piratas. Los mas credulos especulaban sobre otros peligros como los de los monstruos marinos. Pero conforme iban pasando las semanas, un numero creciente de subditos del rey desaparecido sospechaba que habia muerto, que tenia que estar muerto. Y ninguno lo deseaba mas ardientemente que el hombre a quien Hugh de Nonant servia.

La Cruzada habia sido un fracaso; ni siquiera un rey soldado tan experto como Ricardo pudo recuperar Jerusalen de manos de los infieles. Pero para Aubrey, el gran fracaso de Ricardo Corazon de Leon era que no habia logrado engendrar un hijo. Habia nombrado heredero a su sobrino Arturo, pero este era todavia un nino al cuidado de su madre en Bretana. Habia otro rival de sangre real, uno mucho mas cercano, Juan, conde de Mortain, hermano menor de Ricardo. Nadie dudaba de que el conde trataba de disputarle a Arturo la corona, pero de lo que nadie tenia la menor idea era de lo que haria la reina madre. Todos sabian que Leonor y Juan estaban enemistados, pero a fin de cuentas era su hijo. Si el asunto llegara al terreno de las armas, ?a quien respaldaria Leonor, a Juan o a Arturo?

Aubrey no creia que Juan llegara a ser un buen rey, porque si «la serpiente era el mas astuto de todos los animales del campo», tambien era verdad que el hijo menor de la reina Leonor no reparaba ante nada y carecia de escrupulos de conciencia. Pero de una u otra manera no le cabia duda de que Juan prevaleceria sobre Arturo. Asi que saco la conclusion de que, si se veia alguna vez enfrentado a ese dilema, se pondria de parte de Juan.

Pero la pregunta aparentemente inocente del obispo de Coventry era mucho mas peligrosa y confirmaba los mas profundos temores de Aubrey. Juan no queria esperar a que llegara la noticia de la muerte de Ricardo. Juan no fue nunca persona dispuesta a esperar. Pero ?y si Ricardo no habia muerto? ?Volveria a reclamar su corona? Si bien es verdad que Arturo no podia competir con Juan, tambien es cierto que Juan no podia competir con Ricardo. Y aunque el rey, finalmente, otorgara su perdon a Juan, seguro que no lo habria para los hombres que le respaldaran.

Aubrey sabia que si se mostraba reacio a apoyar el golpe de estado de Juan y Ricardo habia muerto realmente, estaria desperdiciando la unica oportunidad de ganar el favor del nuevo rey. Porque Juan guardaba rencor hasta la muerte y no olvidaria a los que se pusieran de su parte ni a los que se alistaran en su contra.

– Bueno -insinuo el obispo de Coventry, sonriendo afablemente como si solo estuvieran intercambiando cortesias-, ?que sabeis de cierto, ha muerto o no?

La sonrisa de Aubrey era tan insulsa como la leche de almendras.

– Si supiera la respuesta a esa pregunta, senor obispo, no perderia un segundo en cabalgar a Londres para informar a la reina.

– Desgraciadamente me temo lo peor -confio Hugh, aunque sin aparente pesar-. Si no le hubiera ocurrido nada malo, es indudable que a estas alturas sabriamos donde se encuentra.

– Yo no estoy dispuesto a perder las esperanzas -interrumpio Aubrey-, y ciertamente tampoco lo esta la reina.

– Es natural que una madre se aferre a los ultimos resquicios de esperanza por dudosos y precarios que sean, pero nosotros no podemos compartir ese lujo, porque ?cuanto tiempo puede estar Inglaterra sin rey? -La voz de Hugh era placentera, suave e intima, una voz perfecta para compartir secretos y hacerlos llegar solo a los oidos de Aubrey-. ?Cuanto tiempo podremos esperar?

Aubrey no tuvo necesidad de replicar porque su ayudante aparecio de pronto en el estrado.

– ?Que pasa, Martin? ?Hay algun problema?

– Es Justino, su senoria. Llego a caballo hace unos instantes e insiste en que debe ver enseguida a su senoria.

– ?Justino? -Aubrey dio muestras de sobresalto y desagrado-. Dile que le vere cuando haya terminado de cenar y mis invitados se hayan retirado a sus aposentos. Ocupate de que los cocineros le den de comer. -Con gran sorpresa de Aubrey, el ayudante no hizo ademan de retirarse-. ?Y bien?

– Es que… el muchacho parece muy acongojado, Ilustrisima. La verdad es que nunca lo he visto asi. Y no creo que este dispuesto a esperar.

Aubrey se mantuvo alerta sin perder el control; despreciaba a los hombres que se dejaban llevar por la emocion y los impulsos.

– No le estoy otorgando libertad de eleccion -dijo friamente-. Ocupate de esto.

Le habia molestado la inesperada e inoportuna llegada de Justino y se sentia ademas vagamente inquieto, con esa peculiar forma de inquietud que solo Justino era capaz de provocar. No mejoro su estado de animo al darse cuenta de que Hugh de Nonant habia oido toda esta conversacion.

– ?Quien es Justino?

Aubrey se encogio de hombros en un ademan de desprecio.

– Nadie que Su Ilustrisima conozca…, un inclusero a quien recogi hace anos.

Esperaba que Hugh captara la indirecta y dejara el asunto de lado, pero el obispo de Coventry poseia un don misterioso para husmear los secretos. «Como el de un cerdo que va hozando en busca de trufas», penso Aubrey, viendose forzado por la indecorosa y persistente curiosidad del otro a explicar que la madre de Justino habia muerto de parto.

– Solo Dios sabe quien era el padre, y no habia nadie que quisiera hacerse cargo del nino. Estaba bajo la jurisdiccion de mi parroquia y cuando me notificaron la situacion, accedi a hacer lo que estuviera en mi mano. Despues de todo, es nuestro deber socorrer a los pobres de Cristo. Como dicen las Escrituras: «Dejad que los ninos se acerquen a mi».

– Digno de encomio -repuso Hugh, dando muestras de calurosa aprobacion que no habrian sido sospechosas si las hubiera manifestado otra persona. Miraba a Aubrey con expresion benevola y Aubrey no podia por menos de maravillarse ante lo enganosas que pueden ser las apariencias. Los dos hombres de Iglesia tenian un aspecto fisico completamente distinto; Aubrey era alto, esbelto y elegante, llevaba muy corto su cabello rubio, ya entrecano, y Hugh era rechoncho, rubicundo y con inicios manifiestos de calvicie y el aspecto de un monje afable y entrado en anos. Pero Aubrey sabia que este semblante de hombre bonachon ocultaba una inteligencia astuta y cinica y que la curiosidad de Hugh por Justino no era ni ociosa ni benigna. El buen obispo estaba siempre alerta, siempre en busca de flaquezas. Y Aubrey se sintio repentinamente furioso con Justino por atraer la atencion de un hombre tan peligroso como Hugh de Nonant.

– Tal vez la razon sea que hayais sido demasiado indulgente con el muchacho -observo Hugh con parsimonia-. Parece ser una impertinencia por su parte exigir veros.

Aubrey no mordio el anzuelo.

– Sus modales no han sido nunca motivo de queja para mi… hasta este momento. Podeis estar seguro de que le llamare al orden.

Una ruidosa fanfarria de trompetas hizo que todas las cabezas se volvieran hacia la puerta de entrada. Las trompetas anunciaban la llegada del plato fuerte de la cena: una gran cabeza de jabali glaseada que descansaba sobre una reluciente fuente de plata. Los hombres se echaron hacia adelante para verla mejor, los juglares de Aubrey entonaron un villancico y, en la excitacion del momento, todos se olvidaron del inclusero del obispo.

Aubrey empezo a relajarse y volvio a ser una vez mas el cortes anfitrion, un papel que representaba a la perfeccion. El intervalo le proporciono ademas la oportunidad de considerar sus alternativas. Tenia que encontrar una ocasion de insinuar -sin realmente decirlo- que simpatizaba con la causa de Juan, pero que no estaba todavia dispuesto a comprometerse, y que no lo haria hasta que hubiera pruebas irrefutables de la muerte del rey Ricardo.

Fue el perspicaz Hugh el primero en darse cuenta de la conmocion surgida en el extremo de la estancia. En la puerta, el ayudante del obispo estaba discutiendo acaloradamente con un muchacho alto y moreno. Mientras Hugh los observaba, el muchacho se solto de los brazos del ayudante que lo tenian sujeto y se dirigio a la nave central, hacia el estrado. Hugh se inclino y toco la manga de la vestidura de su anfitrion.

– ?Debo suponer que ese intruso encolerizado es el protegido de Su Ilustrisima?

Sin percatarse de que el intruso se acercaba a ellos, Aubrey conversaba cortesmente con la persona que tenia sentada a su izquierda, el venerable abad de la abadia de San Werburgh, en la ciudad de Chester. Al oir la pregunta de Hugh, la sorpresa le hizo ponerse rigido y echar su sillon hacia atras.

Descendio las escaleras del estrado y se enfrento con Justino cuando este se acercaba a la chimenea, seguido por el ayudante.

– ?Como te atreves a entrar por la fuerza en mi estancia! ?Estas borracho?

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