poblaban el camino. Dorian e Irene asistian boquiabiertos a cuantos detalles les revelaba. Cravenmoore albergaba suficientes maravillas para iluminar cien anos de asombro. Poco antes de enfilar el vestibulo que conducia a la puerta, Lazarus se detuvo ante lo que aparentaba ser un complejo mecanismo de espejos y lentes, y dirigio una mirada enigmatica a Dorian. Sin mediar palabra, introdujo el brazo entre un pasillo de espejos.

Lentamente, el reflejo de su mano se desvanecio hasta hacerse invisible. Lazarus sonrio.

– No debes creer todo aquello que ves. La imagen de la realidad que nos brindan nuestros ojos es solo una ilusion, un efecto optico -dijo-o La luz es una gran mentirosa. Dame tu mano.

Dorian siguio las instrucciones del fabricante de juguetes y dejo que este la guiase por el pasillo de espejos. La imagen de su mano se desintegro ante sus propios ojos. Dorian, con un interrogante mudo en la mirada, se volvio hacia Lazarus.

– ?Conoces las leyes de la optica y de la luz? --pregunto el hombre.

Dorian nego con la cabeza. En ese momento no sabia ni donde tenia su mano derecha.

– La magia es tan solo una extension de la fisica. ?Que tal se te dan las matematicas?

– Excepto la trigonometria, asi, asi…

Lazarus sonrio.

– Por ahi empezaremos. La fantasia son numeros, Darian. Ese es el truco.

El muchacho asintio, sin saber muy bien de que estaba hablando Lazarus. Finalmente, este senalo la puerta y los acompano hasta el umbral, fue entonces cuando, casi por casualidad, Darian creyo ver lo imposible. Al pasar frente a uno de los faroles parpadeantes, las siluetas que proyectaban sus cuerpos se dibujaron sobre los muros. Todas menos una: la de Lazarus, cuyo rastro en la pared era invisible, como si su presencia no fuese mas que un espejismo.

Cuando se volvio, Lazarus lo observaba detenidamente. El chico trago saliva. El fabricante de juguetes le pellizco carinosamente la mejilla, burlon. -No creas todo lo que vean tus ojos… y Dorian siguio a su madre y a su hermana al exterior.

– Gracias por todo y buenas noches -concluyo Simone.

– Ha sido un placer. Y no es un cumplido -dijo Lazarus cordialmente; les sonrio amablemente y alzo la mano en senal de despedida.

Los Sauvelle se adentraron en el bosque poco antes de la medianoche, de vuelta a la Casa del Cabo.

Dorian, silencioso, permanecia todavia bajo los efectos de la prodigiosa residencia de Lazarus Jann.

Irene andaba perdida en sus propios pensamientos, lejos del mundo. Y Simone, por su parte, respiro tranquila y dio gracias a Dios por la suerte que les habia enviado.

Justo antes de que la silueta de Cravenmoore se perdiese a sus espaldas, Simone se volvio a contemplarla una ultima vez. Una sola ventana permanecia iluminada en el segundo piso del ala oeste. Una figura se erguia inmovil tras los cortinajes. En ese preciso momento, la luz se extinguio y amplio ventanal se sumergio en las sombras.

De vuelta a su habitacion, Irene se quito el vestido que su madre le habia prestado y lo plego cuidadosamente sobre la silla. Las voces de Simone y Dorian se oian en la camara contigua. La joven apago la luz y se tendio sobre el lecho. Sombras azules danzaban sobre el cielo raso como una cabalgata de espectros saltarines en la aurora boreal. El susurro de las olas rompiendo en los acantilados acariciaba el silencio. Irene cerro los ojos y trato de conciliar el sueno en vano.

Era dificil aceptar que desde aquella noche no volveria a ver su viejo piso de Paris, ni habria de regresar al salon de baile para ganarse las pocas monedas que aquellos soldados llevaban consigo. Sabia que las sombras de la gran ciudad no podian alcanzarla alli, pero la huella del recuerdo no conocia fronteras, Se incorporo de nuevo y se acerco hasta la ventana, la torre del faro se alzaba en las tinieblas. Concentro la vista en el islote entre las brumas incandescentes. Un reflejo fugaz parecio brillar, como el guino de un espejo en la distancia.

Segundos despues, el destello brillo de nuevo para desvanecerse definitivamente. Irene fruncio el ceno y advirtio la presencia de su madre abajo, en el porche. Simone, envuelta en un grueso jersey, contemplaba el mar en silencio. Sin necesidad de ver su rostro en la oscuridad, Irene supo que estaba llorando y que ambas tardarian en conciliar el sueno. En aquella primera noche en la Casa del Cabo, tras aquel primer paso hacia lo que parecia un horizonte de felicidad, la ausencia de Armand Sauvelle se hacia mas dolorosa que nunca.

3. BAHIA AZUL

De todos los amaneceres de su vida, ninguno habria de parecerle mas luminoso a Irene que aquel del 22 de junio de 1937. El mar resplandecia como un manto de diamantes bajo un cielo cuya transparencia jamas hubiese creido posible durante los anos que habia vivido en la ciudad. Desde su ventana, el islote del faro podia contemplarse ahora con toda claridad, al igual que las pequenas rocas que emergian en el centro de la bahia como la cresta de un dragon submarino. La ordenada hilera de casas en el paseo del pueblo, mas alla de la Playa del Ingles, dibujaba una acuarela danzante entre la calima que ascendia del muelle de pescadores. Si entornaba los ojos, podia ver el paraiso segun Claude Monet, el pintor predilecto de su padre.

Irene abrio la ventana de par en par y dejo que la brisa del mar, impregnada del aroma del salitre, inundase la habitacion. La bandada de gaviotas que anidaba en los acantilados se volvio a observarla con cierta curiosidad. Nuevos vecinos. No muy lejos de ellas, Irene advirtio que Dorian ya estaba instalado en su refugio favorito entre las rocas, catalogando espejismos, musaranas…, o enfrascado en lo que fuera que hacia en sus solitarias excursiones.

Andaba Irene ya concentrada en decidir que ropa ponerse para salir a disfrutar de aquel dia robado de algun sueno, cuando una voz desconocida, acelerada y zumbona llego a sus oidos desde el piso inferior. Dos segundos de atenta escucha revelaron el timbre calmado y templado de su madre conversando o, mejor dicho, intentando colocar monosilabos entre los escasos resquicios que su interlocutora dejaba escapar.

Mientras se vestia, Irene trato de dilucidar el aspecto de aquella persona a traves de su voz. Desde pequena, este habia sido uno de sus pasatiempos predilectos. Escuchar una voz con los ojos cerrados y tratar de imaginar a quien pertenecia: determinar su estatura, su peso, su rostro, su caracter…

Esta vez su instinto dibujaba una mujer joven, de poca estatura, nerviosa y saltarina, morena y probablemente de ojos oscuros. Con tal retrato en mente, decidio bajar al piso inferior con dos objetivos: saciar su apetito matutino con un buen desayuno y, lo mas importante, saciar su curiosidad respecto a la duena de aquella voz.

Tan pronto puso los pies en la sala de la planta baja, comprobo que solo habia cometido un error: los cabellos de la muchacha eran pajizos. El resto, clavado en la diana. Asi fue como Irene conocio a la pintoresca y dicharachera Hannah; por puro oido.

Simone Sauvelle hizo lo posible por corresponder con un delicioso desayuno a la cena que la noche anterior Hannah les habia dejado preparada para su encuentro con Lazarus Jann. La joven devoraba la comida a una velocidad todavia mayor de la que empleaba al hablar. El torrente de anecdotas, chismes e historias de todo tipo acerca del pueblo y sus habitantes, que desgranaba con celeridad, hizo que a los pocos minutos de disfrutar de su compania Simone e Irene tuviesen la sensacion de conocerla de toda la vida.

Entre tostada y tostada, Hannah les resumio su biografia en fasciculos acelerados. Cumpliria los dieciseis en noviembre; sus padres tenian una casa en el pueblo: el, pescador, y ella, panadera; con ellos vivia tambien su primo Ismael, que habia perdido a sus padres anos atras y que ayudada a su tio, o sea, a su padre, en el barco. Ya no iba a la escuela porque la arpia de Jeanne Brau, rectora del colegio publico, la tenia catalogada como lerda y de pocas luces. Con todo, Ismaelle estaba ensenando a leer, y su conocimiento de las tablas de multiplicar mejoraba por semanas. Adoraba el color amarillo y coleccionaba conchas que recogia en la Playa del Ingles. Su pasatiempo predilecto era escuchar seriales radiofonicos y asistir a los bailes de verano en la plaza mayor, cuando bandas

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