y deteriorada reproduccion en barro de un mendigo moribundo?

– En tu dilema, Crantor -repuso Espeusipo sin molestarse en disimular el disgusto que le producia la pregunta-, no me dejas otra opcion que elegir la figura de barro, ya que la otra no es escultura sino pintura.

– Hablemos, pues, de figuras de barro -sonrio Crantor-, y no de bellas pinturas.

El robusto filosofo parecia totalmente ajeno a la expectacion que habia causado, dedicado como estaba a ingerir largos tragos de vino. A los pies de su divan, Cerbero, el deforme perro blanco, daba cuenta, con incansables ruidos roedores, de los restos de la comida de su amo.

– No he entendido muy bien lo que has querido decir -dijo Espeusipo.

– No he querido decir nada.

Diagoras se mordio el labio para no intervenir: sabia que, si hablaba, la armonia del symposio se quebraria como un pastelillo de miel bajo el filo de los colmillos.

– Creo que Crantor quiere decir que los seres humanos somos unicamente figuras de barro… -intervino el mentor Harpocrates.

– ?Crees eso de verdad? -pregunto Espeusipo.

Crantor hizo un gesto ambiguo.

– Es curioso -dijo Espeusipo-, tantos anos viajando por lejanas tierras… y aun sigues encerrado en tu caverna. Porque supongo que conoces nuestro mito de la caverna, ?no? El prisionero que ha vivido toda su vida en una cueva, contemplando sombras de objetos y seres reales, y, de repente, queda libre y sale a la luz del sol… advirtiendo que solo habia visto meras siluetas, y que la realidad es mucho mas hermosa y compleja de lo que habia imaginado… ?Oh, Crantor, me apeno por ti, ya que aun sigues prisionero y no has vislumbrado el luminoso mundo de las Ideas! [57]

De improviso, Crantor se levanto con centelleante rapidez, como si se hubiera hartado de algo: de la postura, de los otros comensales o de la conversacion. Su movimiento fue tan brusco que Hipsipilo, el mentor que, por sus redondas y grasientas formas, mas se parecia a Heracles Pontor, desperto del espeso sueno contra el que habia venido luchando desde el comienzo de las libaciones y casi derramo la copa de vino sobre el impoluto Espeusipo. «Y, a proposito», penso Diagoras fugazmente, «?donde esta Heracles Pontor?». Su divan se hallaba vacio, pero Diagoras no lo habia visto levantarse.

– Sois muy buenos hablando -dijo Crantor, y tenso su erizada barba negra con una retorcida sonrisa.

Entonces empezo a moverse alrededor del circulo de comensales. De vez en cuando meneaba la cabeza y lanzaba una breve risita, como si encontrara toda aquella situacion muy graciosa. Dijo:

– Vuestras palabras, a diferencia de la sabrosa carne que me habeis servido hoy, resultan inagotables… Yo he olvidado el arte de la oratoria, porque he vivido en lugares donde no hacia falta… He conocido a muchos filosofos a los que convencia mas una emocion que un discurso… y otros que no podian ser convencidos, porque no opinaban nada que pudiera ser enunciado, comprendido, demostrado o refutado con palabras, y se limitaban a senalar con el dedo el cielo nocturno indicando que no habian enmudecido sino que dialogaban como lo hacen las estrellas sobre nuestras cabezas…

Continuo su lento paseo alrededor de la mesa, pero su tono de voz se hizo mas sombrio.

– Palabras… Hablais… Hablo… Leemos… Desciframos el alfabeto… Y, al mismo tiempo, nuestra boca mastica… Tenemos hambre… ?verdad? [58] Nuestro estomago recibe el alimento… Resoplamos y bufamos… Clavamos nuestros colmillos en los retorcidos pedazos de carne…

De repente se detuvo y dijo, poniendo mucho enfasis en sus palabras:

– ?Fijate que he dicho «colmillos» y «retorcidos»!… [59]

Nadie comprendio muy bien a cual de los presentes se habia dirigido Crantor con aquella frase. Tras una pausa, reanudo el paseo y el discurso:

– Clavamos, repito, nuestros colmillos en los retorcidos pedazos de carne; y nuestras manos se mueven para llevar la copa de vino a los labios; y nuestra piel se eriza cuando soplan rafagas de viento; y nuestro miembro se yergue cuando olfatea la belleza; y nuestro intestino, en ocasiones, se muestra perezoso… lo cual es un problema, ?eh?, reconocelo… [60]

– ?A quien se lo vas a decir! -se sintio aludido Hipsipilo-. Yo no he defecado bien desde las ultimas Tesmofo…

Otros mentores, indignados, lo mandaron callar. Crantor prosiguio:

– Tenemos sensaciones… Sensaciones, a veces, imposibles de definir… Pero ?cuantas palabras por encima!… ?Como las cambiamos por imagenes, ideas, emociones, hechos!… ?Oh, y que torrencial rio de palabras es este mundo y de que forma fluimos sobre ellas!… Vuestra caverna, vuestro precioso mito… Palabras, tan solo… Voy a deciros algo, y lo dire con palabras, pero despues volvere al silencio: ?todo lo que hemos pensado, lo que pensaremos, lo que ya sabemos y lo que sabremos en el futuro, absolutamente todo, forma un bello libro que escribimos y leemos en comun! Y mientras nos esforzamos en descifrar y redactar el texto de ese libro… nuestro cuerpo… ?que?… Nuestro cuerpo pide cosas… se fatiga… se seca… y termina desmenuzandose… -hizo una pausa. Su amplio rostro se distendio en una sonrisa de mascara aristofanica-. Pero… ?oh, que libro mas interesante! ?Que distraido es, y cuantas palabras contiene! ?Verdad?

Hubo un denso silencio cuando Crantor termino de hablar. [61]

Cerbero, que habia seguido a su amo, ladro furiosamente a sus pies erizando el tocon del rabo y mostrando los afilados colmillos, como preguntandole que pensaba hacer a continuacion. Crantor se inclino como un padre carinoso que, distraido por la conversacion con otros adultos, no se enfada al ser importunado por su hijo pequeno, lo admitio entre sus enormes manos y lo llevo a modo de pequena y blancuzca alforja, repleta por un extremo y casi vacia por el otro, hacia el divan. A partir de entonces parecio desinteresarse por todo lo que ocurria a su alrededor y se dedico a jugar con el perro.

– Crantor usa las palabras para criticarlas -dijo Espeusipo-. Como veis, el mismo se desmiente mientras habla.

– A mi me ha hecho gracia lo del libro que reuniera todos nuestros pensamientos -comento Filotexto desde las sombras-. ?Podria crearse un libro semejante?

Platon lanzo una breve carcajada.

– ?Bien se nota que eres escritor y no filosofo! Yo tambien escribi en otros tiempos… Por eso distingo claramente una cosa de otra.

– Quizas ambas sean lo mismo -replico Filotexto-: Yo invento personajes y tu verdades. Pero no quiero desviarme del tema. Hablaba de un libro que reflejara nuestro modo de pensar… o nuestro conocimiento de las cosas y los seres. ?Seria posible escribirlo?

Calicles, un joven geometra cuyo unico -pero notorio- defecto consistia en moverse desgarbadamente, como si sus extremidades estuvieran desarti- culadas, pidio excusas en ese momento, se levanto y desplazo el juego de huesos de su cuerpo hacia las sombras. Diagoras echo en falta a Antiso, que era el copero principal. ?Donde estaria? Heracles tampoco habia regresado.

Tras una pausa, Platon objeto:

– Ese libro del que hablas, Filotexto, no puede ser escrito.

– ?Por que?

– Porque es imposible -repuso Platon tranquilamente.

– Explicate, por favor -pidio Filotexto.

Atusandose la grisacea barba con lentitud, Platon dijo:

– Desde hace bastante tiempo, los miembros de esta Academia sabemos que el conocimiento de cualquier objeto contiene cinco niveles o elementos: el nombre del objeto, la definicion, la imagen, la discusion intelectual y el Objeto en si, que es la verdadera meta del conocimiento. Pero la escritura llega tan solo a los dos primeros: el nombre y la definicion. La palabra escrita no es una imagen, y por ello es incapaz de alcanzar el tercer elemento. Y la palabra escrita no piensa, y tampoco puede acceder al elemento de la discusion intelectual. Mucho menos, desde luego, seria posible alcanzar con ella el ultimo de todos, la Idea en si. De este modo, un libro que describiera nuestro conocimiento de las cosas seria imposible de escribir.

Filotexto permanecio un instante pensativo. Entonces dijo:

– Si no te importa, ofreceme un ejemplo de cada uno de esos elementos, para que yo pueda entenderlos.

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