itinerantes acudian al pueblo. No usaba perfume, pero le gustaban las barras de labios…

Escuchar a Hannah era una experiencia a medio camino entre la diversion y el agotamiento. Tras pulverizar su desayuno y todo lo que Irene no pudo acabar del suyo, Hannah detuvo su discurso por unos segundos. El silencio que se formo en la casa parecio sobrenatural. Pero duro poco, por supuesto.

– ?Que tal si damos un paseo las dos y te enseno el pueblo? -pregunto Hannah, subitamente entusiasmada ante la perspectiva de hacer de guia de Bahia Azul.

Irene y su madre intercambiaron una mirada. -Me encantaria -respondio finalmente la joven.

Una sonrisa de oreja a oreja cruzo el rostro de Hannah.

– No se preocupe, madame Sauvelle. Se la devolvere sana y salva.

De este modo, Irene y su nueva amiga salieron disparadas por la puerta rumbo a la Playa del Ingles, mientras la calma regresaba lentamente a la Casa del Cabo. Simone tomo su taza de cafe y salio al porche a saborear la tranquilidad de aquella manana. Dorian la saludo desde los acantilados.

Simone le devolvio el saludo. Curioso muchacho. Siempre solo. No parecia interesado en hacer amigos o no sabia como hacerlos. Perdido en su mundo y sus cuadernos, solo el cielo sabia que pensamientos ocupaban su mente. Apurando su cafe, Simone echo un ultimo vistazo a Hannah y a su hija camino del pueblo. Hannah seguia parloteando incansablemente. Unos tanto y otros tan poco.

La educacion de la familia Sauvelle en los misterios y las sutilezas de la vida en un pequeno pueblo costero ocupo la mayor parte de aquel primer mes de julio en Bahia Azul. La primera fase, de choque cultural y desconcierto, duro una semana larga. Durante esos dias, la familia descubrio que, a excepcion del sistema metrico decimal, los usos, normas y peculiaridades de Bahia Azul no tenian nada que ver con los de Paris. En primer lugar estaba el tema del horario. En Paris no seria aventurado afirmar que por cada mil habitantes podian encontrarse otros tantos miles de relojes, tiranos que organizaban la vida con capricho militar. En Bahia Azul, sin embargo, no habia mas hora que la del sol. Ni mas coches que el del doctor Giraud, el de la gendarmeria y el de Lazarus. Ni mas… La sucesion de contrastes era infinita. Y en el fondo, las diferencias no radicaban en los numeros, sino en los habitos.

Paris era una ciudad de desconocidos, un lugar donde era posible vivir durante anos sin conocer el nombre de la persona que vivia al otro lado del rellano. En Bahia Azul, en cambio, era imposible estornudar o rascarse la punta de la nariz sin que el acontecimiento tuviese amplia cobertura y repercusion en toda la comunidad. Ese era un pueblo donde los resfriados eran noticia y donde las noticias eran mas contagiosas que los resfriados. No habia diario local, ni falta que hacia.

Fue mision de Hannah la de instruidos en la vida, historia y milagros de la comunidad. La velocidad vertiginosa con que la muchacha ametrallaba las palabras consiguio comprimir en unas cuantas sesiones repartidas suficiente informacion y chismes como para volver a escribir la enciclopedia de corrido y del derecho. Supieron asi que Laurent Savant, el parroco local, organizaba campeonatos de inmersion y carreras de maraton, y que ademas de tartamudear en sus sermones sobre la holgazaneria y la falta de ejercicio, habia recorrido mas millas en su bicicleta que Marco Polo. Supieron tambien que el concejo local se reunia los martes y los jueves a la una del mediodia para discutir los asuntos municipales, durante los que Ernest Dijon, alcalde virtualmente vitalicio cuya edad desafiaba a la de Matusalen, se entretenia en pellizcar con picardia los cojines de su butaca bajo la mesa, con el convencimiento de que exploraba el fornido muslo de Antoinette Fabre, tesorera del ayuntamiento y soltera feroz como pocas.

Hannah los acribillaba con una media de doce historias de este calibre por minuto. Esto no era ajeno al hecho de que su madre, Elisabet, trabajara en la panaderia local, que hacia las veces de agencia de informacion, servicio de espionaje y gabinete de consultas sentimentales de Bahia Azul.

Los Sauvelle no tardaron en comprender que la economia del pueblo se decantaba hacia una version peculiar del capitalismo parisino. El horno vendia barras de pan, aparentemente, pero la era de la informacion ya habia empezado en la trastienda. Monsieur Safont, el zapatero, arreglaba correas, cremalleras y suelas, pero su fuerte y el gancho para sus clientes era su doble vida como astrologo y sus cartas astrales…

El esquema se repetia una y otra vez. La vida parecia tranquila y sencilla, pero al mismo tiempo tenia mas dobleces que un visillo bizantino. La clave estaba en abandonarse al ritmo peculiar del pueblo, escuchar a sus gentes y dejar que ellas los guiasen a traves de los ceremoniales que todo recien llegado debia completar, antes de poder afirmar que residia en Bahia Azul.

Por ello, cada vez que Simone acudia al pueblo a recoger el correo y los envios de Lazarus, se dejaba caer por la panaderia y tomaba conocimiento del pasado, el presente y el futuro. Las damas de Bahia Azul la acogieron de buen grado, y no tardaron en bombardeada con preguntas acerca de su misterioso patron. Lazarus llevaba una vida retirada y raramente se dejaba ver por Bahia Azul. Esto, junto con el torrente de libros que recibia todas las semanas, lo convertia en un foco de misterios sin fin.

– Imaginese usted, amiga Simone -le confio en una ocasion Pascale Lelouch, la esposa del boticario-, un hombre solo, bueno, practicamente solo…, en esa casa, con todos esos libros…

Simone acostumbraba a asentir sonriendo ante semejantes despliegues de sagacidad, sin soltar prenda. Como su difunto marido habia dicho en una ocasion, no valia la pena perder el tiempo en intentar cambiar el mundo; bastaba con evitar que el mundo lo cambiase a uno.

Estaba tambien aprendiendo a respetar las extravagantes demandas de Lazarus respecto a su correspondencia. El correo personal debia ser abierto al dia siguiente de su recepcion y contestado con prontitud. El correo comercial u oficial debia ser abierto en el mismo dia en que era recibido, pero nunca debia darsele respuesta antes de una semana. Y, por encima de todo, cualquier envio procedente de Berlin bajo el nombre de un tal Daniel Hoffmann debia serle entregado en persona y jamas, bajo ningun concepto, abierto por ella. El porque de todos estos detalles no era de su incumbencia, concluyo Simone. Habia descubierto que le gustaba vivir en aquel lugar y que le parecia un ambiente razonablemente saludable para que sus hijos creciesen lejos de Paris. Que dia se abriesen las cartas le resultaba absoluta y gloriosamente indiferente.

Por su parte, Dorian averiguo que incluso su dedicacion semiprofesional a la cartografia le dejaba tiempo para hacer algunos amigos entre los muchachos del pueblo. A nadie parecia importarle si su familia era nueva o no; o si era un buen nadador o no (no lo era, inicialmente, pero sus nuevos colegas se encargaron de ensenarle a mantenerse a flote). Aprendio que la petanca era una ocupacion para ciudadanos rumbo a la jubilacion y que el perseguir a las chicas era tarea de quinceaneros petulantes y devorados por fiebres hormonales que atacaban el cutis y el sentido comun. A su edad, aparentemente, lo que uno hacia era corretear en bicicleta, fantasear y observar el mundo, a la espera de que el mundo empezase a observarlo a uno. Y los domingos por la tarde, cine. Fue asi como Dorian descubrio un nuevo amor inconfesable a cuyo lado la cartografia palidecia como una ciencia de pergaminos apolillados: Greta Garbo. Una criatura divina, cuya mencion en la mesa a la hora de comer bastaba para quitarle el apetito, pese a que en el fondo era una anciana de… treinta anos.

Mientras Dorian se debatia en la duda de si su fascinacion por una mujer al borde de la vejez podia presentar

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