Deberias verlo por vos mismo -y se inclino un poco hacia delante, como si se decidiera a revelarme una parte-. Tiene que ver con la Biblia que me dio en la audiencia.
Habia bajado la voz al decirme esto y quedo en suspenso, con los ojos fijos en mi, como si me hubiera hecho parte de su secreto mas celosamente guardado y no confiara del todo en que yo estaria a la altura de la revelacion.
– ?La trajiste? -pregunte.
– No, no me decidi a traerla. No quise sacarla de mi casa porque es a la vez la unica prueba que tengo contra el. Queria pedirte que me acompanaras ahora, para mostrartela.
– ?Ahora? -pregunte, sin poder evitar consultar mi reloj. Empezaba a anochecer y adverti que la habia escuchado durante mas de tres horas. Pero Luciana no parecia dispuesta a soltarme.
– Podriamos ir ahora, si. Es un viaje de subte. En realidad iba a pedirte de todos modos que me acompanaras a casa. Ultimamente me da mucho miedo volver sola cuando oscurece.
?Por que dije que si cuando todo adentro de mi decia que no? ?Por que no la despedi con cualquier excusa, y puse mil kilometros de distancia? Hay veces en la vida, pocas veces, en que uno alcanza a percibir la bifurcacion vertiginosa, fatal, de un pequeno acto. La propia ruina que acecha detras de una decision trivial. Sabia esa tarde, por sobre todas las cosas, que no debia escucharla mas. Y sin embargo, como si no pudiera resistirme a la inercia de la compasion, o de los buenos modales, me puse de pie para seguirla a la calle.
TRES
Caminamos en el frio hacia la boca del subte. Se habia hecho casi la hora de la cena y con los negocios cerrados la ciudad se veia desanimada y oscura. La gente desaparecia hacia sus casas y las calles tenian esa cualidad desertica y silenciosa de los domingos cuando se aproxima la noche. En la avenida, que estaba algo mas concurrida, tuve que apurarme para seguir los pasos de Luciana. Todos los signos de nerviosismo que yo habia espiado en ella mientras conversabamos, ahora en la calle parecian acentuarse, como si se creyera verdaderamente perseguida de cerca por alguien. Cada tres o cuatro pasos giraba la cabeza hacia atras en un movimiento involuntario y al llegar a las esquinas miraba en las dos direcciones la gente y los autos. Cuando nos deteniamos frente a un semaforo se llevaba la mano furtivamente a la boca para despellejarse los dedos y la vigilancia de sus ojos a uno y otro lado no parecia tener descanso. En el anden del subte se paro muy por detras de la linea amarilla y miraba por encima de mi hombro cada persona que se nos acercaba. Durante el trayecto, que fue muy corto, apenas cambiamos palabras, como si ella necesitara toda su atencion para registrar las caras dentro del vagon y estudiar a los pocos pasajeros nuevos que subian en cada estacion. Solo parecio tranquilizarse otra vez cuando salimos del subte y doblamos en una de las esquinas, desde donde me senalo su edificio en la mitad de la cuadra, como si fuera una fortaleza segura a la que llegabamos despues de una peripecia llena de peligros. Vivia, me dijo, en el ultimo piso, y me indico en lo alto un gran balcon que sobresalia a la calle. Subimos todavia en silencio en el ascensor y salimos a un espacio estrecho con pisos de parquet y puertas con las letras A y B en cada uno de los extremos. Luciana se dirigio hacia la izquierda y abrio la puerta de su departamento con una mano todavia algo temblorosa. La segui adentro de un living muy grande, que se extendia en L hacia uno de los costados. Ella lo cruzo con pasos rapidos hacia el ventanal por donde entraba la noche y cerro las cortinas con un gesto de fastidio. Me dijo que mil veces le habia pedido a su hermana que corriera las cortinas antes de salir a la calle. No le gustaba llegar de noche y ver ese rectangulo negro. Pero su hermana parecia hacerselo a proposito.
– ?Y donde esta ella ahora? -pregunte.
– En la casa de una amiga, con la que hacen la revista del colegio. Tenian que diagramar la tapa. Me dijo que volveria tarde, quiza incluso se quede a dormir alla esta noche.
Lo habia dicho sin mirarme, mientras recogia una taza que habia quedado sobre un mueble y encendia una lampara sobre una mesita baja de vidrio. Apago la luz principal y el cuarto quedo en media penumbra. Yo todavia estaba de pie, sin decidirme a sentarme en el sillon que ella habia liberado de papeles, con la sensacion cada vez mas aguda de haber caido en una trampa cuidadosamente preparada. Luciana me miro de pronto, como si recien ahora reparara en mi inmovilidad.
– Puedo preparar algo de comer, si queres; ?que te parece?
– No -dije, y mire mi reloj-. Gracias. Solamente un cafe. Me tengo que ir en media hora: todavia no prepare mi clase de manana.
Me miro fijamente, y sostuve como pude su mirada. Parecia herida, y algo humillada, como si se le hubiera cruzado el mismo pensamiento que a mi: cuanto habria dado yo por un ofrecimiento asi en otra epoca.
– Me dijiste que seria solo un momento -dije, cada vez mas incomodo-. Por eso te acompane. Pero tengo que dar clase manana temprano.
– Esta bien -dijo-: un cafe. Ya lo traigo. Y podes sentarte de todos modos.
Desaparecio en direccion a la cocina y me sente en uno de los sillones solemnes y mullidos que rodeaban la mesita. Mire alrededor: la arana de caireles, los muebles oscuros y pesados, el crucifijo de metal en una de las paredes, los objetos amontonados en una bibliotequita, todo daba la impresion de un lugar detenido en el tiempo, con una decoracion anticuada, severa, que habria elegido la madre muchos anos antes, quiza con muebles heredados, y que las hijas, ahora solas, no habian tenido fuerzas para cambiar. Habia una fotografia con un marco de plata junto a la lampara. Alli estaban todos. Era un atardecer en la playa, seguramente en Villa Gesell, y las caras se veian enrojecidas por el sol y felices. El padre, de pie, cargaba una sombrilla; la madre alzaba una canasta, y los tres hijos estaban sentados en la arena, como si todavia no quisieran irse. Vi a Luciana, otra vez delgada y jovencisima, detras de su hermanita. Luciana tal como la habia conocido. Casi tuve que cerrar los ojos para apartar la imagen. Escuche sus pasos que volvian de la cocina y trate de volverla a su lugar, pero no logre desplegar a tiempo el soporte detras del marco. Luciana dejo la bandeja con las tazas sobre la mesa y la alzo para mirarla tambien por un instante.
– Es la ultima foto en la que estamos todos juntos -dijo-. Fue el verano antes de que te conociera. Mi hermano Bruno todavia no estaba recibido. Y yo tenia la misma edad que Valentina ahora. Solo que era un poco mas madura, creo -dijo y dejo la foto otra vez bajo la lampara. Tomo un sorbo de su cafe y volvio a levantarse, como si se hubiera olvidado lo mas importante-. Voy a traer la Biblia -dijo.
Desaparecio en el pasillo que conducia a las habitaciones y pasaron dos o tres minutos. Cuando la vi regresar tuve otra vez la sensacion de alarma cercana al miedo que provoca la locura ajena. Se habia puesto unos guantes de latex que le llegaban mas arriba de las munecas y traia el gran libro sostenido delante del cuerpo, como si fuera la sacerdotisa de un rito propio y portara una reliquia que pudiera desintegrarse. Debajo de uno de los brazos sobresalia una caja de carton rectangular. Dejo el libro sobre la mesa y me extendio la caja.
– Son los guantes que usaba en la facultad para las pruebas de laboratorio -dijo-. Estan las huellas de Kloster en la pagina y es la unica prueba que tengo contra el. No quisiera que se mezclen con otras.
Me los puse con dificultad, porque eran demasiado estrechos, y jure para mis adentros que seria la ultima concesion que me arrancaria. Recien cuando me vio las dos manos enfundadas deslizo hacia mi el libro, que era verdaderamente imponente y muy hermoso, con tapas de cuero grabadas, el canto de las hojas dorado y un cordoncito rojo como senalador.
– La noche en que murieron mis padres, apenas me llamo Bruno, me acorde de esta Biblia que el me devolvio en la audiencia. Cuando colgue el telefono, antes de salir para el hospital, la abri en la pagina que habia quedado senalada. Asi como te la doy me la entrego Kloster: con el cordon en esa pagina.
Abri el libro donde estaba marcado, no muy lejos del principio. Era el relato del Antiguo Testamento sobre el primer asesinato, la muerte de Abel a manos de su hermano, y el ruego ultimo de Cain, cuando Dios lo castiga al destierro. Lei en voz alta, con un tono de interrogacion, sin estar muy seguro si era el parrafo al que ella se referia: «Tu hoy me arrojas de esta tierra y yo ire a esconderme de tu presencia y andare errante y fugitivo por el mundo; por lo tanto, cualquiera que me halle, me matara».
– Un poco mas abajo, la promesa que recibe de Dios.
– «No sera asi: antes bien, cualquiera que matare a Cain, recibira un castigo siete veces mayor.»
–