a la Septima Cunada Zou que no repitiera sus palabras a nadie.

Sin embargo, al dia siguiente, la Septima Cunada Zou llevo su falda azul a que la tineran de negro y difundio sospechas sobre A Q, si bien no menciono las palabras del bachiller en el sentido de expulsarlo de la aldea. Pero aun asi, causo mucho dano a A Q. En primer lugar, el alcalde se presento en su casa y se llevo la cortina y, aunque A Q alego que la senora Chao queria examinarla, el alcalde se nego a devolverla y hasta exigio un pago mensual en dinero para guardar silencio. En segundo lugar, se perdio subitamente el respeto de los aldeanos hacia su persona y, aunque no se atrevian todavia a tomarse libertades con el, lo evitaban lo mas posible; y esta actitud era muy diferente del anterior panico ante el grito de «iMata!», y mas bien se parecia a la actitud de los antiguos hacia los espiritus: «mantener una respetuosa distancia».

Pero algunos holgazanes querian ir al fondo del asunto y comenzaron a interrogar a A Q sobre los detalles. Y este no trato de ocultar nada, sino que les revelo orgullosamente sus experiencias. Supieron asi que A Q no habia sido mas que un insignificante personaje, no solo incapaz de escalar una muralla, sino tambien de penetrar por las aberturas, quedandose simplemente afuera para recibir las cosas robadas.

Una noche, habia recibido un paquete mientras el jefe volvia a penetrar en el interior, cuando se oyo un gran tumulto, y A Q movio las piernas tan rapido como pudo. Huyo de la ciudad aquella misma noche, escapando hacia Weichuang; y despues de eso no se habia atrevido a volver a su negocio. Sin embargo, esta historia probo ser aun mas danina para A Q porque los aldeanos habian «mantenido una respetuosa distancia» para no incurrir en su enemistad; pero ?quien iba a imaginarse que se trataba de un simple ratero que no se atrevia a volver a robar? Por lo tanto, era «demasiado ruin para inspirar temor».

VII. La revolucion

El decimocuarto dia del noveno mes lunar del tercer ano del reinado del Emperador Suantong -el dia en que A Q vendio su alforja a Chao Bai-yan-, a medianoche, despues del cuarto toque de la tercera ronda, una gran embarcacion con una tienda negra sobre la cubierta llego al muelle de la familia Chao. El barco flotaba en la oscuridad, mientras los aldeanos dormian profundamente, de modo que no sabian nada de aquello, pero como se fue al amanecer, un buen numero de personas pudo verlo. Una impertinente investigacion revelo que el barco pertenecia al senor licenciado del examen provincial.

Ello causo gran inquietud en Weichuang y, hacia el mediodia, el corazon de los aldeanos latia aceleradamente. La familia Chao guardo completo silencio en cuanto a la mision del barco, pero se murmuraba en la casa de te y en la taberna que los revolucionarios iban a penetrar en la ciudad y el senor licenciado del examen provincial habia venido a buscar refugio en aquella aldea. Unicamente la Septima Cunada Zou pensaba de otro modo, diciendo que el senor licenciado del examen provincial solo queria desembarcar unos cuantos baules destrozados, pero que el senor Chao se habia opuesto. En realidad, el licenciado del examen provincial y el bachiller de la familia Chao no estaban en buenas relaciones, de modo que era logicamente improbable que demostraran amistad «en la adversidad»; ademas la Septima Cunada Zou era vecina de la familia Chao y sabia mejor lo que ocurria. Por consiguiente, ella debia de tener razon.

Sin embargo, se difundio el rumor de que, si bien el senor licenciado del examen provincial no habia venido personalmente, habia enviado en cambio una larga carta estableciendo un «parentesco sinuoso» con la familia Chao; que el senor Chao, despues de pensarlo, habia decidido que en ello no debia haber ningun mal para el, de modo que recibio los baules que ahora estaban guardados debajo de la cama de su mujer. Por lo que se refiere a los revolucionarios, algunos decian que ya habian entrado en la ciudad esa misma noche, con casco y armadura blancos: el traje de luto por Chongchen, el ultimo emperador de la dinastia Ming.

Hacia mucho que A Q habia oido hablar de los revolucionarios y ese ano habia visto con sus propios ojos decapitar a uno. Pero se le ocurrio, no se sabe como, que estos empunaban la bandera de la rebelion y que una rebelion haria dificiles las cosas para el, de manera que siempre «los habia detestado profundamente». ?Quien iba a decir que podian aterrorizar a un licenciado de examen provincial, conocido en cincuenta kilometros a la redonda? En consecuencia A Q no pudo evitar sentirse un poco «fascinado», al mismo tiempo que le llenaba de regocijo el terror de todos los malditos habitantes de Weichuang.

– No es mala cosa una revolucion -penso A Q-. Terminara con todos estos hijos de perra… ?Todos son odiosos, detestables en sumo grado!… Hasta yo quiero pasarme a los revolucionarios.

A Q estaba ultimamente en la cuarta pregunta y es probable que se sintiera insatisfecho; agreguese a ello el hecho de haber bebido dos tazones a mediodia, teniendo el estomago vacio, por lo que se emborracho con mayor rapidez. Mientras caminaba, se sentia flotar en el aire. De pronto, curiosamente, sintio como si los revolucionarios fueran el mismo, y todos los habitantes de Weichuang fuesen prisioneros suyos. Incapaz de contener su alegria, empezo a gritar a voz en cuello:

– ?Rebelion! ?Rebelion!

Los habitantes de Weichuang lo miraban consternados. Nunca habia visto A Q expresiones tan lamentables y esa vision le hizo sentir tan bien como si hubiera bebido un vaso de agua helada en pleno verano. De modo que continuo aun mas feliz gritando:

– Muy bien… Tomare lo que quiera. Tendre amistad con quien me plazca.

?De de, chiang chiang!

Lamento haber matado por equivocacion a mi querido amigo Cheng en mi borrachera.

Lamento haber matado… ?Ya, ya, ya!

?De de, chiang chiang, chiang-ling-chiang!

Te aplastare con mi maza de acero…

El senor Chao y su hijo estaban en ese instante parados en su puerta discutiendo la revolucion con sus dos parientes verdaderos. Pero A Q no los vio cuando pasaba cantando, cara al cielo:

– ?De, de!…

– ?Eh, viejo Q! -dijo el senor Chao, timidamente, en voz baja.

– ?Chiang chiang! -cantaba A Q, incapaz de imaginar que su nombre pudiese ser asociado con el tratamiento de «viejo», pensando haber oido mal y que eso no tenia nada que ver con el. De modo que continuo cantando «?De, chiang, chiang-ling-chiang, chiang!»

– ?Viejo Q!

– Lamento…

– ?A Q!-. El bachiller no hallo otra cosa mejor que llamarle por su nombre.

Solo entonces se detuvo A Q.

– ?Que? -pregunto con la cabeza ladeada.

– Viejo Q… ahora… -Pero de nuevo el senor

Chao encontro dificultades con las palabras-. Ahora… ?eres rico?

– ?Rico? Claro que si. Tomo lo que quiero…

– A… hermano A Q, tus pobres amigos, como nosotros, no tienen ninguna importancia… -dijo Chao Bai-yan con aprension como si tratara de tirar de la lengua a los revolucionarios.

– ?Pobres amigos? Esta claro que usted es mas rico que yo -dijo A Q y se fue.

Alli se quedaron los otros, desilusionados, sin habla. Entonces el senor Chao y su hijo se metieron en casa y esa tarde discutieron el problema hasta que llego la hora de encender las lamparas. Cuando Chao Bai-yan regreso a su hogar, saco la alforja del dinero que llevaba colgada a la cintura y se la entrego a su mujer para que la escondiera en el fondo del cofre.

Durante un rato, A Q creyo caminar en el aire, pero al llegar al Templo de los Dioses Tutelares la borrachera se le habia pasado por completo. Esa noche, el viejo encargado del Templo estaba inusitadamente amistoso y le ofrecio te; entonces A Q le pidio dos tortillas y, despues de comerselas, le pidio una vela de cuatro onzas, usada, y un candelabro. Encendio la candela y se acosto a solas en su pequeno cuarto. Se sentia inefablemente ligero y feliz, mientras la luz de la vela saltaba y pestaneaba como en la Fiesta de la Linterna y su imaginacion tambien

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