estaba cerrada sin llave, ?quien iba a querer entrar alli? La cerradura no era nada dificil. Un palanquetazo seco y se abrio con mas facilidad que las dos putas que se les habian ofrecido en el portal.
Entraron con las pistolas en las manos extendidas gritando ostensiblemente.
– ?Policia! Ven hacia nosotros con las manos en la cabeza.
Antonio no se lo hizo repetir dos veces. Ni siquiera protesto por el modo de entrar en su domicilio, claramente ilegal. Conocia a la pasma y sabia que toda discusion seria inutil. Quiza mas tarde, en comisaria, un abogado de oficio protestaria por ese hecho, pero entre tanto era mejor obedecer. Con las pistolas golpeandole el pecho le empujaron a la habitacion en la que dormia, y sus visitantes se quedaron de pie mientras el se sentaba sobre el camastro.
– Antonio Jalon Lopez -dijo el mas bajo de los hombres. No era una pregunta, era una afirmacion.
– Si, soy yo.
– ?Hay alguien mas en la casa? -pregunto el hombre alto. Al parecer se turnaban a la hora de hablar.
– No, estoy solo.
– Asi que solo; pues dentro de poco estaras rodeado de gentuza como tu, detras de unos barrotes.
– No entiendo que quieren decir.
– Se te ha caido el pelo, chaval.
– Y de que manera.
– Drogadicto.
– Y ladron.
– Una pena.
– Si, una pena.
– Esta vez no te salva nadie.
– Al trullo derecho.
– Y por unos cuantos anos.
– Les repito que no entiendo nada. ?De que me estan hablando?
– ?Eres idiota o piensas que lo somos nosotros? -pregunto el hombre alto mientras le retorcia un brazo-. ?De verdad crees que nos chupamos el dedo?
Antonio intento hablar, pero el dolor se lo impedia. Con un gesto casi imperceptible el hombre bajo consiguio que su colega aflojara la presion, aunque sin soltarle. Su protector se erigio de nuevo en portavoz de la pareja.
– Mira, hijo, no queremos hacerte dano -hablaba suavemente, como aquel cura que una vez intento desengancharle-, pero estas en una situacion dificil. Traficas…
– Eso no es cierto, yo no trafico, solo soy consumidor.
– Da igual, si nosotros decimos que traficas es que traficas. No nos seria muy dificil inventar las pruebas necesarias. Y en el peor de los casos, aunque al final no pudiera demostrarse del todo, te habrias tirado unos cuantos meses de preventiva. O sea, que traficas. Y como no trabajas ni tienes bienes de fortuna personales, te dedicas a robar. Y eso si que no nos lo puedes negar. Acabas de robar a una senora hace tan solo media hora en la Gran Via. Robo con violencia y con resultado de lesiones. Han tenido que trasladarla al hospital de Basurto.
– Yo no queria hacerle dano.
– Asi que lo admites, eso esta bien. Y seguro que no querias hacerle dano. Tu no eres un mal chico, en realidad eres una buena persona que no quiere lastimar nunca a nadie, es solo la necesidad de droga lo que te incita a robar, ?verdad?
– Si, eso es.
– Lo sabemos, ?ves como te comprendemos? Dar con alguien como tu nos parte el corazon, pero somos policias y nuestra obligacion es detenerte. Aunque podriamos cambiar de opinion. De ti depende.
– ?Que es lo que depende de mi?
– Quiza haya otra solucion. Si quisieras ayudarnos…
– No soy ningun chivato, si es eso lo que esperan de mi.
– No digas tonterias, chico; claro que lo eres, o puedes serlo. Todos lo sois si se os trabaja lo suficiente, pero no se trata de eso, sino de una cosa bien diferente… ?Echale un vistazo a esto!
El hombre bajo saco de un bolsillo de su chaqueta un paquete pequeno y lo lanzo en direccion a Antonio. Este lo cogio al vuelo y vio lo que contenia. Autentico polvo blanco, heroina.
– Para ti. Y si llegamos a un acuerdo habra mucha mas.
Antonio nunca fue un buen estudiante de matematicas, por eso no hizo ningun calculo, pero penso que esa bolsita valia mucho dinero. Y acababan de regalarsela. Esos dos no podian ser de la bofia. Ningun madero, por pringado que estuviera, iba por el mundo regalando caballo en esas cantidades.
– Entonces, ?llegamos a un acuerdo?
Llegaron a un acuerdo. Como habia pronosticado el hombre bajo a su companero, no fue nada dificil.
– ?Le has dado de la buena? -pregunto el hombre alto al bajo cuando salieron de la casa.
– Si, claro, no podia darle de la ful. La palmaria antes de hacer el trabajo, y no solo el, sino mas gente, ya que seguramente trapichearia con ella. Y en estos momentos no nos interesa una cadena de muertes; alguien podria empezar a sospechar cosas raras. La droga en malas condiciones puede ser un arma de lo mas eficaz, pero como todas las armas, hay que saber usarla adecuadamente y en el momento oportuno.
4
Aquella manana, como todas las mananas en los ultimos meses, Manuel Rojas, inspector de policia destinado en el Grupo de Homicidios de la Jefatura Superior de Policia de Bilbao, se encontraba totalmente aburrido y al borde de la depresion. Llevaba ocho meses en ese destino y hasta el momento no se le habia asignado ningun trabajo de cierta envergadura. La ilusion con la que habia solicitado su traslado a Homicidios habia desaparecido hacia tiempo, cuando empezo a notar que le usaban como un mero chico de los recados. Su trabajo mas excitante habia consistido en la detencion de una anciana que, harta de aguantar durante mas de cuarenta anos las palizas proporcionadas por su marido, le habia clavado unas afiladas tijeras de cocina por todo el cuello. Ese era el unico homicidio autentico en el que habia intervenido, recordaba nostalgicamente mientras acababa de tomar declaracion a un chaval que, ofendido al observar que un companero de instituto se reia de el, le habia cambiado la mandibula de sitio con una patada aprendida, posiblemente, tras ver mas de mil peliculas chinas de karate. Trabajos rutinarios que alguien tenia que hacer, no cabia la menor duda, pero que siempre le tocaban a el. Por eso, nada mas empezar a repiquetear el telefono que tenia instalado en el cuchitril que pomposamente llamaba oficina, no tardo ni un segundo en coger el auricular. Cuando adivino a quien pertenecia la voz que se oia en el otro lado, no pudo evitar un gesto de sorpresa. Su jefe, el propio comisario Manrique, le llamaba en persona, sin usar intermediarios, por primera vez desde que se habia incorporado al grupo. Le pedia por favor -aunque sonaba muy educado era una autentica orden- que acudiera a su despacho en cuanto tuviera un rato libre. El inspector Rojas no perdio ni un instante y segun colgo el telefono subio los dos tramos de escaleras que le separaban de su jefe. Era una situacion bastante rara, pensaba, pero quiza por fin se le iba a encomendar un caso importante; asi que, algo mas animado, aunque sin hacerse muchas ilusiones para no tener que lamentar posibles nuevas decepciones, se persono ante el jefe supremo del Grupo de Homicidios.
El despacho del comisario se parecia al de Rojas lo mismo que una castana a un huevo. Espacioso y bien ventilado, con una hermosa mesa de maderas nobles y acogedores butacones para su ocupante y las visitas, solo la bandera espanola que en el hallaba cobijo indicaba su caracter de despacho oficial, pero el mismo aspecto de Fernando Manrique Alarcon, comisario de Homicidios de Bilbao, alto y atildado, bien rasurado, cincuenton, elegantemente trajeado, inducia a pensar mas en el despacho de un subsecretario del Ministerio de Industria que en el de un comisario de policia. Para Rojas era dificil imaginar al comisario de joven inspector, deteniendo chorizos y negociando con macarras y putas para obtener sus confidencias. Nadie nace siendo comisario, pero parecia imposible que Fernando Manrique hubiera pasado por lo anterior antes de llegar a serlo.
Incluso el gesto indolente con el que ordeno a Rojas tomar asiento era mas propio de un director general de Hacienda que de un jefe del Ministerio del Interior. De un cajon de la mesa saco un paquete de Winston, «seguro que de contrabando», penso Rojas, que solo fumaba Ducados, y encendio un cigarrillo con lo que parecia ser un Dupont de oro. No ofrecio tabaco a Rojas, pero no porque supiera que solo fumaba negro, sino porque nunca lo