mas de chocolate con leche; cuando dejo el vaso, tenia un bigote de chocolate sobre los labios-. ?Mubueno!

Padre e hija salieron del apartamento diez minutos despues. La manana habia amanecido fria y ventosa: la brisa soplaba del norte, desagradable, y agitaba los chopos con un rumor intranquilo, nervioso; cubrian el automovil gotas de agua, cristalinas y relucientes, y el asfalto se presentaba con pequenas sabanas mojadas; parecia que habia llovido, pero eran, finalmente, los vestigios del manto de humedad que habia caido durante la noche, empanando cristales y depositandose aqui y alla, minusculos lagos dispersos casi por toda la ciudad de Oeiras.

Tomas llevaba la cartera en una mano y aferraba con la otra los deditos de la nina. Margarida llevaba una falda clara de mahon y una chaqueta azul oscura, y cargaba con desenvoltura la mochila en su espalda. El padre abrio la puerta del pequeno Peugeot blanco, instalo a Margarida en el asiento trasero, acomodo la mochila y la cartera en el suelo del coche y se sento al volante. Despues, conecto la calefaccion, dio marcha atras y arranco. Tenia prisa, la hija iba con retraso al colegio y a el no le quedaba otro remedio que superar los atascos matinales para ir a dar una clase a la facultad, en pleno centro de Lisboa.

En el primer semaforo, observo por el espejo retrovisor. En el asiento trasero, Margarida devoraba el mundo con sus grandes ojos negros, vivos y avidos, contemplando a las personas cruzar las aceras y sumergirse en el nervioso bullicio de la vida. Tomas intento verla como la veria un extrano, con esos ojos rasgados, el pelo fino y oscuro y ese aspecto de asiatica regordeta. ?La llamarian «subnormal»? Estaba seguro de que si. ?No era asi, al fin y al cabo, como el antes los llamaba, cuando los veia en la calle o en el supermercado? «Subnormales; imbeciles; retrasados mentales.» Que ironicas vueltas daba la vida.

Se acordaba, como si hubiese sido ayer, de aquella manana primaveral, nueve anos atras, cuando llego a la maternidad, efusivo y excitado, rebosante de alegria y entusiasmo, sabiendo que era padre y deseando ver a la hija que habia nacido aquella madrugada. Se fue corriendo a la habitacion con un ramo de madreselvas en la mano, abrazo a su mujer y beso a la nina recien nacida, la beso como a un tesoro, y se conmovio al verla asi, encogida en la cuna, con las mejillas rosadas y el aire risueno, parecia un Buda minusculo y sonoliento, tan sabia y tranquila.

No duro media hora ese momento de felicidad plena, trascendente, celestial. Al cabo de veinte minutos, entro la doctora en la habitacion y, haciendole una senal discreta, lo llamo a su despacho. Con aire taciturno, comenzo preguntandole si tenia antepasados asiaticos o con caracteristicas especiales en los ojos; a Tomas no le gusto la conversacion y, de modo seco y directo, le repuso que, si tenia algo que decirle, que se lo dijese. Fue entonces cuando la doctora le explico que antiguamente se decia que determinado tipo de persona era mongolica, expresion caida en desuso y sustituida por la referencia al sindrome de Down o a la trisomia 21.

Fue como si le hubiese dado un punetazo en el estomago. Se le abrio el suelo bajo los pies, el futuro se hundio en una tiniebla sin retorno. La madre reacciono con un mutismo profundo, se quedo mucho tiempo sin querer hablar del tema, los planes para su hija se habian desmoronado con aquella terrible sentencia. Llegaron a vivir una semana de tenue esperanza, mientras el Instituto Ricardo Jorge efectuaba el cariotipo, la prueba genetica que despejaria todas las dudas; pasaron esos dias intentando convencerse de que habia habido un error. Al fin y al cabo, a Tomas le parecia que la pequena tenia expresiones de la abuela paterna y Constanza identificaba senales caracteristicas de una tia; seguro que los medicos se habian equivocado, ?como es posible que esta nina sea una retrasada mental! ?Hay que tener cara, francamente, para sugerir semejante cosa! Pero una llamada telefonica, efectuada ocho dias despues por una tecnica del instituto, con las fatidicas palabras «la prueba ha dado positivo», supuso la sentencia irrefutable.

El choque resulto fatal para la pareja. Ambos habian vivido varios meses proyectando esperanzas en aquella hija, nutriendo suenos en la nina que los prolongaria, que los trascenderia mas alla de la vida; ese castillo se deshizo con aquellas pocas palabras secas. Solo quedo la incredulidad, la negacion, la sensacion de injusticia, el torbellino incontrolable de la rebeldia. La culpa era del obstetra que no se habia dado cuenta de nada, era de los hospitales que no estaban preparados para aquellas situaciones, era de los politicos que no querian saber nada de los problemas de las personas, era, al fin, de la mierda de pais que tenemos. Despues vino la sensacion de perdida, un profundo dolor y un insuperable sentimiento de culpa. ?Por que yo? ?Por que mi hija? ?Por que? La pregunta se formulo mil veces y aun ahora Tomas se descubria a si mismo repitiendola. Pasaron noches en blanco interrogandose sobre que habian hecho mal, preguntandose sobre sus responsabilidades, en busca de errores y de faltas, de responsables y de culpables, de razones, del sentido de todo aquello. En una tercera fase, las preocupaciones dejaron de centrarse en si mismos y comenzaron a volcarse en la hija. Se preguntaron sobre su futuro. ?Que haria ella de su vida? ?Que seria de ella cuando fuese mayor y ya no tuviese a sus padres para ayudarla y protegerla? ?Quien se ocuparia de su hija? ?Como conseguiria el sustento? ?Viviria bien? ?Seria autonoma?

?Seria feliz?

Llegaron a desear su muerte. Un acto de caridad divina, sugirieron. Un acto de misericordia. Seria tal vez mejor para todos, mejor para ella misma, ?le ahorraria tanto sufrimiento innecesario! ?No se dice, al fin y al cabo, que no hay mal que por bien no venga?

Una sonrisa de bebe, un simple intercambio de miradas, la belleza inocente y todo de repente se transformo. Como en un truco de magia, dejaron de ver en Margarida a una subnormal y comenzaron a reconocer en ella a su hija. A partir de entonces concentraron todas sus energias en la nina, nada era demasiado para ayudarla, vivieron hasta con la ilusion de que llegarian a «curarla». Su vida se convirtio, desde entonces, en un vertigo de institutos, hospitales, clinicas y farmacias, con periodicos examenes cardiologicos, oftalmologicos, audiometricos, de la tiroides, de la inestabilidad atlantoaxial, un sinfin de analisis y pruebas que agotaron a todos. En medio de aquella vida, fue un verdadero milagro que Tomas pudiera acabar su doctorado en Historia, se le hizo increiblemente dificil estudiar criptoanalisis renacentista, con sus fatigas y carreras hacia medicos y analistas. Escaseaba el dinero, su sueldo en la facultad y lo que ella ganaba dando clases de artes visuales en un instituto apenas alcanzaban para los gastos diarios. Hechas las cuentas, tamano esfuerzo tuvo consecuencias inevitables en la vida de la pareja; Tomas y Constanza, absorbidos por sus problemas, casi dejaron de tocarse. No habia tiempo.

– Papa, ?vamo'a cantar?

Tomas se estremecio, y regreso al presente. Volvio a mirar por el espejo retrovisor y sonrio.

– Me parecia que ya te habias olvidado, hija. ?Que quieres que cante?

– Aquella de «Ma'ga'ida me miras a mi».

El padre carraspeo, afinando la voz:

Yo soy una Margarita,

flor de tu jardin.

Soy tuya,

papa.

Yo se que me miras a mi.

– ?Viva! ?Viva! -exclamo ella, euforica, aplaudiendo-. Ahora «Ze apeta el lazo».

Aparco en el garaje de la facultad, aun semidesierta a las nueve y media de la manana. Cogio el ascensor hasta la sexta planta, fue a revisar la correspondencia al despacho y a buscar las llaves a la secretaria, bajo por las escaleras hasta el tercero, pasando por entre las estudiantes que se aglomeraban en el vestibulo y parloteaban ruidosamente entre si. Su presencia suscitaba susurros excitados entre las chicas, a quienes Tomas les parecia un galan, un hombre alto y atractivo, de treinta y cinco anos y ojos verdes chispeantes; eran esos ojos la herencia mas notoria de su hermosa bisabuela francesa. Abrio la puerta de la sala T9, tuvo que pulsar una serie de interruptores para que se encendieran todas las luces y puso la cartera sobre la mesa.

Los alumnos entraron en tropel, en medio de un murmullo matinal, desparramandose por la pequena sala en grupos, mas o menos todos en los lugares habituales y junto a los companeros de costumbre. El profesor saco los apuntes de la carpeta y se sento; provoco un compas de espera, aguardando a que los estudiantes se instalasen y a que entraran los mas rezagados. Estudio aquellos rostros que conocia hacia apenas poco mas de dos meses, tiempo que habia transcurrido desde el comienzo del curso lectivo. Sus alumnos eran casi todos chicas, unas aun sonolientas, algunas bien arregladas, la mayoria algo desalinadas, mas en la onda intelectual, preferian pasar el tiempo quemandose las pestanas que pintandolas. Tomas ya habia aprendido a hacer su retrato ideologico. Las

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