supe que era el. Llevaba el sombrero calado pero alzo la vista, me vio, grito algo y entonces cerraron la puerta de un portazo. Yo crei que seguramente iban a dejarme en el sotano, pero sin embargo me metieron en un tren aquel mismo dia. Supongo que penso que yo moriria en el campo. Yo era muy menuda, tenia dieciseis anos pero apenas abultaba mas que una nina, y aun asi los sorprendi a todos, senor Winter, porque sobrevivi.

La anciana hizo una pausa, tomando aliento deprisa.

– No queria morir. No entonces y tampoco ahora. No aun.

Sophie Millstein era una mujer minuscula, apenas de metro cincuenta, incluso con las alzas que llevaba en sus zapatos ortopedicos, y ligeramente regordeta. Se veia muy pequena al lado de Simon Winter, que a pesar de su edad aun media mas de metro noventa. Llevaba su blanco pelo recogido en un mono, que se anadia a su estatura, provocando un efecto que rozaba el ridiculo, especialmente cuando salia de su apartamento vestida con coloridos pantalones pirata de poliester y blusas floreadas, arrastrando su carrito de la compra camino de la tienda de comestibles. Simon Winter la conocia de saludarse con la cabeza y eludir las conversaciones demasiado prolongadas que invariablemente se centraban en alguna queja sobre la ciudad, el calor, los adolescentes y la musica a todo volumen, sobre su hijo que no la llamaba con la suficiente frecuencia, sobre hacerse viejo, sobre sobrevivir a su marido, todo lo cual el preferia evitar. Pero si su actitud hacia la anciana hasta ese momento habia sido la de una cortesia distante, el temor que ahora inundaba sus ojos le arrastro a algo completamente distinto.

No sabia que creer, porque el detective que habia en su interior le incitaba a dudar; nada era cierto hasta que el mismo lo confirmase. Y de momento lo unico que podia confirmar era el miedo que sentia Sophie Millstein.

Cuando la miro, vio que un temblor recorria su cuerpo, arrugandolo aun mas si cabe. Ella le dirigio una mirada interrogante.

– Cincuenta anos. Y solo le vi un momento. ?Puedo haberme equivocado, senor Winter?

Decidio no responder a esta pregunta, porque segun su experiencia, la probabilidad de que Sophie Millstein estuviera en lo cierto era casi inexistente. Penso: «Ese hombre debia de ser joven, de unos veintitantos, hace cincuenta anos. Y ahora debe de ser un anciano.» El pelo y la piel tendrian que haberle cambiado, asi como su rostro, con las mejillas caidas y flojas. Su forma de andar seria distinta y tambien su voz. No seria el mismo de medio siglo atras.

– ?Este hombre le ha dicho algo hoy?

– No. Solo me miro fijamente. Nuestros ojos se encontraron, era ultima hora de la tarde y el sol parecia brillar justo detras de el, y se fue, como si sencillamente hubiese desaparecido entre el resplandor. Y yo corri, senor Winter, corri. Bueno, no como corria antes, pero senti lo mismo, y me alegre mucho al ver las luces encendidas en su apartamento, porque tenia muchisimo miedo de estar sola en mi casa.

– ?El le dijo algo?

– No.

– ?La amenazo o hizo algun gesto?

– No. Solo me miro. Sus ojos eran como cuchillas, ya se lo he dicho.

– ?Y que aspecto tenia?

– Alto, pero no tanto como usted, senor Winter. Y fornido, fuerte. Los brazos y hombros de un hombre aun joven.

Simon asintio con la cabeza. Su escepticismo iba ganando terreno. El hecho de reconocer a un hombre que has visto solo unos segundos al cabo de cincuenta anos no entraba en lo que el solia denominar «los reinos de la posibilidad del detective de Homicidios», aun cuando estos reinos fuesen muy flexibles. Lo que el sospechaba era que la anciana, cuyo contacto con el mundo se habia visto muy mermado desde su enviudamiento, habia caminado bajo un sol de justicia en un dia muy caluroso, perdida en recuerdos dolorosos, cuando alguien le llamo la atencion en medio de uno de esos recuerdos y se habia desorientado y asustado porque era anciana y estaba sola. Y penso tambien: «?Acaso yo soy tan diferente?»

Pero en lugar de decir lo que realmente pensaba, asevero con firmeza:

– Senora Millstein, creo que se repondra del mal trago. Lo que necesita es descansar un poco.

– Debo prevenir a los demas -dijo ella con subita ansiedad-. Debo avisarles. El senor Stein tenia razon. Oh, senor Winter, deberiamos haberle creido, pero ?que podiamos hacer? Somos viejos. No lo sabiamos. ?A quien podiamos llamar? ?A quien contarselo? Ojala Leo estuviera aqui.

– ?Que otros? ?Y quien es el senor Stein?

– El tambien le vio y ahora esta muerto.

Simon arrugo el entrecejo.

– No comprendo lo que me esta contando, senora Millstein, por favor, expliquese mejor.

Pero ella se limito a mirar el arma.

– ?Es su pistola? ?Esta cargada?

– Si.

– Gracias a Dios. ?Todos estos anos de policia ha tenido la misma arma?

– Pues si.

– Deberia tenerla cerca, senor Winter. Mi Leo queria conseguir un arma, porque decia que a los negros… en realidad usaba otra palabra, no es que tuviera prejuicios, pero estaba asustado y eso hacia que usase aquella terrible palabra…, decia que a los negros les gustaria ir a la playa y robar a todos los viejos judios que viven por alli. Y eso es lo que somos, simplemente viejos judios, y supongo que si yo fuese un criminal, tambien pensaria en eso. Pero yo no le deje tener una pistola, porque me daba miedo un arma en casa, Leo no era un hombre cuidadoso. Era un buen hombre, pero era… como decirlo… descuidado, si. Y no habria sido inteligente dejarle tener una pistola, podria haberse hecho dano, asi que le prohibi que la comprase. Ahora me gustaria que lo hubiese hecho, para poder protegerme. Ya no debo dudar mas, senor Winter. Tengo que llamar a los demas y contarles que el esta aqui y decidir que vamos a hacer.

– Senora Millstein, por favor, calmese. ?Quien es el senor Stein?

– Tengo que llamar.

– Enseguida habra tiempo para ello.

Ella no respondio. Estaba sentada rigidamente con la vista al frente, mirando el vacio. El recordo un tiroteo en el cual se habia involucrado, hacia algunos anos, un robo a un banco que habia derivado en un violento fuego cruzado. No fue su disparo el que detuvo al ladron, pero habia sido el primero en alcanzarlo, y luego le arranco el arma que empunaba de un puntapie. Entonces bajo la vista y vio los ojos de aquel hombre abiertos de par en par mientras su vida se escapaba a borbotones por un orificio en el pecho. Era un joven de poco mas de veinte anos, Simon no era mucho mayor, y el chico se habia quedado mirandolo. En aquella mirada habia implicita una cascada de preguntas desesperadas que terminaban con la unica que importaba: «?Vivire?» Y antes de que Simon pudiese responder, vio que los ojos del joven se quedaban en blanco y murio. Aquel momento preciso en que se pierde la conciencia es lo que Simon creyo estar viendo en el rostro de Sophie Millstein y no pudo evitar que algo de su panico se le contagiara.

– El me matara -dijo inexpresivamente, quiza con un punto de resignacion-. Tengo que avisar a los demas. - Sus palabras sonaron secas, como piel tensada a punto de rasgarse.

– Senora Millstein, por favor, nadie va a matarla. Yo no lo permitire.

Ella parecia haberse ensimismado completamente, como si Simon ya no estuviera alli. Al cabo de un instante se estremecio, como si le hubiese impactado fisicamente algun recuerdo. Se volvio lentamente hacia el viejo detective y movio la cabeza apesadumbrada.

– Era tan joven y estaba tan asustada… Todos lo estabamos. Fueron tiempos terribles, senor Winter. Todos nos ocultabamos y nadie pensaba que pudiera sobrevivir mas alla del minuto siguiente o poco mas. Es espantoso, senor Winter, experimentar eso cuando eres joven. Despues, alla donde te escondas la muerte parece seguirte.

Simon asintio con la cabeza. Necesitaba que ella siguiera hablando, porque tal vez asi acabaria volviendo al presente.

– Por favor, continue.

– Hace un ano Herman Stein, un hombre que vivia en Surfside, se suicido -continuo con tono monocorde-. Al menos eso dijo la policia, porque se habia disparado con un arma…

«Igual que yo», penso Simon.

– Despues de morir, despues de que la policia viniese y la funeraria y sus parientes terminaran la shiva, el

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