testigos del horror.
Ah, pero yo hubiera observado. Y tu tambien lo hubieras hecho. Con todas tus fuerzas.
Puedo ver las tropas silenciosas reunidas en la oscuridad. Imagino el sonido de los tambores, no los latidos vitales de la celebracion de unas nupcias, sino una sombria marcha hacia la muerte. Veo la procesion, abriendose camino hacia la arboleda. La doncella, blanca como un cisne, escoltada por soldados y sacerdotes. Los tambores se detienen.
La alzan, gritando, hasta el altar.
En mi vision, es Agamenon mismo quien empuna la hoja del cuchillo, ?pues como llamarlo sacrificio si no eres tu el que derrama la sangre? Lo veo aproximarse al altar, donde yace su hija, su carne tierna expuesta a los ojos de todos. Ella ruega por su vida en vano.
El sacerdote recoge su pelo y tira hacia atras, desnudando su garganta. Bajo la piel blanca late la arteria, marcando el lugar para la hoja. Agamenon se coloca junto a su hija, mirando el rostro que ama. Su propia sangre corre por esas venas. En esos ojos ve los suyos. Al cortar su garganta, cortara su propia carne.
Levanta el cuchillo. Los soldados esperan en silencio, son estatuas entre los grupos de arboles sagrados. El pulso en el cuello de la doncella comienza a acelerarse.
Artemisa exige el sacrificio, y eso es lo que debe hacer Agamenon.
Aprieta la hoja contra el cuello de la doncella, y corta profundo.
Una fuente roja surge a borbotones, salpicando su cara con una lluvia caliente. Ifigenia todavia vive, sus ojos giran desorbitados de horror mientras la sangre bombea desde su cuello. El cuerpo humano contiene cinco litros de sangre, y lleva tiempo, para semejante volumen, descargarse por una sola arteria cortada. En tanto el corazon siga latiendo, la sangre brota. Por al menos unos pocos segundos, tal vez un minuto o mas, el cerebro funciona. Los miembros se sacuden.
Cuando su corazon da el ultimo latido, Ifigenia observa como se oscurece el cielo, y siente el calor de su propia sangre sobre la cara.
Los antiguos dicen que casi de inmediato el viento norte ceso de soplar. Artemisa estaba satisfecha. Por fin las naves griegas zarparon, las tropas lucharon, y Troya se hundio. En el contexto de un bano de sangre tal, el sacrificio de una joven virgen no significaba nada. Pero cuando pienso en la guerra de Troya, lo que viene a mi mente no es el caballo de madera ni el choque metalico de las espadas o las mil naves negras con sus velas desplegadas. No, es la imagen del cuerpo de la doncella, de un blanco drenado, con su padre de pie junto a ella, empunando el cuchillo sangriento.
El noble Agamenon, con lagrimas en los ojos.
Siete
– Esta latiendo -dijo una enfermera.
Catherine, con la boca seca por el horror, miraba fijo al hombre que yacia sobre la mesa de traumatismos. Una barra de hierro de treinta centimetros sobresalia en forma vertical de su pecho. Un estudiante de medicina ya se habia desmayado ante la vision, y las tres enfermeras observaban de pie con la boca abierta. La barra estaba clavada profundamente en el pecho del hombre, y palpitaba siguiendo el ritmo de su corazon.
– ?Que presion tenemos? -dijo Catherine.
Ante su voz todos reaccionaron y volvieron a la accion. La almohadilla del aparato de presion se hincho, suspiro y volvio a bajar.
– Setenta sobre cuarenta. El pulso se mantiene en cincuenta.
– Abriendo al maximo las vias intravenosas.
– Abriendo la bandeja de puncion de torax.
– Que alguien traiga al doctor Falco de inmediato. Voy a necesitar ayuda. -Catherine se coloco un guardapolvos esterilizado y se calzo los guantes. Sus palmas ya estaban resbalosas por el sudor. El hecho de que la barra palpitara le indicaba que la punta habia penetrado cerca del corazon o, mas grave aun, que estaba dentro de el. Lo peor que podia hacerse era sacar la barra. Podia abrir un agujero por el cual se desangraria en cuestion de minutos.
El medico de la ambulancia habia tomado la decision correcta: le habia aplicado una sonda intravenosa, habia intubado a la victima y lo habia llevado a la sala de emergencias con la barra en su lugar. El resto le correspondia a ella.
Estaba a punto de tomar el escalpelo cuando la puerta se abrio de par en par. Al levantar la vista solto un suspiro de alivio mientras Peter Falco se acercaba. Peter se detuvo con la mirada sobre el pecho del paciente y la barra que sobresalia del pecho como una estaca en el corazon de un vampiro.
– Bueno, esto es algo que no se ve todos los dias -dijo.
– ?La presion esta bajando! -exclamo una enfermera.
– No hay tiempo para hacer un by-pass. Voy a comenzar -dijo Catherine.
– Ya estoy contigo. -Peter se dio vuelta y dijo, casi en un tono casual-: ?Podrian alcanzarme un guardapolvos?
Catherine trazo velozmente una incision anterolateral, que le permitiria una mejor exposicion de los organos vitales de la cavidad toracica. Se sentia mas tranquila con la llegada de Peter. Era algo mas que tener un par extra de manos expertas; era el propio Peter. La manera en que podia entrar en la sala y analizar la situacion de un vistazo. El hecho de que nunca levantaba la voz en el quirofano, ni demostraba un solo indicio de panico. Tenia cinco anos mas de experiencia que ella en cirugia, y era en casos horribles como este en los que esa experiencia se ponia de manifiesto.
Tomo su lugar en la mesa frente a Catherine, y sus ojos azules seguian atentamente el camino de la incision.
– ?Ya nos estamos divirtiendo?
– Risas a granel.
Se concentro inmediatamente en su tarea, las manos trabajando en correspondencia con las de ella mientras abrian el pecho con un impulso brutal. Ya habian operado como equipo muchas veces, y sabian automaticamente lo que el otro necesitaba, de modo que podian anticiparse a los movimientos mutuos y asi ganar tiempo.
– ?Que historia tenemos? -pregunto Peter. La sangre broto y el aplico con calma un hemostato sobre la hemorragia.
– Obrero de la construccion. Resbalo, cayo y se ensarto esta barra.
– Eso arruinara tu dia. Retractor Burford, por favor.
– Burford.
– ?Como andamos de sangre?
– Esperando el RH negativo -respondio una enfermera.
– ?Se encuentra el doctor Murata en el hospital?
– Su equipo de
– De modo que tenemos que ganar un poco de tiempo. ?Que ritmo tenemos?
– Taquicardia sinusal en uno cincuenta. Unas pocas contracciones ven-triculares prematuras.
– ?La sistolica bajo a cincuenta!
Catherine lanzo una mirada a Peter.
– No vamos a llegar a hacerle el by-pass -dijo.
– Entonces veamos que es lo que podemos hacer.
– Oh, Dios -dijo Catherine-. Es en el atrio.
La punta de la barra habia perforado la pared del corazon, y con cada latido brotaba sangre fresca alrededor del extremo perforado. Un profundo charco se habia acumulado en la cavidad toracica.
– Si la sacamos vamos a producir un verdadero chorro -dijo Peter.
– Ya se esta desangrando alrededor.
– La sistolica apenas perceptible -dijo una enfermera.