filosofia.

– Senor, lamento decirle que no vivira. En unos minutos voy a ver el rostro de Dios. Mi corazon rebosa de anhelo.

Su carril de trafico da un tiron. Los ninos del vehiculo de delante se han cansado de intentar llamar la atencion de Ahmad. El pequeno, que lleva una gorra roja con la visera en punta y una camiseta de rayas de los Yankees, una de imitacion, se ha acurrucado y quedado dormido en el incesante arrancar y parar, sedado por los resuellos y chirridos de los frenos de los camiones de este infierno alicatado en que el petroleo refinado se va convirtiendo en monoxido de carbono. La nina de las coletas tupidas, chupandose el dedo, se apoya contra su hermanito y dirige a Ahmad una mirada fria, ya no intenta lograr que se fije en ella.

– Adelante. Ve a ver a ese cabron -le dice Jack Levy, quien ya no esta hundido en el asiento sino erguido y cuyas mejillas han perdido el aspecto enfermizo a causa de la excitacion-. Ve a ver la jodida cara de Dios, a mi ya me da igual. ?Por que deberia importarme? La mujer por la que estaba loco me ha dejado plantado, mi trabajo es una lata, me despierto cada dia a las cuatro de la madrugada y no puedo volver a dormirme. Mi mujer… Dios, es demasiado deprimente. Se da cuenta de lo infeliz que soy y se culpa por haberse vuelto ridiculamente obesa, y ahora le ha dado por seguir un regimen criminal que va a terminar matandola. Sufre horrores, con esto de no comer. Yo quiero decirle: «Beth, olvidalo, nada lograra devolvernos a como estabamos cuando eramos jovenes». Tampoco es que fuera algo extraordinario. Nos echabamos unas risas, soliamos divertirnos el uno al otro y disfrutar de las cosas sencillas, salir a cenar un dia por semana, ir al cine si nos veiamos con ganas, ir de picnic de vez en cuando a las mesas que hay cerca de las cascadas. El unico hijo que tuvimos, que se llama Mark, vive en Albuquerque y no quiere saber nada de nosotros. ?Quien lo va a culpar por eso? Nosotros hicimos lo mismo con nuestros padres: huyamos de ellos, no nos entienden, nos averguenzan. Ese filosofo tuyo, ?como se llama?

– Sayyid Qutub. Para ser precisos, Qutb. Era uno de los autores preferidos de mi antiguo profesor, el sheij Rachid.

– Parece interesante lo que dice de Estados Unidos. La raza, el sexo: nos asedian. En cuanto te quedas sin fuerzas, Estados Unidos ya no tiene nada que ofrecer. Ni siquiera te deja morir, ya ves, los hospitales se llevan todo el dinero de Sanidad. La industria farmaceutica ha convertido a los medicos en unos granujas. ?Para que ir soportando los achaques de la vejez? ?Para que alguna enfermedad me convierta en un cliente muy rentable para una panda de ladrones? Mejor que Beth disfrute de lo poco que le puedo dejar; asi lo veo yo. Me he convertido en un estorbo para el mundo, le robo espacio. Adelante, aprieta el puto boton. Como le dijo a alguien por el movil el tio aquel que iba en uno de los aviones del 11-S: sera rapido.

Jack alarga la mano hacia el detonador y Ahmad, por segunda vez, se la agarra.

– Por favor, senor Levy -pide-. Me corresponde a mi. Si lo hiciera usted, el significado cambiaria, de una victoria pasaria a ser una derrota.

– Dios mio, tendrias que ser abogado. Vale, deja de estrujarme la mano. Era broma.

La nina de la furgoneta de delante ha visto el breve forcejeo, y a causa de su renovado interes ha despertado a su hermano. Los observan con sus cuatro ojos negros y brillantes. Con el rabillo del ojo, Ahmad ve como el senor Levy se frota el puno con la otra mano. Le dice a Ahmad, quiza para ablandarlo con un halago:

– Este verano te has puesto fuerte. Despues de la primera entrevista me diste la mano tan floja que fue casi un insulto.

– Si, ya no le temo a Tylenol.

– ?Tylenol?

– Otro alumno del Central High. Un maton con pocas luces que se ha quedado con una chica que me gustaba. Y yo le gustaba a ella, aunque me tuviera por un bicho raro. De modo que no es usted el unico que tiene dificultades con el amor. Uno de los graves errores del Occidente pagano, segun dicen los teoricos del islam, es idolatrar una funcion animal.

– Hablame de las virgenes. De las setenta y dos virgenes que satisfaran tus necesidades en el otro barrio.

– El Sagrado Coran no especifica cuantas huriyyat hay. Unicamente dice que son numerosas, de ojos negros y mirada recatada, y que no han sido tocadas por hombre alguno, ni por ningun yinn.

– ?Yinn! ?Aun estamos con esas!

– Usted se mofa sin saber de que habla. -Ahmad siente como el rubor del odio le recubre la cara, y le espeta al burlon-: El sheij Rachid me explico que los yinn y las huries son simbolos del amor de Dios hacia nosotros, que se encuentra en todas partes y se renueva eternamente, y que los mortales ordinarios no pueden comprender sin mediacion.

– Vale, ya me esta bien si tu lo ves asi. No vamos a discutir. No se puede discutir con una explosion.

– Lo que usted llama explosion es para mi un pinchazo, una pequena rasgadura que dejara entrar el poder de Dios en el mundo.

Pese a que parecia que nunca llegaria el momento, con una circulacion tan parsimoniosa, el firme se nivela sutilmente y luego una leve inclinacion hacia arriba le indica a Ahmad que ya han alcanzado el punto mas bajo del tunel, y la curva descrita en las paredes que los preceden, visible a intervalos por entre la alta caravana de camiones, senala el punto debil donde debera detonar los barriles de plastico, fanaticamente limpios y bien cenidos, dispuestos en formacion cuadrangular Su mano derecha se aparta del volante y se cierne sobre la caja metalica de color gris militar, con la pequena depresion en la que encajara su pulgar. Cuando lo apriete, se reunira con Dios. Dios estara menos terriblemente solo. «Te recibira como a un hijo suyo.»

– Hazlo -Jack Levy lo apremia-. Voy a intentar relajarme. Joder, ultimamente voy muy cansado.

– No sentira el dolor.

– No, pero si lo habra para muchos otros -replica el viejo, hundiendose de nuevo en el asiento. Pero no puede dejar de hablar-: No es como me lo habia imaginado.

– ?Imaginarse que? -Ha resonado como un eco, tal es el estado purificado y vacio de Ahmad.

– La muerte. Siempre pense que moriria en la cama. Quiza por eso no me gusta estar ahi. En la cama.

«Desea morir», piensa Ahmad. «Se burla de mi para que yo lo haga por el.» En la sura cincuenta y seis, el Profeta habla del momento en que «el alma llega a la garganta del moribundo». Ahora es ese momento. El viaje, el miraj. Buraq esta listo, sus alas blancas y resplandecientes provocan un rumor al desplegarse. Pero en esa misma sura, «El acontecimiento», Dios pregunta: «Nosotros os hemos creado, ?por que no dais fe? ?Habeis visto el semen que eyaculais? ?Lo creais vosotros o somos Nosotros los creadores?». Dios no quiere destruir: fue El quien hizo el mundo.

El dibujo de los azulejos de la pared, y de los del techo, ennegrecidos por los tubos de escape -una perspectiva de incontables cuadrados repetidos, como un enorme papel pautado enrollado hasta volverse tridimensional- estalla y se expande en la imaginacion de Ahmad como el gigantesco fiat de la Creacion, en una sucesion de ondas concentricas, cada una desplazando a la anterior mas y mas lejos del punto inicial de la nada, despues de que Dios sancionara la gran transicion del no-ser al ser. Esta fue la voluntad del Benefactor, del Misericordioso, ar-Rahman y ar-Rahim, del Viviente, del Paciente, del Generoso, del Perfecto, de la Luz, del Guia. El no desea que profanemos Su creacion imponiendo la muerte. El desea la vida.

La mano derecha de Ahmad retorna al volante. Los dos ninos del vehiculo de delante, vestidos y cuidados con carino por sus padres, banados y confortados cada noche, lo observan con gesto serio, han percibido algo erratico en su mirada, algo antinatural en la expresion de su rostro, mezclado con el reflejo de la luna del camion. Para tranquilizarlos, aparta la mano derecha del volante y los saluda, sus dedos se mueven como las patas del escarabajo volteado. Reconocida al fin su presencia, los ninos sonrien, y Ahmad no puede evitar devolverles la sonrisa. Mira el reloj: las nueve y dieciocho. Ya ha pasado el momento en que los desperfectos habrian sido mayores; el recodo del tunel va quedando lentamente atras, y se abre ahora al rectangulo creciente de la luz del dia.

– ?Y bien? -pregunta Levy, como si no hubiera oido la respuesta de Ahmad a su ultimo comentario. Vuelve a enderezarse.

Los ninos negros, presintiendo de un modo similar el rescate, hacen monerias estirandose la parte inferior de los ojos con los dedos y sacando la lengua. Ahmad intenta sonreir de nuevo y repite el saludo simpatico, pero ahora mas debilmente; se siente agotado. La brillante boca del tunel se abre para engullirlo a el, a su camion y a sus fantasmas; juntos, emergen a la luz gris pero estimulante de un nuevo lunes en Manhattan. Fuera lo que fuese lo que hacia que la circulacion en el tunel avanzase con parsimonia, tan exasperantemente lenta, se ha dispersado al

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