despacho. Todo era muy confuso.
– ?Algo o alguien? -pregunto Ben-. ?Que era?
Bankim alzo la mirada y se encogio de hombros.
– No lo se -respondio-. Nada que yo conozca puede moverse tan rapido.
– ?Un animal? -No se lo que vi, Ben. Lo mas probable es que fuese mi propia ima-ginacion.
El desprecio que las supersticiones y las historias de supuestos prodigios sobrenatu-rales despertaban en Bankim eran familiares para Ben. El muchacho sabia que el profesor nunca admitiria haber presenciado nada que escapase a su capacidad de analisis o comprension. Si su mente no podia explicarlo, sus ojos no podian verlo. Tan simple como eso.
– Y si asi fue -pregunto Ben por ultima vez-, ?que mas imaginaste?
Bankim dirigio la mirada hacia el boquete ennegrecido que ocupaba el lugar que horas antes estaba reservado al despacho de Thomas Carter.
– Me parecio que se reia -admitio Bankim en voz baja-. Pero no pienso repetirle eso a nadie.
Ben asintio y dejo a Bankim junto al furgon para dirigirse hasta sus amigos, que esperaban con ansiedad conocer la naturaleza de su conversacion con Carter. Entre ellos, Sheere le observaba con marcada inquietud, como si en el fondo de su espiritu fuera la unica capaz de intuir que las noticias que Ben traia estaban a punto de decantar los acon-tecimientos hacia una senda oscura y mortal, donde ninguno de ellos podria desandar sus pasos.
– Tenemos que hablar -dijo Ben pausadamente-. Pero no aqui
Recuerdo aquella manana de mayo como el primer signo del tormento que se cernia sobre nuestros destinos inexorablemente, tramandose a nuestras espaldas, y creciendo a la sombra de nuestra completa inocencia, aquella bendita ignorancia que nos hacia creer merecedores de un estado de gracia propio de aquellos que, al carecer de pasado, nada deben temer del futuro.
Poco sabiamos entonces que los chacales de la desgracia no corrian tras el infor-tunado Thomas Carter. Sus colmillos ansiaban otra sangre mas joven, y tenida del estigma de una maldicion que no podia ocultarse ni entre la multitud que se coagulaba en la algarabia de los mercados callejeros ni en las entranas de ningun palacio sellado de Calcuta.
Seguimos a Ben hacia el Palacio de la Medianoche en busca de un lugar secreto donde escuchar lo que tenia que decirnos. Aquel dia, ninguno de nosotros albergaba en su corazon el temor a que, tras aquel extrano accidente y aquellas palabras inciertas pronun-ciadas por los labios besados por el fuego de nuestro rector pudiera medrar mayor amenaza que la de la separacion y el vacio hacia el cual las paginas en blanco de nuestro futuro parecian conducirnos. Debiamos aprender todavia que el Diablo creo la juventud para que cometiesemos nuestros errores y que Dios instauro la madurez y la vejez para que pudieramos pagar por ellos.
Recuerdo tambien que todos escuchamos el recuento que Ben hizo de su conver-sacion con Thomas Carter y que supimos sin excepcion que nos ocultaba algo de lo que el rector herido le habia confiado. Y recuerdo la expresion de preocupacion que los rostros de mis amigos, y el mio, iban adquiriendo al comprender que, por primera vez en anos, nuestro companero Ben habia elegido mantenernos al margen de la verdad, cualesquiera que fuesen sus motivos.
Cuando minutos mas tarde solicito hablar a solas con Sheere, pense que su mejor amigo acababa de propinar la punalada final que restaba para sentenciar los ultimos dias de la Chowbar Society.
Los hechos habrian de demostrarme mas adelante que, una vez mas, habia juzgado erroneamente a Ben y a la fidelidad que los juramentos de nuestro club inspiraban en su animo.
En aquel momento, empero, me basto observar el rostro de mi amigo Ben mientras hablaba con Sheere para intuir que la rueda de la fortuna habia invertido su giro y que habia sobre la mesa una mano negra cuyas apuestas nos abocaban a una partida mas alla de nuestras posibilidades.
La Ciudad de los Palacios
A la luz neblinosa de aquel dia humedo y caluroso de mayo, los perfiles de los grabados y las gargolas del refugio secreto de la Chowbar Society semejaban figuras de cera talladas a cuchillo por manos furtivas. El Sol se habia ocultado tras un espeso manto de nubes de color ceniza y una asfixiante calima que se coagulaba en las calles de la ciu-dad negra ascendia desde el rio Hooghly emulando los vapores letales de un pantano envenenado.
Ben y Sheere conversaban tras dos columnas derribadas en la sala central del caseron, mientras los demas esperaban a una docena de metros de alli, dedicando ocasionales miradas furtivas y recelosas a la pareja.
– No se si he hecho bien ocultando esto a mis companeros -confeso Ben a Sheere-. Se que les disgustara y que va en contra de los principios de la Chowbar Society, pero si existe una remota posibilidad de que haya un asesino en las calles que pretende matarme, cosa que dudo, no tengo intencion de complicarles en ello. Tampoco quiero involucrarte a ti, Sheere. No puedo imaginar que relacion guarda tu abuela con todo esto, y hasta que no lo averigue, lo mejor sera mantener este secreto entre tu y yo.
Sheere asintio. Le disgustaba comprender que de algun modo aquel secreto que com-partia con Ben se interponia entre el muchacho y sus companeros, pero al mismo tiempo, consciente de que la gravedad del asunto podia ser mayor de la que contemplaban en aquel momento, saboreaba complacida la proximidad que aquel vinculo le procuraba con Ben.
– Tambien yo debo decirte algo, Ben -empezo Sheere-. Esta manana, cuando vine a despedirme de vosotros, no pense que tuviese importancia, pero ahora las cosas han cambiado. Anoche, mientras volviamos hacia la casa donde nos alojamos, mi abuela me hizo jurar que nunca mas hablaria contigo. Me dijo que debia olvidarte y que cualquier intento por mi parte de acercarme a ti podria acabar en tragedia.
Ben suspiro ante la velocidad que aquel torrente de amenazas veladas, que florecian en todos los labios en relacion a su persona, estaba adquiriendo. Todos, excepto el, aparentaban conocer algun secreto indecible que le convertia en una carta marcada y por-tadora de desgracias. Lo que al principio habia sido incredulidad y mas tarde inquietud empezaba a transformarse en abierta irritacion e ira ante el secretismo que parecia mover-se a sus espaldas.
– ?Que razones dio para decir algo asi? -pregunto Ben-. Jamas me habia visto an-tes de anoche y no creo que mi comportamiento justificase semejantes barbaridades.
– No creo que tuviese que ver con eso -apunto Sheere-. Estaba asustada. No habia rabia en sus palabras, solo miedo.
– Pues vamos a tener que encontrar algo mas que miedo si pretendemos averiguar que es lo que esta pasando -replico Ben-. Vamos a ir a verla ahora.
Ben se dirigio hasta donde esperaban los demas miembros de la Chowbar Society. Sus rostros evidenciaban