelas de flores en la pared. No era lo que esperaba. Diablos, era mas femenino que su propio departamento.
– Vamos a la cocina -dijo el-. Mis papeles estan alli.
La condujo por el living y ella diviso un piano vertical.
– ?Genial! ?Tocas el piano?
– No, es de Mary. Yo no tengo oido para la musica.
Es de Mary. Tiempo presente. Lo que la sorprendio en ese momento fue que la razon por la que esa casa se veia tan femenina era a causa de Mary en tiempo presente, una casa que esperaba, inalterada, a que su senora estuviera de regreso. Una foto de la mujer de Moore se recortaba sobre el piano, una mujer bronceada con ojos risuenos y el pelo despeinado por el viento. Mary, cuyas cortinas de cretona todavia colgaban de la casa a la que nunca regresaria.
En la cocina, Rizzoli coloco la bolsa de comida sobre la mesada, cerca de una montana de expedientes. Moore revolvio entre las carpetas y encontro lo que buscaba.
– El informe de una consulta de emergencia de Elena Ortiz -dijo mientras se lo alcanzaba.
– ?Esto es obra de Cordell?
El le devolvio una sonrisa ironica.
– Parece que estoy rodeado de mujeres mas competentes que yo.
Ella abrio la carpeta y vio en la fotocopia la letra turbulenta del medico.
– ?Tienes la traduccion de este desastre?
– No es mucho mas de lo que te conte por telefono. Violacion no denunciada. No se recogieron muestras, no hay ADN. Ni siquiera la familia de Elena sabia del tema.
Ella cerro la carpeta y la coloco junto a los otros papeles.
– Por Dios, Moore, este desorden se parece a mi mesa de comedor. No hay lugar para comer.
– Tambien se ha apoderado de tu vida, ?cierto? -dijo el, despejando los expedientes para hacer lugar a la