comida.
– ?De que vida hablas? Este caso es todo lo que tengo. Dormir. Comer. Trabajar. Y si tengo suerte, una hora en la cama con mi viejo companero Dave Letterman.
– ?Novios?
– ?Novios! -exclamo con un resoplido mientras sacaba las cajas de carton y desplegaba las servilletas y los palitos sobre la mesa-. Ah, si, novios. Tengo que arreglarmelas sin ellos. -Solo despues de decirlo noto lo autocompasivo que sonaba; no lo sentia asi en absoluto. Se apresuro a agregar-: No es que me queje. Si tengo que pasar el fin de semana ocupada es mejor no tener un tipo lloriqueando por eso. No me llevo bien con los quejosos.
– No me sorprende para nada. Eres todo lo opuesto. Me lo hiciste saber muy bien esta tarde.
– Esta bien, esta bien. Pense que ya me habia disculpado al respecto.
El saco dos cervezas de la heladera y luego se sento frente a ella. Nunca lo habia visto asi, con la camisa arremangada y tan relajado. Le gustaba de esta manera. No el censurador Santo Tomas, sino un tipo con el que charlar de cualquier cosa, un tipo que pudiera reirse con ella. Un tipo que si se molestaba en ser atractivo podia hacer que una chica perdiera la cabeza.
– Sabes, no siempre tienes que ser mas dura que el resto -dijo.
– Si, tengo que serlo.
– ?Por que?
– Porque ellos creen que no lo soy.
– ?Quienes?
– Tipos como Crowe. Como el teniente Marquette.
El alzo los hombros.
– Siempre habra gente asi.
– ?Como puede ser que siempre termine trabajando con ellos? -Abrio la lata con un chasquido y sorbio un trago-. Es por eso que eres el primero en saber lo de la cadena. No me robaras los creditos.
– Es triste cuando uno tiene que reclamar los creditos de esto o aquello.
Rizzoli tomo los palitos y los enterro en la caja de pollo kung pao. Estaba diabolicamente picante, tal como le gustaba a ella. Tampoco se amedrentaba a la hora de los ajies picantes, por otra parte.
– En el primer caso importante que trabaje para Vicios y Narcoticos -dijo-, era la unica mujer en un equipo de cinco hombres. Cuando lo resolvimos, hubo una conferencia de prensa. Camaras de television transmitiendo a todo el pais. ?Y sabes que? Mencionaron todos los nombres del equipo menos el mio. Cada uno de los malditos nombres. -Tomo otro trago de cerveza-. Voy a asegurarme de que eso no se repita. Ustedes, los hombres, pueden concentrar toda su atencion en el caso y en la evidencia. Pero yo pierdo demasiado tiempo tratando de hacerme escuchar.
– Yo te escucho muy bien, Rizzoli.
– Es un cambio agradable.
– ?Que hay de Frost? ?Has tenido problemas con el?
– Con Frost no hay problema. -Sonrio con malicia ante lo que iba a decir-. Su mujer lo tiene bien entrenado.
Ambos festejaron la ocurrencia. Cualquiera que escuchara los mansos «si, mi amor; no, mi amor», de Barry Frost en sus conversaciones telefonicas con su mujer no dudaria de quien llevaba los pantalones en la residencia Frost.
– Es por eso que no lograra llegar muy alto -dijo ella-. Tiene sangre de horchata. Es un hombre de familia.
– No hay nada de malo con ser un hombre de familia. Yo hubiera deseado ser un mejor hombre de familia.
Ella levanto la mirada de la caja de lomo mongoles y noto que el no la miraba, sino que observaba la cadena. En su voz se habia filtrado una nota de angustia, y ella no sabia que responder. Imagino que lo mejor era no decir nada.
Sintio alivio cuando Moore volvio al tema de la investigacion. En un mundo como el suyo, el asesinato era siempre un tema seguro.
– Aqui hay algo mal -dijo el-. Esto de las joyas no me cierra.
– Se lleva recuerdos. Es bastante comun.
– ?Pero cual es el punto de llevarte un recuerdo si lo vas a devolver?
– Algunos asesinos se llevan joyas de la victima y se las dan a sus mujeres o novias. Les excita ver ese tipo de cosas en los cuellos de sus novias, y ser los unicos que conocen de donde provienen en realidad.
– Pero nuestro muchacho hace algo distinto. Deja su recuerdo en la siguiente escena del crimen. No se los queda para seguir disfrutandolos. No obtiene una excitacion recurrente del recordatorio de su crimen. Para mi no hay un beneficio emocional visible.
– ?Un simbolo de propiedad? Como un perro marcando su territorio. Solo que el usa joyas para marcar a su proxima victima.
– No. No es eso. -Moore tomo nuevamente la bolsa y la sopeso en su palma, como si quisiera adivinar sus intenciones.
– Lo principal es que tenemos el patron -dijo ella-. Sabemos exactamente lo que vamos a encontrar en la proxima escena del crimen.
El la miro.
– Acabas de responder a la pregunta.
– ?Como?
– No marca a la victima. Esta marcando la escena del crimen.
Rizzoli se quedo callada. De repente comprendio la diferencia.
– Jesus. Al marcar la escena del crimen…
– Esto no es un recuerdo. Ni tampoco una marca de propiedad. -Deposito la cadena sobre la mesa, una retorcida filigrana de oro que habia acariciado la piel de dos mujeres muertas.
Rizzoli sintio un escalofrio.
– Es una tarjeta de presentacion -dijo en un murmullo.
Moore asintio.
– El Cirujano nos esta diciendo algo.
Un lugar de vientos fuertes y mareas peligrosas.
Asi es como Edith Hamilton, en su libro Mitologia, describe el puerto griego de Aulide, donde yacen las ruinas del antiguo templo de Artemisa, la diosa de la caza. Fue en Aulide donde un millar de negras naves griegas se reunieron para lanzar su ataque contra Troya. Pero soplaba viento norte, y las naves no pudieron zarpar. Dia tras dia, el viento se perpetuaba y la armada griega, bajo la direccion del rey Agamenon, se ponia cada vez mas furiosa e inquieta. Un adivino revelo la causa de los vientos desfavorables: la diosa Artemisa estaba enojada porque Agamenon habia sacrificado a una de sus amadas criaturas, una liebre salvaje. No permitiria partir a los griegos hasta que Agamenon ofreciera un terrible sacrificio: su hija Ifigenia.
Y asi mando buscara Ifigenia, alegando que habia dispuesto para ella una esplendida boda con Aquiles. Ella no sabia que en realidad se encaminaba a su muerte.
Los feroces vientos del norte no soplaban el dia que tu y yo caminamos por la playa cercana a Aulide. Estaba tranquilo, el agua era un vidrio verde, y la arena estaba caliente como ceniza blanca bajo nuestros pies. Oh, como envidiamos a los jovenes griegos que corrian descalzos sobre la orilla entibiada por el sol. Aunque la arena irritaba nuestra palida piel de turistas, superamos la incomodidad porque queriamos ser como esos jovenes, con las plantas de los pies endurecidas como el cuero. Solo a traves del dolor y la exposicion se forman los callos.
Por la tarde, cuando el dia se enfrio, fuimos al templo de Artemisa.
Caminamos a traves de las sombras crecientes, y llegamos al altar donde Ifigenia fue sacrificada. A pesar de sus plegarias, de sus lamentos de «Padre, salvame», los guerreros condujeron a la doncella al altar. Fue atada sobre la pira, y se despejo su cuello para el filo de la hoja. El antiguo dramaturgo Euripides dice que los soldados de Aireo y toda la milicia miraban el suelo sin deseos de ver derramarse su sangre virginal. Sin deseos de ser