— Si, Hal, si. Bueno, ya sabes muy bien la clase de trabajo que representa. Ante todo somos muy pocos, pero tenemos una maquinaria magnifica, esos automatas, ya sabes…

— Estupendo.

Tras estas palabras se hizo de nuevo el silencio. Y — cosa extrana —, cuanto mas duraba, mas evidente era la inquietud de Olaf, su exagerada inmovilidad, ya que seguia quieto en el centro de la habitacion, directamente bajo la lampara, como preparado para lo peor. Decidi poner fin a esto.

— Escucha — dije en voz muy baja —, ?que te imaginabas? La politica del avestruz no sirve de nada. ?Acaso has supuesto que sin ti yo nunca me enteraria?

Calle, y el hizo lo propio, con la cabeza inclinada hacia un lado. Yo habia exagerado demasiado la nota, pues Olaf no era culpable de nada y es probable que yo en su lugar hubiera actuado del mismo modo. Tampoco me sentia ofendido por su silencio del pasado mes. Lo que me molestaba era su intento de huida, que se hubiera ocultado en esta habitacion vacia cuando me vio salir del despacho de Thurber. Pero no me atrevia a decirle esto directamente.

Levante la voz, le llame idiota, pero ni siquiera entonces intento defenderse.

— ?De modo que en tu opinion no habia nada que decir al respecto? — le reproche, excitado.

— Eso depende de ti…

— ?Por que de mi?

— De ti — repitio tozudamente —. Lo mas importante era por quien te ibas a enterar…

— ?Lo crees de verdad?

— Asi me lo parecio…

— Es igual… — murmure.

— ?Que… haras? — pregunto en voz baja.

— Nada.

Olaf me miro con desconfianza.

— Hal…, yo querria…

No termino la frase. Senti que con mi presencia le sometia a todas las torturas, pero aun no podia perdonarle esta repentina huida. Y marcharme ahora, sin palabras, seria todavia peor que la inseguridad que me habia llevado hasta alli. Ignoraba que debia decirle; todo lo que nos unia estaba prohibido. Le mire un momento en que el tambien me miraba; cada uno de nosotros esperaba ahora la ayuda del otro…

Baje del alfeizar.

— Olaf…, ya es tarde. Me voy, pero no pienses que… te reprocho algo, nada de eso. Ademas, volveremos a vernos, quiza nos haras una visita — dije con esfuerzo, pues todas estas palabras no eran naturales y el lo advertia.

— ?No… no quieres pasar aqui la noche? — No puedo, lo he prometido, sabes… No pronuncie el nombre de ella. — Como quieras — gruno Olaf —. Te acompano hasta la puerta.

Juntos salimos de la habitacion y bajamos las escaleras; fuera reinaba ya una oscuridad completa. Olaf caminaba en silencio a mi lado. De pronto se detuvo. Yo le imite.

— Quedate — murmuro, como si estuviera avergonzado. Yo solo veia la mancha confusa de su rostro.

— Bueno — accedi inesperadamente y di media vuelta. El no estaba preparado para esto; permanecio quieto un momento mas y entonces me agarro por el hombro y me condujo a otro edificio, mas bajo que el primero. En una sala vacia, solo iluminada por dos lamparas, tomamos una cena fria, sin sentarnos. Durante todo este rato solo pronunciamos unas diez palabras. Luego volvimos al primer piso.

Me llevo a una habitacion casi cuadrada, de una blancura mate, con una gran ventana que daba al parque, pero desde otro lado, ya que no podian verse las luces de la ciudad sobre los arboles; alli habia una cama recien hecha, dos sillones pequenos y uno mayor, apoyado contra la ventana. Tras una puerta pequena, que estaba entornada, refulgian los azulejos del cuarto de bano. Olaf se quedo en el umbral con los brazos colgando, como si esperase alguna palabra mia. Pero como yo callaba, me paseaba por la habitacion y pasaba mecanicamente la mano por los muebles, a fin de tomar una efimera posesion de ellos, me pregunto en voz baja:

— ?Puedo…, puedo hacer algo por ti?

— Si — repuse —. Dejame solo.

Permanecio alli, sin moverse. De repente enrojecio con violencia, luego palidecio, y en seguida esbozo una sonrisa… con la cual intento borrar el insulto. Porque mis palabras habian sido realmente ofensivas. Esta sonrisa debil y lastimera desencadeno algo en mi; al intentar con torpe esfuerzo librarme de la mascara de indiferencia que habia adoptado porque no podia hacer otra cosa, salte hacia el cuando ya se habia vuelto para irse le cogi la mano y casi se la machaque. Este fuerte apreton fue mi disculpa. Olaf, sin volverse, contesto con el mismo apreton y salio. Yo aun sentia la fuerte presion de su mano en la mia cuando el cerro la puerta tras de si con tanta suavidad como si abandonara la habitacion de un enfermo. Yo me quede solo, como habia querido.

En la casa reinaba un silencio absoluto. Ni siquiera oi los pasos de Olaf al alejarse; en el cristal de la ventana se dibujaba debilmente mi corpulenta figura, de un lugar desconocido brotaba aire caliente y sobre los contornos de mi silueta vi las copas oscuras de los arboles, que desaparecian en la oscuridad; recorri de nuevo la habitacion con la mirada y me sente en el gran sillon, junto a la ventana.

La noche de otono acababa de caer. Yo no podia ni pensar en dormir. Volvi a levantarme.

La oscuridad reinante al otro lado de la ventana debia estar llena de frescor y el susurro de las ramas sin hojas, rozandose entre si — y de improviso me asalto la necesidad de ir alli, de vagar en la penumbra, en su caos, que nadie habia planeado. Rapidamente abandone la habitacion.

El pasillo estaba vacio. Fui de puntillas hacia la escalera, lo cual fue una precaucion excesiva; seguro que Olaf ya estaba en otro piso y en otra ala del edificio. Baje corriendo, ya sin preocuparme del ruido de mis pasos, sali y eche a andar.

No elegi ninguna direccion; camine de modo que las luces de la ciudad quedaran a un lado. Las avenidas del parque no tardaron en llevarme a sus limites, senalados con un seto.

Me encontre en la calle, que segui durante un rato, hasta que me detuve repentinamente.

Queria abandonar esta calle, ya que conducia a un barrio, a la gente, y yo queria estar solo.

Recorde lo que Olaf me habia dicho en Klavestra a proposito de Melleolan, esa nueva ciudad construida en las montanas despues de nuestra marcha; varios kilometros de la calle que acababa de recorrer solo consistian, efectivamente, en serpentinas y curvas, que debian evitar las laderas, pero en plena oscuridad yo no podia fiarme de mi propia vista. La carretera no estaba iluminada, como todas las demas, ya que su superficie era fosforescente, lo cual bastaba para distinguir los arbustos que crecian a pocos pasos de ella. Deje, pues, la carretera, llegue a tientas a la espesura de un pequeno bosque que me condujo por un terreno escarpado a un promontorio mas extenso, sin arboles… lo adverti porque alli el aire soplaba sin obstaculos. Vi varias veces desde lejos, al fondo, la palida serpiente de la carretera, y poco despues incluso esta ultima luz desaparecio; me detuve por segunda vez e intente — no tanto con la impotente vista como con todo el cuerpo y el rostro, que volvi hacia la direccion del viento — orientarme en este lugar desconocido. Como un planeta extrano. Queria llegar por el camino mas corto a una de las cumbres que rodeaban el valle donde se asentaba la ciudad, pero ?que direccion debia tomar? De pronto, cuando ya me parecia imposible, oi un susurro distante y prolongado a mi derecha. Recordaba vagamente la voz de las olas…, no, era el susurro del bosque, del viento que soplaba con fuerza mucho mas arriba que el lugar donde yo me encontraba. Esa era mi direccion.

La ladera, cubierta de hierba vieja y seca, me llevo a los primeros arboles. Pase a su lado con los brazos extendidos, protegiendome la cara de las espinosas ramas. La colina no tardo en ser menos escarpada y los arboles desaparecieron; nuevamente tuve que elegir la direccion de mi marcha. Escuche en la oscuridad, esperando con paciencia una rafaga de viento mas fuerte.

Entonces el aire me trajo una voz: de las cumbres lejanas llego un largo alarido. Si, el viento era mi aliado esta noche; fui a campo traviesa, sin darme cuenta de que perdia altura; la pendiente descendia hasta una negra garganta. Empece a subir de nuevo, ritmicamente, y un arroyo cantarin me indico el camino. No lo vi ni una vez; fluia seguramente bajo una capa rocosa, y la voz del agua se fue haciendo mas tenue a medida que fui subiendo, hasta que al fin enmudecio del todo y volvio a rodearme el bosque de elevados troncos. El suelo apenas tenia musgo y hierba; solo estaba cubierto por una blanda capa de viejas agujas.

Esta caminata en la oscuridad debio de durar unas tres horas; las raices con las que tropezaba crecian alrededor de grandes rocas diseminadas por el terreno pedregoso. Empece a temer que la cumbre estuviera cubierta de arboles y en su laberinto tuviera que acabarse mi escalada. Pero tuve suerte: a traves de un pequeno

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